Aún en estos tiempos en los que vivimos inmersos en un mundo globalizado en el cual la mayor parte de la información está al alcance de muchos, aún y cuando la libertad de expresión es mas una obligación que un derecho, todavía nos encontramos con verdades que se encuentran escondidas bajo el maquillaje de lo que se conoce como pasión, tradición deportiva, o espíritu de competitividad.
Me refiero, claro está al fútbol, y desde este espacio me atrevo a renombrar a este popular deporte como el mayor fiasco en toda la historia de la humanidad.
En mi opinión, el juego de pelota ha evolucionado de forma peligrosa, ya que de ser una simple e inocente actividad deportiva, ha suprimido la parte sana y divertida, convirtiéndose en un arma de control de masas que se conoce en la jerga corporativa como “distractor social”, el cual tiene como objetivo el retraso cultural de millones de personas alrededor del mundo.
La ignorancia que trae consigo el consumir incontables horas observando partidos de fútbol es una situación que no aporta beneficio alguno para el espectador; lo que se convierte en un comportamiento social que ha alcanzado dimensiones altamente peligrosas en las que se debe hacer algo al respecto antes de que sea demasiado tarde.
Y no tendría nada de malo el tener tu equipo favorito y disfrutar de un partido en compañía de tus amigos; el problema radica cuando surgen las apuestas, en las que puedes romper lazos afectivos, perder algunos cuantos pesos o incluso tu cabello. Y todo bajo la bonita premisa de la “pasión deportiva”.
El papel de los corporativos.
Y aquí es cuando todo toma su significado. No tendría nada de malo que fueras seguidor del América o del Atlas, pero cuando cruzas la línea hacia el fanatismo, no existe nada más que las playeras oficiales, los autógrafos, las fotografías con ídolos, banderines, boletos para los partidos, y todo lo que gire en torno a los colores de tu equipo. Lo que trae como consecuencia que te comportes como un consumidor empedernido.
El perfil de los seguidores.
Ahora bien, todo lo anterior ocasiona que inevitablemente se etiqueten a las personas de acuerdo a sus preferencias futbolísticas. Por ejemplo, los seguidores del América son los fresas, ricos y protegidos, los que le van a los Pumas, son los honorables de izquierda con ideas bien definidas; los del Cruz Azul son los de clase media medio educados, mientras que los seguidores de las Chivas son los jodidos de buenos sentimientos impregnados con el espíritu de barrio.
Y al final...
Sólo me queda agregar que el mundo banal creado por el fútbol, manipula la mente de personas que no tienen conocimientos culturales ni políticos, personas que se ocupan de defender más su posición de americanista de corazón, que los propios intereses de la ciudad, o incluso del país al que pertenecen; porque para ellos es más divertido ver el fútbol, que escuchar un aburrido discurso político plagado de mentiras.
Y me parece una extraña coincidencia que, cada vez que se proclama una nueva ley injusta que perjudica a la mayoría, se organizan partidos de fútbol entre equipos que tienen una candente enemistad porque de esa manera pueden entretener a las muchedumbres; muchedumbres compuestas por personas que corean entusiastas el nombre de su equipo favorito, al mismo tiempo que su futuro es manejado por misteriosos designios.
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