Dos hombres se enfrentan en una zona rural. Son casi idénticos, cualquiera dirían que por sus venas corre la misma sangre. Uno empuña un arma de fuego y el otro se escuda tras unos matorrales, con un puñal que brilla entre su mano tensa. El del revólver, se aproxima cautelosamente pero en su mirada se adivina una ferocidad extrema. Se ignora el motivo del litigio pero en ambos florece, como aterrador factor común, un odio desmedido.
De pronto, el del puñal salta sobre el otro, quien tomado de sorpresa, rueda por el terreno agreste, soltando el arma de fuego. El otro alza su puñal para catapultarlo con violencia en las entrañas del caído, pero este, con la agilidad que presta el miedo, elude el filo y estira su brazo para asir el revólver. Su rival salta a su vez y le pisotea la mano. Luego, vuelve a la carga con su puñal en ristre y ambos se confunden más tarde tras los matorrales en una lucha incesante de jadeos, juramentos y maldiciones.
Un perro labriego y un gato de pelaje atigrado dormitan despreocupadamente al sol, entrelazando sus tupidos pelajes, cuando un alarido en el cual parece escaparse el alma de algún cristiano, rasga la bucólica apacibilidad. Perro y gato alzan sus cabezas mansas abriendo cada uno de ellos un párpado somnoliento. Luego, el silencio de la tarde les invita a seguir disfrutando con sus particulares ensoñaciones…
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