Tuve infinidad de sensaciones a través de esa ventana. Pensé en una pareja de amantes ocasionales; a mi padre agonizando, carente de aire en sus pulmones; también los ojos de una niña indagando el universo; el encierro de un animal, yendo y viniendo, ante oscuras percepciones; la trivialidad de antiguos espejismos; chicos jugando en el despertar del living; la espera de ese amor perdido; el alquiler de una pieza desocupada y solitaria; un servicio de limpieza aseando sus cuartos; el desencanto después de un resultado adverso; estudiantes antes del examen; el apacible dormir bajo la brisa entrante; los pintores reconstruyendo viejos esqueletos; cuatro paredes ceñidas en humedades; la clase particular de algún idioma; una anatomía impregnada de recuerdos... Entonces me acerqué, indagando esa perpetuidad de ideas. Sus cortinas no dejaban de moverse ante la brisa que jugaba con el lienzo, en un aliento impredecible de nostalgias. Una señora mayor se asomó, en un soplo etéreo de juventud perdida. Temerosa, intenté seguir adivinando aquellos pensamientos, mientras sus manos ponían clausura al ventanal. Mis vaticinios de aceras, habían estado errados. Fue cuando me vio; entonces, sus ojos y mis ojos se conjugaron en esas mismas certidumbres, para perdernos en la oscuridad de ambos cuartos enmohecidos...

Ana Cecilia. ©