A quién corresponda:
Le escribo con motivo de la sensación que ha causado la estatua de la Beata Mercedes durante estos últimos años y de su reciente nombramiento como destino de peregrinación.
Todo el mundo ha sabido apreciar la armonía de sus forma, el exquisito acabado de su superficie sobredorada y en la pose semiarrodillada, esa rara sencillez que transmite la soberbia magnitud del espíritu de la beata. Creyentes y no creyentes dicen sentirse sobrecogidos o reconfortados por esa mirada de bronce fundido que parece parpadear y mirar con la misma determinación que la beata cuando vivía. La estatua parece irradiar un magnetismo imperativo y dulce al mismo tiempo. Por lo que he podido comprobar desde el balcón de mi casa, las personas parecen gravitar a su alrededor. Incluso, si se fija bien, verá que la masa de gente circula en el sentido planetario por todo el perímetro de la plaza concentrándose la masa en la línea por la que la estatua parece cruzar su mirada con la del espectador.
Me fascina esa fe y esa creencia en algo en lo que yo no tuve que creer sino simplemente, conocer.
Yo fui la compañera de confianza de, si me permite la informalidad, Mercedes. Yo formé parte de la elección del escultor antes de la muerte de Mercedes, yo le ayudé en su carrera artística en nombre de la beata y yo soy la responsable del fervor del escultor por ella. Antes de su muerte, asesoré a la “beata” para escoger la pose más espiritual y teníamos muy claro los materiales y la pátina final de la estatua. La colocación y la orientación de la estatua estaba elegida en función de ejemplos similares que teníamos bien observados. Mercedes reclamaba continuos ajustes, tanto en el diseño de su monumento conmemorativo como en cualquier manifestación pública cuando vivía. Ha sido realmente agotador construir a ambas Mercedes.
En definitiva, yo he sido la encargada de guardar la voluntad de Mercedes para conseguir hasta después de su muerte, el óptimo resultado que tan concienzudamente planificamos.
Yo soy quién mejor conoció sus motivaciones ocultas, el curso del dinero que sus fundaciones caritativas remueven, el verdadero alcance de su “sacrificio” y las valoraciones reales que la “beata” se guardaba mucho de insinuar sobre sus benefactores y fervorosos admiradores. Yo soy la única que parece conocer quién fue Mercedes realmente detrás del telón de gloria que yo misma tejí.
Por eso, porque sé quién fue y quién parecía ser, he tenido especial cuidado en que su recuerdo en bronce y oro tuviera el mismo espléndido aspecto que el personaje. Y así mismo, me he cuidado muy mucho, sin el consentimiento del escultor, en reproducir en la obra artística el mismo fraude que supuso la mujer.
A la hora de colar el metal fundido en el molde, coloqué una esfera de una aleación que no se derretía a la temperatura del bronce hasta conseguir que las dos mitades de la estatua dejaran, al retirar la esfera, un hueco de unos diez centímetros de diámetro.
Justo a la altura del corazón de la estatua, el metal que creían macizo, alberga un hueco relleno de materia fecal que la beta Mercedes depositó tras una noche de orgiástico banquete, regado con muchos bidones de vino de reserva que dio paso a algún que otro escarceo carnal; todo ello, financiado con el cepillo de tres misas celebradas en honor a su gracia.
Si no se lo cree, sólo tiene que fundir el tórax de la estatua con un soplete de llama blanca y una vez practicado el orificio, apartarse un poco para no mancharse con la mierda que albergaba en el corazón.
Por supuesto, no intente buscarme porque desapareceré esta misma noche aunque no he decidido bien si de este país o de este mundo.
Atentamente:
Rosario Bonete Márquez
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Señor cartero:
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