Éramos las dos, sólo las dos: reíamos, cantábamos y disfrutábamos cada segundo de la compañía de la otra, porque eso éramos, más que amigas, camaradas, nos regocijábamos de una complicidad única, aquella que solamente se da una vez en nuestro peregrinar… ¡cómo añoro aquellos momentos!

Hoy, nuestras vidas no son lo mismo, a pesar de no tener tu compañía te siento a mi lado, amiga mía, extraño tus mimos y la disposición que siempre tuviste para escuchar mis locuras y seguir mis andares, siempre custodiándome, colocando aquella gota de juicio que yo nunca poseí…¡me ha cambiado tanto la vida!, no dispongo de tus aprensiones y por ello cometo más errores, tenías razón, esta pasión desaforada me ha traído desdichas, pero, ¿cómo renegar de lo que soy?.

¿Recuerdas cómo nos hicimos, amigas?, estoy segura de que sí… llegó el momento, cuéntale nuestra historia al mundo; que todos sepan de nuestra unión…



“No recuerdo bien como la conversación comenzó, de lo que sí estoy segura es que se acercó a mí sin preámbulos ni presentaciones, simplemente sonrió. De más está decir que aquella risa desmedida ya la conocía y que no de puro gusto poseía el apodo de la loca, a pesar de mis prejuicios y la imagen que ya tenía de ella (debo admitir que ésta no le favorecía), la acogí o me acogió, no lo sé, creo que la entrega fue mutua.

Poco a poco comenzamos a compartir más y nos dimos cuenta de que a pesar de las diferencias, éramos capaces de aceptarnos y respetarnos.

¡Cuántas momentos vivimos!, ¿recuerdas aquella vez que estábamos tomando sol en el sector continuo al cementerio y un tipo nos miraba mientras se masturbaba?, como no hacerlo, si tú no dejabas mucho para la imaginación, desabotonabas tu blusa y dejabas ver tu ropa interior de encaje, porque siempre te han gustado las excentricidades. Pobre hombre, ahora que lo recuerdo me da lástima, miraba agónico aquellos pechos rígidos que apuntaban hacía un cielo celeste que al igual que él deseaba poseerlos.

Cómo no olvidar nuestros paseos, cuando caminábamos horas por llegar a un lugar “especial” en el que pudiésemos conversar, comer o simplemente mirarnos, porque cuando la amistad es profunda las palabras salen sobrando. Un día tuvimos la osadía, o más bien la desgracia, de ingresar a una parcela cuya moradora era una mujer poco común, ya que en vez de tratarnos como lo que éramos; dos jóvenes perdidas, nos sacó a escopetazos de su sitio, creo que es la única vez en que hemos corrido tanto y tan rápido, un segundo más y somos mordidas por aquellos malhumorados perros o alcanzadas por un proyectil.

Ya ni recuerdo las veces que acogiste mi pesar, hoy todo es alegría, y los momentos que llevo conmigo son aquellos que nos hicieron alborozarnos de felicidad. Amiga, ¿cuántas veces busqué en tu hombro consuelo para mi amargura? y tú, sin embargo, nunca utilizaste el mío, ni el de nadie más…

Ahora estoy casada y tengo un bebé precioso del cual, por supuesto, tú eres la madrina (¡quién más!). A pesar de la lejanía, te sigo queriendo… no nos abandonamos, simplemente hicimos un alto en el camino porque nos hacía falta extrañarnos. Sólo me resta decir que conservas un lugar insustituible en mi corazón…”
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Amiga, sólo nos hacía falta extrañarnos un poco, nada más que eso.