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“Botones por doquier”

…Distintos botones, pero botones al fin…




En la Boda


Estaban felices. Después de varios años de noviazgo habían llegado al altar. Junto a sus familiares y amigos más queridos, dieron el sí frente al hermoso Cristo que daba, con sus brazos abiertos, la bienvenida a la Casa de Dios.

Fue un servicio rápido pero no por eso lleno de emotividad. El coro entonaba hermosas canciones religiosas y el sacerdote los llenaba de bendiciones y aconsejaba sobre lo bueno y lo cotidiano del matrimonio. Jóvenes y llenos de vida, con miradas cómplices esperaban que esta unión fuera para siempre.

Frente a ellos, los invitados podían distinguir las esbeltas figuras de los novios. Él, luciendo un sobrio terno gris, escuchaba inmóvil cada palabra del oficio religioso; ella, muy nerviosa, mostraba su pelo recogido en un ingenuo moño que dejaba escapar algunos mechones ondulados que suavizaban su semblante. Su vestido color mantequilla, estaba sujeto por la espalda desde el cuello hasta la cintura, por un sinfín de pequeñitos botones del mismo color que graciosamente afinaban la silueta de la desposada.

Una vez terminado el enlace, todos partieron rumbo a la fiesta. A orillas del mar, un antiguo hotel con forma de barco, esperaba pacientemente a los festejados. El mar estaba calmo y las luces que escapaban de las anchas ventanas, reflejaban destellos que se movían al compás de las olas.

Hubo brindis, discursos y bromas. Todos reían y trataban de conversar entremedio de la ensordecedora música que anunciaba que el baile iba a comenzar. Los novios recorrían las mesas agradeciéndoles a los amigos el haber compartido con ellos ese inolvidable momento.

Fotos sentados, de pie, con los abuelos y los tíos; los hermanos, luego con compañeros de colegio, amigos de toda la vida, amigos de los padres, gente nunca vista antes pero que por la ocasión parecían muy familiares. A esa altura de la noche, los pobres pies ya no daban más pero todos comentaban lo entretenido del momento y lo que restaba aún de la velada.

Vino el momento del ramo. Todas las jóvenes casamenteras se apresuraron en llegar hasta el centro de la pista de baile donde la novia, dándoles la espalda, mostraba su larga y decorada cola recogida por un sencillo botón que tenía acuestas, la gran responsabilidad de desenredarle el camino a la novia. Levantado su brazo derecho y sujetando su falda con la mano izquierda, procedió a arrojar con fuerza el ramo de nacarados botones de rosas que histéricamente alcanzó una linda niña pariente del novio.

Al amanecer, el silencio reinaba en el gran salón. Los invitados se habían marchado y los mozos comenzaban a preparar todo para el desayuno. En el segundo piso, apoyado en una silla, descansaba el pulcro atuendo de la ahora señora. Los botoncitos en su espalda, desabrochados con natural descuido y rapidez, mostraban el romántico momento vivido la noche anterior.



En el Hotel


Llegaron del aeropuerto cargando mochilas. Aunque el destino ameritaba maletas, el programa era extenso y requería de libertad para poder caminar con el equipaje encima. Las ganas eran muchas pero el dinero estaba justo. Por primera vez recorrerían lejanos países como marido y mujer y preferían conocer más destinos en vez de dormir en lujosos hoteles.

Los salió a recibir el “Botones”. Esa sería la primera y última vez que serían atendidos por uno, pues los siguientes alojamientos contarían con las acomodaciones mínimas, considerando lo estricto del itinerario que se había propuesto para su Luna de Miel.

Esperó cerca de ellos que hicieran los procedimientos regulares para poder registrarse en el hotel. Mientras su marido mostraba pasaportes, tarjetas de crédito y firmaba el ingreso, para ella fue imposible no dejar caer sus ojos sobre el divertido atuendo de trabajo del muchacho. Su sombrero redondo y de copa plana semejaba un gran queso escarlata. En el pecho de la ceñida chaquetilla carmesí, lucía un sinnúmero de botones dorados que caían desde los hombros hasta su cintura formando un triángulo como laureles ganados en grandes batallas. Los ajustados pantalones negros le daban simpleza a la llamativa tenida del silencioso maletero.

Durante el trayecto en el ascensor, el Botones apenas esbozó una sonrisa. Pensaba que con un par de viajeros que tuvieran tal calidad de bagaje, poca sería la propina y en cambio, arduo el trabajo.

Ya llegando a la habitación y usando una tarjeta electrónica para abrir la puerta, se retiró hacia un lado, dándoles paso a los turistas. En silencio abrió las cortinas, la puerta del baño y quitó el seguro del frigobar. Dando un giro sobre los pies y de manera seca, entregó un juego de tarjetas-llaves al matrimonio y dirigiéndose hacia la puerta, la cerro tras de él.

Confundidos y aguantando la risa, los cónyuges se sentaron a descansar un rato para luego salir a recorrer la ciudad. Cuando iban saliendo del hotel, vieron sentado en un gran perchero ubicado en la entrada principal mirando hacia un punto lejano, al Botones que los había atendido al llegar.

