Chincolita me llamaste, como a un tierno pajarito al que con cuidado trataste; delicado, pequeñito, indefenso y juguetón.
Chincolita me dijiste, mientras cepillabas con dulzura mi cabello; largo, rubio y con ondas desordenadas que a tu padre recordaba.
Chincolita me gritaste, cuando bajo una palmera de largas hojas tropicales, mojaba mi pequeño cuerpo todo él alborotado, esperando a los zorzales.
Chincolita me dejaste, en el triste momento de tu partida; silenciosa, fría, en una sala de hospital, con tu gran corazón partido y sin vuelta atrás.
Chincolita digo ahora, como forma de recordarte y a mi hija, que en mi regazo duerme, le cuento sobre mi padre; chincolita mi pequeña, duerme, duerme tranquila, que desde el cielo azul, el abuelo nos mira. |