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A la pieza en que vivo se llega por un interminable caracol. Está incrustada en la punta de una tambaleante casa-escala, que ha soportado estoicamente el paso del tiempo. Una cantidad inimaginable de seres ha ido dejando sus voces en los rincones, raspando de a poco cada uno de sus peldaños, pero nunca les he visto la cara. Sólo los conozco por el sonido de sus pies, a veces, retumbante, otras, cansado, o , por el golpe de las puertas al abrirse o cerrarse. Cada vez que me enfrento a esta interminable sucesión de escalones que oprimen, aprietan, marean y obligan, no puedo dejar de pensar en el maldito arquitecto que la diseñó. Si la pensó para hotel, no dejó ningún espacio para que los pasajeros de turno tuvieran un lugar donde matar su aburrimiento. Si la ideó para amantes clandestinos, les quitó el tiempo y los escondites para fundirse en el anonimato. Porque sólo hay una manera de entrar o salir de ella .Esta gigantesca columna vertebral, que se nutre del poco oxígeno que te va quedando, a medida que avanzas en esa terrible caminata. Y, más aún.. Cuando te detienes y sacas la llave, la introduces en la cerradura, tomas con la otra la manilla, la doblas, empujas y abres, un ropero, la cama, una mesa, el televisor, te saltan encima amarrando tus movimientos a lo esencial..
Te cuento todo esto para que entiendas por qué todas las noches no me queda otra que pegarme a la única ventana que me devuelve un poco de aire. Si en los inviernos este encierro es soportable, porque el frío te funde a las frazadas, este verano me ha espoloneado la sangre y los sudores y he empezado a amar cada vez más este respiradero, que ha terminado por convertirse en una especie de amigo y aliado, que me llama y seduce todas las tardes..
A través de él descubrí el secreto de Carmela, que en sus despedidas nocturnas dispara toda su pasión en un beso que le desordena la ropa y le alborota el pelo. O, el de la rubia, que cada noche se va a la cama en un rito seguido paso a paso. La mano, con el tazón bamboleante, que desciende lentamente hacia el velador, el quitarse con cuidado la bata, una a una las zapatillas, el cuerpo examinado minuciosamente frente al espejo, las piernas que ensayan movimientos pélvicos, el vientre que gira en pequeñas ondas incontrolables, los muslos enroscándose al caer sobre las sábanas y el sueño que la estira y la aquieta..
En eso estaba la otra noche, siguiéndole de a poco su rutina, perdidos los ojos en un infinito conocido , en un ir y venir de la conciencia, cuando escuché un taconear firme que me remeció entero. Sólo alcancé a divisar una línea débil que dividía un pelo negro en dos grandes masas que se movían al ritmo de los pasos. Yo, que creía conocer de vista a casi todos los habitantes del barrio ,menos a los de mi casa, por supuesto, quedé atrapado por aquella figura difusa, que se perdía en la oscuridad, sin darme tiempo a reconocerla...Inquieto y dubitativo, sentí subir, después, su aroma , en ondas intermitentes de brisa veraniega. Entonces, le di cuerpo en mi cerebro y en mi sexo..Rápidamente, cerré la ventana , me acosté y traté de dormir para que el tiempo volara y fuera otra vez de noche.
La esperé, te digo, siete días con sus horas, ya no en la ventana, sino detrás de la puerta de mi escala , para poder seguirla, preguntarle la hora, intentar cualquier cosa que rompiera mi timidez y su historia.
Y, apareció de nuevo. El olor dulce traspasó las grietas de la madera. Y la reconocí. Cerré los ojos y la imaginé conmigo .Me dolieron los músculos de tanto retenerlos. No pude.. No fui capaz. Mis piernas se negaron a moverse. Yo mismo, quería y no quería. Decidí seguir esperando, la próxima vez le hablaría..
La noche siguiente me instalé dispuesto a todo. Me intrigaban la fuerza de sus pasos y la estela de sensaciones que iba dejando en el aire. Tenía que averiguar quién era, a dónde iba tan resuelta y solitaria. A pie, por esas calles tortuosas que casi nadie transitaba a esas horas.
