Esa noche me dio por escribir porque me sentía deprimido, de esa forma es como me desahogo en momentos de tristeza. Comencé a plasmar lo que sentía y el porqué me sentía de esa forma; luego me dio por escribir cualquier cosa que se me cruzara por la mente. Así fueron formándose frases, líneas sueltas que más que decir algo, representaban algo, como los colores en una pintura abstracta.
Ya era muy entrada la noche, y el sueño me estaba ganando.
Pronto desistí de mi intento por olvidar mi estado depresivo. Irritado, presione las teclas con mis puños cerrados; una serie de palabras y signos comenzaron a aparecer en la pantalla. Luego no sé que tecla habré presionado y se activo el programa de asistente de ayuda del programa de texto que estaba utilizando. Apareció una caricatura de Albert Einstein, y junto a él, un recuadro que decía: ¿Qué deseas saber?, Seguido por una barra en blanco para escribir.
“¿Qué deseas saber? ¡Va!”, Pensé desdeñosamente mientras miraba el rostro arrugado e inquisitivo del físico. “Científicos: pueden fusionar átomos, pero no aliviar el dolor del alma”.
Sin pensarlo y casi de una manera mecánica, escribí sobre la barra: ¿Porqué tenemos que sufrir?. “Difícil pregunta” –apareció rápidamente en el espacio de respuestas–. La contestación me intrigó y despertó mi curiosidad: ¿Es ésa la respuesta de una máquina programada?
Me sacudí el sueño y me disponía a escribir otra pregunta, pero la máquina continuó: “Pero no imposible de responder”. Al tiempo que leía aquellas palabras, la caricatura de Einstein se rascaba la barba. “En principio –refirió–, es necesario determinar el significado de sufrir: son dos las acepciones con que cuenta esta palabra: una de ellas es la que se refiere al fenómeno de experimentar una acción, transformación o fenómeno; la otra es para calificar el momento cuando se padece un daño o dolor. ¿A cuál de las dos definiciones es a la que te refieres? ¿A la primera o a la segunda?”.
No lo podía creer, si bien nunca había utilizado el asistente de texto, se me hacía absurdo que una computadora pudiera responder de esa forma, y sobre todo ése tipo de preguntas. Me cruzó por la mente la idea de que fuera una broma o algo así, pero era imposible, además, en ese momento ni siquiera estaba conectado a la red. Vacilé por un momento y escribí que me refería a la segunda. Inmediatamente apareció lo siguiente: “Más que buscar el porqué, es necesario entender que el sufrir es parte esencial de la vida. Sufrir forja el carácter del ser humano, y dependiendo del individuo que lo padece, puede derivar en el bien o en el mal del mundo que lo rodea. Más cierto y acertado que todo esto, es que nunca podremos evitar sufrir; es la naturaleza del hombre la búsqueda constante de respuestas y de avanzar siempre para encontrar el bien, la felicidad y la tranquilidad, en todas las aplicaciones que se le puedan dar. Sin embargo, eso nunca será. En la búsqueda por alcanzar el bien se tiene que sufrir y prescindir de algo, pero el hombre nunca se verá satisfecho y cae de nuevo en el sufrimiento. Y aun cuando crea ver coronado sus esfuerzos, siempre habrá algo que le haga falta, y caerá irremediablemente en lo mismo”.
La respuesta me dejó perplejo. Entregado en la extraordinaria plática, inquirí: ¿De nada sirve entonces buscar? “No hay que confundir; toda búsqueda es buena, pero al hacerlo hay que estar plenamente concientes de que la vida es sinónimo de esa acción, por lo tanto, la búsqueda terminará sólo hasta que la vida termine. De esta forma, nuestros actos, nuestra búsqueda, será un vivir vehemente y a la vez parsimonioso aceptando cada recodo de la vida, y entre ellos habrá, siempre, sufrimiento”.
La serie de preguntas y respuestas continuaron por un rato. Me había dejado llevar por aquella platica entre una mente desconcertada y un científico de caricatura, o más bien, debería decir: una maquina. No sé cuanto tiempo duró la charla, talvez se prolongó por horas. El sueño se fue apoderando de mí y sin darme cuenta caí irremediablemente dormido.
A la mañana siguiente, lo primero que se me vino a la mente fue aquella extraña conversación. Me levanté y me dirigí hacia mi computador que se había quedado prendida el resto de la noche. Luego de un rato de búsqueda, encontré que la tecla F1 era la que activaba el asistente de texto. Esperaba ver nuevamente a Einstein, pero en su lugar, apareció la caricatura de un gato que ronroneaba, y al lado de él, las palabras: ¿Quieres jugar?
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