Intenté dejar a un lado los pensamientos de la agujereada esfera que sostiene mi cuerpo, aún así, las cavilaciones retornaban una y otra vez a mi mente, haciéndome presa de mis emociones, las cuales envolvían todo mi ser, sus garras enternecedoras penetraban por los costados de mi pecho, lo acariciaron, para luego dejar caer sus enormes uñas y deslizarlas sin compasión. Eso era el dolor. La más pura y límpida sensación agónica que padece el alma, mí alma, la cual estaba a punto de ser extinguida eternamente, la que se apagaría por siempre, por obra y gracia de un ser maligno, que ha deseado acabar con lo único verdaderamente inmaculado que poseía.
Su hálito ponzoñoso estremecía de pavor mi rostro, mientras intentaba neutralizarme, apartar la desesperación que invadía, y dejarme llevar por el tormento que veía venir, para así, no sentir el próximo estertor de mi cuerpo lánguido y exánime, la piel amoratada por los golpes recibidos, de cuyas llagas emergían espesas gotas de sangre; cerré los ojos, taciturna y mustia, sabiendo que era imposible mantenerme en blanco, opté por ahogarme en mi angustia, perecer por ella y no por el mal que aquel sujeto me propinaría, pues aquello, sería, la peor de las humillaciones vividas y experimentas por el ser humano, la de fenecer subyugada a un hombre sin sentimientos, y con una profunda fisura gangrenando su espíritu. Sus pupilas, evadían la mías, mientras sostenía con ambas manos, mis frágiles brazos huesudos, enterrándolos, sobre un colchón impregnado de sebo y sudor, su respiración humedecía mis mejillas, su rostro, me producía náuseas, deseaba gritar, pero mi voz, se había disuelto en el silencio, se había disipado de espanto, aunque separase mis labios, mis cuerdas vocales ya estaban del todo atrofiadas.
Las lágrimas se coagularon en mis ojos, cristalizándolos y tornándolos vidriosos, ya no sería espectadora de aquel acto sádico y carnal del cual yo sería víctima, mi vista, estaba dirigida al vacío desde aquel entonces, sólo esperaba y ansiaba que todo culminara pronto. Mis cinco sentidos desaparecían, mi olfato, sólo sentía la putrefacción que emanaba de su boca, mis manos, estaban adormecidas, no tenía fuerzas para impedir aquel acto brutal, sólo podía orar, con una pequeña esperanza, para que se arrepintiese, para que tomase conciencia del daño que estaba causando, para que en el fondo, rescatase parte de su alma perdida en la oscura inmensidad del mal.
Sólo uno de mis sentidos se había agudizado, el de la audición; oía cómo el sujeto arrancaba el cinturón de sus pantalones, deslizando el clavo de la hebilla por el ojal, para luego, sacudirlo y tenderlo a mi lado, sintiendo en mi brazo la parte metálica, la que electrizaba mi piel, erizándola de nerviosismo, segundos más tarde, procedió a desabotonar su camisa, lentamente, mientras de su pecho, escapaba su transpiración, la que caía en gotas sobre el mío.
Miró fijamente a mis ojos, más no podía responder con la mirada, mi vista estaba nublada, y ver su rostro, aumentaban mis deseos de revesar, así que agaché la cabeza, para evitar sentir dolor, esperando adormecerme, provocándome, vanamente, el desmayo. Tras un breve lapso de tiempo, aún cabizbaja, sentía su cuerpo húmedo apegarse al mío, con tal fuerza, que mis huesos crujían al tener contacto con su piel escamosa y sórdidamente viril, mi respiración se mezclaba con la suya, y sus jadeos hacían vibrar mi rostro palidecido. Sus manos recorrían morbosamente mis senos pequeños por debajo de la polera, mi cintura, desabrochando apresuradamente mis pantalones, hasta dejarlos caer al suelo, posicionado encima mío, con sus uñas, despedazó con furia mi ropa interior. El comienzo del final se aproximaba, más, en mi espíritu abatido, la oración permanecía latente, rogaba por su arrepentimiento, aún no era demasiado tarde, aún no destruía mi existencia por completo, aún estaba convencida de que en su alma, existía una pequeña luz de bondad y piedad. A medida que recorría mi cuerpo, mis súplicas se acentuaban, al igual que la desesperación, al darme cuenta que nada de lo que hacía, daba resultados, por el contrario, aquel hombre, famélico de placer, desataba aún más sus instintos animales. Levanté unos momentos mi cabeza, con las manos crispadas intenté tocar las suyas, restregué mis párpados sobre el globo ocular, para así aclarar mi visión y verle a los ojos, esfuerzos sobrenaturales se concentraban en mi interior, agotando el último recurso. Después de ello, todo estaría perdido.
