Inicio / Cuenteros Locales / Larissa / El camino a la felicidad no es un sendero de rosas...
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Once años y mi "vida" ya era peor que el séptimo infierno. Los sinsabores de la infancia tenían mi corazón hecho una enorme llaga. El alma me la habían tatuado con tinta de amargura y agujas siniestras. Para sumar desgracia, una dama esquelética y vestida de blanco se llevó al angelito verde que devolvía su sonrisa a aquella bebita que arruinaron los grandes. Eso bastó para acabar conmigo. Lloraba todos los días por las desgracias que torturaban mi cruel existencia. El mundo entero parecía estar en mi contra. En el colegio, en la escuela dominical, en el grupo de exploradores,... Donde fuera, yo era siempre el patito feo: la niñita rechazada, la que no tenía amigos, la que no hablaba con nadie. Y sin hogar. ¿ Se puede decir hogar a una casa en llamas en donde tú eres el pasto? Como mi angelito se había dormido, yo no tenía ya ningún consuelo. Guardé sus plumas en un cofrecito de madera. Si mis padres me reñían diciéndome que no tenía motivos para llorar, yo cogía el cofre y mascullaba:-" Pues ahora sí los tendré." Y gemía hasta deshidratar mi tristeza. Me quedaba dormida y despertaba de malhumor. Una mañana, el viento me arrancó el cofrecito de las manos. Las plumas se fueron volando. Estaba en el colegio. Era hora de recreo y por supuesto, yo andaba sola. Dejé escapar un alarido. Al instante me derribó una piedra. Mientras me sobaba la cabeza escuché la sonora carcajada del chico por el que babeaba como una pobre masoquista. Anduve buscando las plumas hasta debajo de las piedras. Me importaba un rábano que me siguieran con una mirada mordaz. Tocaron el timbre y no había ni rastro de las plumitas. Yo estaba destrozada y a punto de echarme a llorar. Como si no fuera suficiente, mi maestro me encontró metida entre unos arbustos y me preguntó qué estaba haciendo. No me dio tiempo de responder y de inmediato pronunció estas palabras tan duras como espinas de fuego que penetran muy hondo en el alma:-" ¿ No escuchaste el timbre, niña? ¿ Estás sorda acaso? ¡ Sal de allí rápido y vete a la clase! Más te vale que no hayas olvidado tus libros. ¿ Hiciste la tarea verdad? ¿ Te aprendiste la lección? Espero que sí. A ver si hoy haces bien los ejercicios de geometría cuando te pase al pizarrón. Para estar repitiendo deberías de ser la mejor. ¡ Pero estás peor que el año pasado! Así nunca llegarás a sexto y serás siempre una fracasada". El maestro me dio la espalda y empezó a caminar confiado, seguro de que yo iba detrás. ¡ Viejo narizón! Apreté los puños y los dientes. Me brotaron lagrimones de hirviente cólera. Me sentía herida hasta en mi más íntima fibra. El dolor creció como un diablo voraz que me roía por dentro. No pude más. Hundí la mano en mi bolsillo y saqué una navaja que llevaba conmigo todo el tiempo. Pensé en lo harta que estaba de esa "vida" sin amigos, del llanto diario, de los golpes y de las burlas, de la angustia y las tragedias. Decidí que había llegado el momento, no iba a postergarlo más. Me acosté boca arriba sobre la tierra mojada. Mi ropa se empapó de lodo al instante. |
Texto agregado el 13-10-2003, y leído por 616 visitantes. (0 votos)
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