Es una noche silenciosa desde lo alto de la colina se ve la enorme ciudad y yo lamento esta época en la que me tocó regresar.
Me asustan estas noches sin nubes, suelo tranquilizar a mi espíritu jugando con su eterilidad: tomo a una nube y coloco en ella todo mi poder y penetro, mi espíritu me envía la información desde la nube como a través de un hilo que me carga y que me ayuda a percibir más. Dentro de las nubes hay vientos diminutos que crean remolinos que son los que alteran intrínsecamente sus formas, navego en esos vientos diminutos y proyecto contribuyendo a los cambios de la forma de las nubes. Se forman rostros furiosos a veces, demonios del viento que protestan con miradas reprobatorias mi atrevimiento. Suspendo sus miradas, en conjunción con mi intento, regreso a la casa y busco un espejo y cargo en mí la sustancia del demonio invocado y luego duermo. Es la manera más cómoda que he podido inventar e imaginar para hallar gasolina para otros mundos sin necesidad de drogas.
Pero en esta noche no hay nubes y me encuentro sin defensas ante el inmenso mar de estrellas. Sin embargo no soy cobarde ni traicionero con las cosas del destino y permanezco sentado en la colina al pié de la inmensa casa negra. No hay eterilidad en lo que veo y mis ojos cobardemente se dirigen a la planicie de la cual perciben un horrendo mar de insectos.
Edificios hormigueros, pequeños insectos coches van surcando los canales del asfalto deglutido por unos otros insectos, de las factorías se escapa el humo del proceso de putrefacción de todo aquello que fue vida, un metro gigantesco lombriz que orada el subsuelo, encuentro y reencuentro las formas yuxtapuestas, un autobús oruga se detiene en la parada, el metal arrebatado tortuosamente cuales huesos sacados fuera de una piel, satélites mosquitos sobrevolando una inmensa plasta de mierda a la que alguna vez llamé mi planeta, en las casas, los cubículos adoradores de la cabeza totémica del insecto cucaracha se prestan a seren mutados lentamente por radiaciones de colores, lanzo mi pañuelo blanco al suelo en señal de que me rindo en señal de que ya no pertenezco y recuerdo la historia de Adán y Eva y la serpiente sobre la mata y pienso que el que manda no es ya la Serpiente, pienso que ese arquetipo o lo que sea ha dado origen a un otro y que ese otro es el insecto. Miro a la Luna y no puedo olvidad que se le han enviado más de un mosquito a picar su bello rostro.
Entonces me vuelvo loco y el nudo en mi garganta sube y baja y me atropella y cualquier gesto se vuelve absurdo. Intuyo que no hay posibilidad de retroceso y me veo a mí mismo en un manicomio golpeándome la cabeza hasta que finalmente se desangra.
No hay por donde huir, no hay salida.
Submerso en estos oscuros pensamientos no percato que hay un ser a mi lado que me golpea suavemente el hombro hasta que finalmente lo percato y volteo. Es una calavera fumando un largo cigarro y vestida con un traje grueso negro y violeta. Ojos huecos abismales, baja la cabeza y sonríe.
- ¿No estás claro hoy? - me pregunta.
- No estoy claro en lo absoluto - le respondo.
Del cielo bajan en ese momento tres pañuelos negros que comienzan a chiparle los huesos de los pies. Uno de los pañuelos me mira y le noto largos dientes blancos afilados que producen un hundimiento en mi barriga y entonces el mundo cambia alrededor.
Nos hallamos caminando el esqueleto y yo en un mundo al que sólo lo puedo llamar con el nombre del infierno. Seres sin quejas se prestan a seren absorbidos por pañuelos que alzan vuelo y navegan de un lado para el otro atormentados por una luz eléctrica que gradualmente los debilita. El suelo se comba y tiembla como la piel arremetida de un monstruo. Me doy cuenta que es la misma cosa que el mundo externo: una manifestación diversa de unos mismos movimientos de energía: todo se absorbe y se desintegra, la única diferencia es que aquí, en este infierno los causantes del fenómeno no son insectos, sino más bien los sentimientos que toman formas vampirezcas. El esqueleto ríe ante mi percatamiento y me siento burlado y sin respuesta.
- ¿Es que acaso no hay una salida? - pregunto en protesta.
- Algo así como un suicidio? - me pregunta con tono de ironía el esqueleto mientras con un dedo me señala a una chica que está siendo absorbida jugosamente por un pañuelo gigantesco.
Con una mano tapa a Júpiter y con la otra me toma por los cachetes. "Do it!" me dice en otra lengua, de su boca brotan algas verdes y yo me encuentro solo en una playa y me descubro, en la línea cronológica de mi tiempo, retornando, una y otra vez, hacia un mismo pensamiento.
|