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Debo comenzar diciendo que un hombre de mi edad empieza hacer confesiones ya que siente la muerte cada vez más cerca; hoy romperé la promesa que hice junto a mis compañeros.
Fue un día, en un hospital abandonado, cuando aun era estudiante, llegué al lugar y encontré a mis seis compañeros. Formábamos un grupo pequeño, el cual tenía un solo propósito. Nos encontrábamos en un habitación que seguramente fue destinada como bodega, cuando el hospital aun prestaba servicio, pues en ella encontramos algunos utensilios propios del lugar. La reunión empezó alumbrados por la luz tenue de una lámpara; el nerviosismo circulaba en el ambiente... permanecimos en silencio por un corto espacio hasta que la voz de Abel interrumpió aquel momento comenzando hablar, sin preámbulos, del motivo por el cual nos habíamos reunido.
Recuerdo perfectamente que dijo en un tono grave – Esto es algo que tenemos que hacer, además no somos los primeros, necesitamos los huesos cuanto antes...
Fue entonces cuando Gregorio interrumpió bruscamente diciendo – Cómo vamos hacer eso! Se dan cuenta que estamos aquí planeando la profanación de una tumba, vamos por un cuerpo, es espantoso.
Sus ojos parecían salirse de sus órbitas y sus labios lucían un tono ligeramente morado; nos costó trabajo hacer que se tranquilizara. Yo supuse que su reacción correspondía a la de una persona nerviosa, insegura, pero traté de entenderle porque sabia la historia de su vida. En alguna ocasión me contó que nunca conoció a sus padres, criado en un orfanato hasta que tuvo edad para dejarlo; consiguió un trabajo y pudo ingresar a la facultad de medicina.
Había pasado gran parte de su vida temiéndole a todo, tal vez por la falta de amor y ternura en su infancia, en fin, desde que supe la historia traté de ser mas amigable con él pero su apatía mantenía a cualquier persona a una marcada distancia.
Dejé mis pensamientos y volví a concentrarme en la reunión, noté en los ojos de Abel cierta ira, para él era muy importante su carrera y haría lo que fuera para ser el mejor. Una vez calmados los ánimos empezamos a planearlo todo; se decidió que a la noche siguiente iríamos al cementerio para conseguir lo que necesitábamos.
Al día siguiente, en la facultad, hubo cierta normalidad aunque de vez en cuando nos cruzábamos unas miradas de complicidad que sólo nosotros entendíamos. Cayó la noche con un golpe frenético de ansiedad. Volvimos a encontrarnos los mismos de la noche anterior a excepción de Gregorio, lo esperamos un largo tiempo, ante la impaciencia de todos hasta que Abel nos instó a dejar la espera e ir a nuestro cometido.
Llegamos a los alrededores del cementerio y buscamos un lugar por donde entrar y no ser descubiertos. Encontramos un agujero en uno de los grandes muros que cercaban el cementerio, había tanta oscuridad lo cual nos ayudaba a pasar desapercibidos. Uno a uno fue entrando hasta que quedamos Abel y yo, hizo un ademán invitándome a entrar antes que él, sus ojos brillaban extrañamente; lo miré y permanecí inmóvil, sonrió levemente, me dio una palmada en la espalda y entro por el agujero.
Respiré profundo y me animé a entrar, me agaché, pues había que hacerlo para caber, pero de pronto sentí el peso de una mano sobre mi hombro deteniéndome, se me heló la sangre y regresé a ver con temor a lo que pudiera encontrar. Volvió mi alma al cuerpo cuando vi que se trataba de Gregorio, me explicó que no había podido llegar antes por problemas en el trabajo.
Ya dentro del cementerio fuimos guiados por Abel hacia una tumba, mientras caminábamos hacia ella noté que Gregorio no tenía buen semblante, le pregunté si se encontraba bien y solo pudo responder – ya no tengo trabajo, hoy me despidieron, ya no podré seguir estudiando.
No pude decir una sola palabra, solo seguimos caminando en silencio. Llegamos al lugar y nos detuvimos, todos teníamos la preocupación dibujado en el rostro, nuestros corazones latían como maquinas enormes y tragábamos con dificultad... empezamos a cavar , turnándonos de tiempo en tiempo, llegamos hasta el ataúd , era cuestión de abrirlo y extraer el cuerpo. Nos miramos el uno al otro tratando de encontrar alguien que lo hiciera. Abel miró a Gregorio y le dijo – tú lo abrirás. Los demás nos convertimos en simples observadores, mientras que los dos discutían acaloradamente. De pronto Abel empujo a Gregorio dentro del hueco que habíamos cavado , cayó de bruces sobre el ataúd e inmediatamente se arrodillo gritando eufóricamente un “no!” que irrumpió en la serenidad del lugar.
Consiguió salir del hueco con dificultad y quedo tendido sobre el suelo, nos acercamos a él lentamente, estaba inmóvil, Abel nos dijo totalmente colerizado – es lo único que faltaba, el muy cobarde se desmayó!.
Entonces escuchamos una voz extraña preguntando “quién esta ahí, conteste!” . Todos empezaron a correr sin preocuparse por Gregorio, yo no lo podía dejar ahí, así que lo subí a mis hombros y lo saqué del cementerio. Nos dirigimos hacia el hospital abandonado, Abel maldecía, no logramos sacar el cuerpo y eso lo trastornaba, el ambiente que vivimos en esos momentos fue de locura, gritos, violencia, desesperación. Quedamos exhaustos, todos terminamos dormidos en aquel lugar.
A la mañana siguiente, cuando desperté me dirigí hacia Gregorio, al que había dejado en una esquina del cuarto, traté de despertarlo pero no reaccionó, los demás se acercaron y alguien revisó sus signos vitales, sentí horror cuando dijeron que había muerto. Lo que para nosotros fue un simple desmayo al parecer fue un paro cardiaco que acabó con su vida.
Hubo silencio entre todos por largo tiempo; lo habíamos dejado morir, no hay palabras para describir lo que sentimos. Pero ese sentimiento no se compara al que he experimentado hasta estos momentos que siento mi vida extinguiéndose.
La historia de Gregorio no termina donde me he quedado, ya que debo decir que después de superada la sorpresa de su muerte Abel nos persuadió de tomar su cuerpo en reemplazo del que habíamos perdido la noche anterior en el cementerio, y así lo hicimos. Nadie jamás lo supo, hasta ahora, que he roto la promesa; promesa de seis estudiantes de medicina que lograron ser médicos gracias a Gregorio.

Texto agregado el 14-10-2003, y leído por 200 visitantes. (0 votos)


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