¡Y llegó el gran día!
Ariel, un pibe argentino, cumplía su sueño, jugar en un club de México, su hermano, radicado en ese país hacía un tiempo, estaba sentado en la primera fila de la platea, no cabía en sí de orgullo.
Comienza el partido, Ariel muestra todo su potencial, sabe atacar, no permite que el rival se arme, no obstante, está en dificultades, llegando al arco, sus compañeros nunca le dan un pase a pesar de que él está en una posición favorable, —les grita, —¡Aquí! ¡Aquí! —Parece que lo hicieran a propósito, tiran al arco en cualquier posición y al bamboleo errando todos los tiros. Ariel cambia de táctica, va marcando a un jugador del equipo contrario, logra sacarle la pelota, la patea con todas sus fuerzas y ¡ Gooooool ¡ abriendo el marcador 1 a 0, un minuto antes de finalizar el primer tiempo.
El hermano de Ariel, con mucha bronca y con expresiones mexicanas que ya se le pegaron, le grita, —Pinche canijo, hiciste un gol en contra, —Ariel, calentón, como buen hijo de tana, y haciendo exagerados movimientos con los brazos, le responde, —Y que querés, pelotudo, si mi equipo no me da la oportunidad de hacer un gol.
El segundo tiempo fue distinto, sus compañeros, por respeto o por temor de las reacciones del argentino, le permitieron jugar y mostrar todas sus destrezas.
Dos goles de derecha y un zurdazo impresionante, marcó el 3 a 1, un gol de cabeza y otro de taquito, finalizando el partido con un glorioso 5 a 1. Todos festejaban con aplausos, abrazos y cánticos, Ariel, sigue metiendo goles, se retiran todos, pero él sigue goleando a un arco vacío, saca una lapicera, escribe algo en la pelota y la patea con tanta fuerza, que se eleva por las tribunas, sigue en alocada carrera cruzando mares y fronteras hasta llegar a la Argentina y caer en manos de Nilda, ésta la toma con asombro y lee.
“ Mamá, te amo. Tu hijo Ariel”.
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