Cuando al fin, mis ojos podían apreciar los suyos, comencé a tragar grandes bocanadas de saliva, para así agudizar mi voz, esperando a que fuese oída. Al sentirme totalmente preparada, sostuve con mis dedos sus brazos, y miré con profundidad el fondo de sus pupilas abstraídas y carcomidas por el resentimiento, y sólo ahí, en el momento en que logré captar su entera atención, me atreví a hablar, con la cabeza en alto, y débil tono de voz. Sólo pronuncié:
“por favor, señor, no me lastime que yo no le he hecho daño alguno… Por favor señor, no me prive de la felicidad, no me arrebate lo único bello que existe en vida, por favor, yo aún creo en la bondad del ser humano…”.
Después de aquella petición, perdí todas, absolutamente todas mis fuerzas, creyendo, fehacientemente en que le había convencido, pues, dos lágrimas, nacían de sus ojos temerosos, soltó mis brazos, para enjugárselas, producto de la vergüenza de haber llorado ante su víctima. El alivio y la calma retornaban, todo lo que necesitaba el hombre, eran algunas palabras que desencadenaran los sentimientos puros y nobles que tanto se empeñaba en esconder. Al fin, todo había concluido, sólo era una pequeña sombra que opacaba mi vida, que el tiempo se encargaría de borrar, tomé mis prendas para vestirme, ya todo había terminado.
Sus enormes manos, se separaron de su faz, la mirada cambió nuevamente, mostrándose tal cual como era antes de su llanto, vil, malvado, perverso. Nuevamente temí por mi vida, y decidí correr a medio vestir, mas, su velocidad produjo que me alcanzase antes de haber llegado a la puerta, hundió su pulgar en mi brazo, y me lanzó hacia el colchón, con tal fuerza, que arrastró la cama varios metros, hasta toparse con la muralla tapizada de moho; volvió a quitarme la ropa, esta vez, más colérico e iracundo, más violento, más febril. Sin aún reaccionar al insólito cambio de conducta, ya que tal perplejidad me impedía dimensionar lo real de lo imaginario, lo presente de lo pretérito, recobré la lucidez, ya que mi interior se removía, sentía penetrar algo dentro de mí, algo que desgarraba mi útero, haciéndome sentir intensos e interminables dolores de parto; de mi matriz caían trozos de endometrio, los cuales humedecían mi entrepiernas, a los pocos segundos de haberse desprendido la parte membranosa, cayó un chorro de sangre mojándolas por completo, y a medida que el flujo sanguíneo empapaba sus extremidades inferiores, mayor era el placer que lo embargaba, dando alevosos gritos orgásmicos, los que provocaban intensas náuseas en mí, seguido de dolores insoportables. Grité estrepitosamente, como un lobo en agonía, ya que de su miembro emanaba un liquido espeso, cuya acidez corroía mis entrañas generando ardor, el que se prolongó durante varios minutos.
Luego de eso, me arrojó al suelo, como a un sucio estropajo, tras haber saciado sus necesidades, subió el cierre oxidado de su pantalón y se marchó. Cerró la puerta con llave desde el otro lado, abandonándome a mi suerte, a mi maldita suerte que no podía ser peor. Acababa de ser ultrajada, mi cuerpo, lo había desvirgado un hombre vacío emocionalmente, que no producía en mí, más que decepción, y una profunda pena.
Mi cuerpo desnudo permaneció en una quietud silente durante varias horas, sintiendo el frío contagioso anidarse en mis huesos, ya nada importaba, después de lo ocurrido todo carecía de sentido, la neutralidad había atrapado mi espíritu, congelando a su vez, mis emociones. ¿En qué me he convertido?. ¿Cómo podría mirar a los ojos a los seres humanos? ¿cómo podría volverlos a amar?.
Tiemblo de frío, mis manos se sujetan a mis ropas destrozadas, para cubrirme, volverá. El sujeto volverá y me violará una y otra vez, hasta aburrirse y asesinarme. No tengo miedo, no obstante, me cuestiono una y otra vez la misma interrogante ¿Por qué Dios, por qué, aquel ser supremo dotó de razón a una especie, que, sin embargo, actúa por instinto?. ¿Por qué, si tuvo la posibilidad de arrepentirse, lo llevó a efecto?. A partir de hoy, dejo de creer en Dios, en Dios, y en el resto de la humanidad.
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