Alejandra camina lentamente, eleva distraida su mirada y alcanza a tocarme con sus ojos poco tiempo, lo suficiente como para que mi corazón y mi razón se divorcien momentáneamente mientras que las manos temblando tratan de salir deseperadamente de los bolsillos, pero es en vano, trato de fingir una calma artificial, pero sólo tengo un espasmo natural que colorea mis mejillas y adelgaza tremendamente mi voz, cuando trato de decir: –hoola.
Ella trae consigo lo mismo de siempre, sus grandísimos ojos fáciles de leer –el problema es que no sé leer la mirada–, sus pequeñas manos como las que tendrían los pájaros si no volaran, y una belleza que se muestra a pesar suyo... Tal vez mi saludo formó un puente tan débil, que fácilmente fue derrotado antes de llegar a sus oídos, y terminó pasando de largo llevando además mis suspiros, eso sí, sin darse cuenta.
Cuando hablamos por primera vez, yo arreglaba la bici y tenía tanta grasa que parecía uno más de los artefactos... de pronto mamá levantó la mano y dijo: –mirá andresito quién ha venido ha saludarte–... en ese momento olvidé mi autodidacta conocimiento en herramientas y esas cuestiones, y hasta olvidé mi propio nombre, no por mala memoria, sino porque Alejandra llenaba todo en ese momento.
Tres metros de distancia entre nosotros: mi mandíbula queda trabada con mis maxilares superiores y nace un frío abajo de las orejas que se desliza lentamente por el cuello, mis hombros me pesan como ochenta kilos y mis dedos son cada vez más torpes...
Dos metros de distancia: la lengua es ahora un músculo inerte sobre el que no tengo ni el más mínimo control pero mis labios se entreabren como para decir cualquier cosa, mi abdómen es víctima de dos contracciones y mis cejas empiezan a decaer en los extremos, formando una cara de idiota que sólo se puede crear cuando se está... enamorado?
Un metro de distancia: ahora el corazón trabaja como queriendo reventar en cualquier instante, me paso el índice derecho por los labios (también involuntariamente) dejándolos con un rastro de grasa entre cómico y ridículo; mi cabeza pesa cien kilos y quiero llorar pero no puedo...
Ahora mis ojos están cerrados, no sé por qué, pero ella puso sus labios en los mios y mi cuerpo es un sólido inamovible acompañado de mi cara de idiota, pero eso realmente no importa, son mis sentidos los extasiados y oprimo la tecla ‘rec’ de mi memoria para grabar en mí ese momento.
Luego se desprende de mí sutilmente y siento que por segunda vez estoy naciendo, o por lo menos creo que así de grande es el desprendimiento, y clava de nuevo sus ojos negros mientras mi rostro va acentuando cada vez más la grave postura anteriormente especificada...
–hola– me dice con una voz más suave que la flauta que tan sabiamente toca mi padre, –no te sorprendas por ese beso, resulta que ma traés loca y creo que sentís lo mismo y no me decís nada y me mirás con el rabillo del ojo y hoy no saliste en la bici y ayer me miraste las piernas y anoche pensé en vos y....– la razón me obligó a cerrarle la boca y pedirle una explicación a todo ese suceso... así que me dispuse para hacerle mil preguntas pero mis labios sólo soltaron dos palabras: Te Amo.
Sus brazos me atraparon como a una presa, y en cierta forma lo era, su boca de nuevo buscó a la mía y al fin pude llorar pero de contento y grité y me dolían las piernas, y la besé y me sentí en el cielo; y todo esto, hasta que me despetaron unas palmaditas en la mejilla izquierda, pensé rápidamente con cabeza fría y entendí que todo era un sueño... empecé a ver claramente las formas... y eran sus manos las que me llamaban, y con esa vocesita de flauta con unas lagrimitas como de invierno, me dijo que despetara, que había perdido el sentido; yo quise explicarle todo, ahí le dije: Te Quiero. |