Pero, nada de nada, ni nada de nadie.
Volví a sentir el sonido de su cuerpo después de otras tres noches de espera. Junto con acercarse, su taconeo empezó a martillar rítmicamente mi cerebro. Mi corazón empezó a latir con fuerza, el sudor me empapó completamente, es la hora, me dije, es la hora, me repetí. Si no es ahora no es nunca, casi grité., mientras el tambor de fuego continuaba incesante en mi cabeza.
Quizás no lo creas, pero a pesar de esta parálisis, logré asomar la cara y la vi .Todavía joven, la celulitis le engordaba las caderas.. El roce suave de una pierna contra la otra me mostró su sangre negándose a descansar. Sin embargo, aquella gran masa de pelo ondeado me impidió verle la cara.. Pasó rápido. Quedé helado. No alcancé a pronunciar palabra. Mañana, me repetí. Mañana le tendería una trampa.
Un sonido oscuro de caballos galopando interrumpió mi pesadilla. De un manotazo los tiré del velador. Todavía podía verla, deslizándose rauda por uno de esos hilos tenues y blandos, en medio de las arañas retorcidas por el calor.
-¡Te espero!- le grité. Hace cuarenta años que trabajo en medio de una luz carcomida de espejos. -¡Ven!- termina de atraparme. .
Saqué una pierna y luego la otra de entre las frazadas, siguiéndola aún en medio de las paredes grises. Me costó, te digo, gran esfuerzo anudar la corbata y alisarme el traje, pero, tenía que partir y así lo hice.
Acorralado en mi rutina, mientras le daba y daba vueltas al tema, me acordé que en el fondo del ropero tenía un rollo de hilo de pescar. Lo amarraría en el farol, para seguir hasta el término de la espada que sujeta la puerta. Así, podría esperar tranquilo sin despertar sospechas. Podría mirarla avanzar sin que me viera, recogerla del suelo y ayudarla a medida que el llanto le cubriera la cara. Me diría su nombre y yo el mío. No, no te rías. Es probable que encuentres esta historia algo infantil. Pero, espera. Sólo quiero que trates de entenderme y te pongas en mi lugar.
Después de aquella tarde, entre amarrar el hilo y sacarlo a medianoche, pasaron muchas horas. Decidí, entonces, caminar a lo largo de las ventanas que rodean mi caracol. La ausencia de sus pasos me dio fuerzas para continuar hasta un caserón que permanece con sus persianas continuamente cerradas. Me pegué a la esquina tratando de mirar hacia el interior. Avancé un pie, mientras estiraba la nariz y los ojos...en un minuto todo se volvió negro, recuerdo muy poco lo que pasó...sólo su aroma y sus pasos, mi cuerpo girando, su mano en la puerta mientras busca con la otra la llave en la cartera, una fuerza arrolladora que me empuja sobre ella, yo y su cuerpo cayendo entrelazados sobre el cemento, el golpe seco en mi cabeza, mis ojos abriéndose apenas, la masa de pelo cubriéndome la cara, la otra cara alejándose en cámara lenta....Ella era él...

Texto agregado el 10-10-2005, y leído por 359 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
13-11-2005 Una sola palabra: excelente. Iwan-al-Tarsh
10-11-2005 Tienes pasta de escritor. Tu narración es nutrida y tus argumentos encierran un misterio. Felicidades. peco
30-10-2005 excelente. el tiempo se dilata y vuelve a correr mientras las palabras caen con un peso bien medido... muy bueno. Aristidemo
25-10-2005 ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh estamos hablando de que tu y yo estamos locos. smog
11-10-2005 realmente sabes cómo llevar de la mano a quien te lee; cosa nada fácil, por lo demás. Creo (al igual que tú) que no importa lo que se cuente, sino cómo se cuente. Las hitorias de amor serán interminables precisamente por eso: todas dirán lo mismo, pero nunca lo dirán de igual forma. Gracias por el tiempo bien invertido. Aristidemo
 
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