El valijero tarareaba una canción con el movimiento de su pie, apoyado en la estructura de metal. Metiéndose la mano en el bolsillo, el pasajero caminó hacia él y sacando un suculento billete de dólar americano, se lo entregó agradeciéndole por sus servicios. Ese pequeño pero gran gesto, valió para que desde ese momento y durante los días de estadía en ese lugar, cada vez que los veía, corría a ayudarlos con las bolsas de souvenirs adquiridos y hasta apretándoles el botón para llamar al ascensor.

Marcharon una calurosa tarde para continuar con sus amorosas vacaciones y a la última persona que vieron en el momento de cerrar la puerta del taxi con destino a la estación de buses, fue a un sonriente Botones que aprovechando los meses de verano, logró esta anecdótica fuente laboral.



En el tren


Llegaron al terminal de buses a muy buena hora. Hacía calor y estaban entusiasmados. Mientras esperaban que el de ellos se ubicara en el andén con destino a Irún, se detuvieron en la cafetería para refrescarse un poco.

En la mesa de al lado, un hombre mayor vestido con impecable terno, fumaba un cigarro mientras trabajaba frente a un computador personal. Ágilmente movía el Mouse, apretando sus botones a diestra y siniestra. Se notaba nervioso y como apurado. ¡Que extraña sensación! Los novios andaban de vacaciones y esperaban que todo el resto también lo estuviera. Pero el mundo seguía girando y sólo para ellos estaba en cámara lenta.

Disimuladamente, mientras bebían agua mineral, notaron que el vecino alzó su mano derecha para llamar al camarero. Le pidió otro café encendiendo un nuevo cigarro. Continuó aflojando los botones de su chaqueta y con rápido ademán se la sacó ubicándola en el respaldo de la silla. Cambió de mano el cigarro y tomó nuevamente el Mouse para seguir explorando en su computador, con más energía que al principio. El ruido del botón izquierdo del dispositivo manual se intensificaba a medida que pasaban los minutos.

Por alto parlante escucharon que el bus ya estaba en su lugar y, pagando la cuenta, se levantaron tomados de la mano en dirección al andén con toda la ilusión de una nueva aventura.

Después de algunas horas de viaje, llegaron a la frontera, en donde, después de pasar por policía internacional, lograron entrar con dirección a la “ciudad de los Papas”.

Tomaron su equipaje, se lo colgaron a la espalda y con pies polvorosos, se subieron al tren buscando sus puestos. Recorriendo el vagón del tren, miraban a todos los demás pasajeros que venían a bordo; mucha gente mayor en dirección a la Gruta Santa de la Aparición de la Virgen en Lourdes, jóvenes estudiantes en recorrido veraniego de todas partes del mundo; emigrantes de todas razas buscando mejores oportunidades de vida; otros novios y hasta algunas risotadas compatriotas se escuchaban al fondo usando modismos propios de su país.

Era un tren del mundo, con toda la gente que podía caber y con todo preparado para marchar. Se escuchó el silbato del maquinista a la hora señalada y comenzaron las ruedas a girar. La emoción se hacía más latente a medida que el moderno convoy aumentaba la velocidad.

Ya ubicados los números, apretaron el botón del portaequipaje y guardaron allí sus mochilas. Se sentaron con mucho cuidado leyendo las instrucciones escritas en un manual ubicado en el asiento delantero. Estaba comenzando a atardecer y luego de un largo día de viaje, decidieron descansar para llegar al destino final con fuerzas para caminar, caminar y caminar.

Apretaron el botón rojo ubicado en el brazo del asiento y, abriéndose una pequeña puerta debajo de cada asiento, salió una manta para taparse durante la noche. Luego, apretando el botón verde ubicado al lado del rojo reclinaron los respaldos como tratando de acomodar una litera. Tomaron sus manos y dándose un tierno beso, se quedaron dormidos. Ya estaba de día cuando fueron despertados por un negro guante que les tocaba el hombro y que les pedía sus boletos. La ”stazione Termini” estaba cerca. Al fin podría conocer todos aquellos lugares cargados de historia que tanto ansiaba conocer, la Città del Vaticano con su Coliseo y Foro romanos, la Capilla Sixtina, la Fontana di Trevi, famosa por la oportunidad que da al tirar una moneda de espaldas hacia ella y pedir el deseo de volver algún día.

El ya había estado antes en el viejo continente, por lo que mostrarle todo este nuevo mundo a su flamante esposa, era un honor. Juntos recorrieron todos y cada uno de los lugares que ella quería admirar.

Pasaron los días y continuaron viajando. No mostraban cansancio y aprovechando las conexiones del Eurailpass, dieron la vuelta entera. Hermosos lugares dejaron atrás y, volviendo a la ciudad del céntrico hotel del Botones, se dirigieron al aeropuerto de Barajas para tomar el avión de regreso a casa.

Después de varias semanas con subidas y bajadas, dormidas y trasnochadas; copas, bailes y museos; fotos solos y acompañados; cambio de dinero e idiomas extranjeros, durmieron por primera vez en el que de ahí en adelante sería su hogar. Lo que no sabían en ese momento, es que un pequeño ser, del tamaño de un chiquito botón, estaba comenzando este nuevo recorrido en compañía de ellos dos.


Del Libro "Bolsita de Botones" Registro de Propiedad Intelectual Nro. 150.430, Octubre 2005, Santiago de Chile.

Texto agregado el 08-10-2005, y leído por 393 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
12-10-2005 bueno lei tu cuento esta entretenido.. es una historia personal? poet_taciturn
 
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