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“El Disfraz”

Carnaval

Corría el mes de febrero y eso significaba que era época de carnaval. Esta fiesta era nacional. Durante algunos días se acostumbraba tirar agua como una manera de festejar, tres días antes del miércoles de ceniza, el comienzo de la Cuaresma. Todo el mundo se mojaba hasta los huesos. Había que caminar con cuidado por la calle pues los baldes con agua tirados desde las ventanas no perdonaban a nadie.

Daba risa ver señores mojados desde el sombrero hasta los zapatos y señoras persiguiendo niños que momentos antes les habían tirado globitos llenados con agua con una puntería digna de campeón olímpico.

Todo valía. El tirar agua con baldes o con bombas de agua, espumas multicolores, harina blanca y hasta talco, era algunos de los “ingenios” con los que se jugaba carnaval. No importaba si había sol o lluvia, el entusiasmo sobrepasaba cualquier condición del clima en esa linda capital que evocaba en su parte antigua, toda la majestad de la colonización española.

Ese día domingo, todo era felicidad. El padre y la madre salieron al jardín vestidos ligeramente para poder gozar de la manguera. El hijo preparaba las “bombitas” en el grifo del lavadero y las depositaba en un recipiente para comenzar, a la brevedad, la guerra de agua familiar.

La niña observaba correr a su madre escapando de los manguerazos que a toda presión le tiraba el padre. Era una escena feliz. Todos reían y disfrutaban.

Los dos hermanos jugaban mucho pero también peleaban y, como todos los años, ella sabía que sería la víctima oficial de la travesura fraterna. Tenía que pensar como escabullirse de su consanguíneo, pues el granuja en algo andaba y más de alguna sorpresa le tenía.

La pequeña y su familia eran extranjeros. Ese país los había acogido afectuosamente y ellos participaban de estas nuevas costumbres que nunca habían practicado en su tierra.

Distraída y un poco solitaria, los recuerdos de la primera infancia en su patria, provocaban nostalgia en ella.

Recordaba grandes avenidas y mucha gente en las calles. Jóvenes con faldas cortas y zapatos con suela de madera. El pelo largo y suelto también le llamaba la atención. El suyo era rubio y muy crespo y su nana la peinaba con mucho cuidado para que no le doliera. La adornaba con un cintillo plástico que tenía florcitas de colores en todo su contorno, resaltándole el verde claro de sus ojos.

Tenía vagas imágenes de su casa. Era grande y muy bonita. Desde la ventana de la escalera que accedía al segundo piso, le gustaba ver a su padre quemar las hojas caídas de los árboles. Junto a su hermano, esperaban tardes enteras en el jardín a que cayeran papelitos tirados por avionetas desde el cielo, con los aspirantes para la presidencia.

Para compensar esa partida abrupta, sin saber bien del por qué sus padres así lo habían decidido tres años antes, el mundo de la fantasía ocupaba gran parte de su cerebro y todos los sueños que puede tener un ser humano con nueve años de vida, se hacían realidad en sus pensamientos. Esta “habilidad” mental, no le permitía frustraciones pues todo lo lograba con su imaginación.

Las vitrinas con lindos juguetes no eran un sufrimiento para ella pues jugaba con toda clase de muñecas; las vestía con lindos trajes; los zapatos abundaban por doquier, todo esto en sus ensoñadoras invenciones.

Los gatos también formaban parte de sus “imaginarios mundos” llenos de amigas y amigos. En ellos encontraba pacientes colaboradores de sus juegos infantiles. La perseguían, dormían con ella, los podía vestir y desvestir a su antojo, los alimentaba con las extrañas comidas que le servían, pues según ella, nada mejor para un niño que el puré con salchichas.

Muchas veces presenció cuando más de alguno de sus michitos, aparecía como preciado regalo para su mamá con algún pajarillo cazado furtivamente o con algún ratoncito colgando del hocico. Para ella, esos eran trofeos traídos por sus mascotas, como agradecimiento por el cariño entregado a ellos por parte de esta familia.

Precisamente, jugando con los felinos domésticos, recordó que tenía algo pendiente que hacer y dando media vuelta dirigió la mirada hacia la puerta de la cocina como en dirección hacia su casa.



Arduo trabajo

Estaba nerviosa. Quizás emocionada. Era carnaval y habría una fiesta en su colegio. Tenía que elegir un disfraz para el festejo final y esperaba sorprender a sus pares con el más original. Tenía cinco días para idearlo y hacerlo. El próximo viernes se lo pondría y ya pensaba en lo que dirían sus compañeras cuando la vieran llegar.

Pero, ¿podría hacerse un disfraz?

A pesar de ser tan chica ya sabía usar la aguja y el hilo. Las monjitas del colegio al que asistía le habían enseñado labores y gracias a eso podía coserle ropita a sus muñecas.

En un momento de descanso de la lluvia de agua carnavalesca, mientras todos se divertían en el patio, subió hasta el dormitorio de sus padres y, como de costumbre, registró el ropero buscando algo que le inspirara su creatividad, concentrada en el magno acontecimiento por venir.

De su padre, rescató unos viejos pantalones que éste usaba para hacer trabajos domésticos. Luego, trajinando los cajones de ropa de su madre encontró una blusa ancha y de llamativos colores que podría servir ¿Qué hacer con todo esto?

En el fondo de una caja de cartón había unas lanas de color café que le parecieron unas melenas. Mirando todo en sus manos tuvo un momento de inspiración. ¡Estaba listo!

-¡Seré un hippie!-, exclamo.

Cortó las lanas de un mismo largo y las cosió por el centro semejando una peluca. Abrió los hilos, uno por uno y quedó una melena aleonada, perfecta para el disfraz.

Luego, procedió con la blusa de la mamá. Le quedaba grande y larga de mangas. Enhebró una vez más la aguja con un hilo y con la ayuda de una pequeña tijera, sacó los botones de los puños y luego los cosió ajustándolos a la medida de sus muñecas.

El pantalón era cuento aparte. Realmente sería un trabajo mayor. Se los probó y decidió que con un hilván en las bastas no lo arrastraría. Para el ancho de la cintura, un par de botones serían perfectos. Ahora sólo faltaba conseguirlos…

Caminó hasta el velador de su madre y encontró la robusta bolsa de género que tomaba con regularidad pues contenía un sinnúmero de ruidosos botones que sonaban cuando se la pasaba de una mano a otra.

La abrió y la volteó sobre su cama buscando los mejores botones para su trabajo. Una vez elegidos los que cosería en el pantalón de su disfraz, hubo uno que le llamó profundamente la atención.

Afuera se escuchaban las risotadas y el correr del agua por las cañerías que generosamente surtían del preciado elemento a la parentela que disfrutaba del momento. Gritos de dolor cuando el hermano acertaba con sus húmedas municiones y luego las risas, demostraban el agradable momento que se estaba compartiendo.

Con la llegada de unos vecinos a unirse al juego, nadie notó su ausencia lo que le permitió seguir ensimismada con la visión de su original atuendo.
Era grande, color rojo obispo. No podía dejarlo fuera. Era demasiado bonito y ya pensaría que hacer con él.

Pasó el tiempo sin darse cuenta. Se fueron las visitas, el sol se puso por el oeste y sus padres subieron a cambiarse de ropa. El hermano aún revoloteaba en el jardín persiguiendo a los gatos que huían despavoridos del agua.
Esa noche, le costó quedarse dormida pensado en lo que vendría. Tarde concilió el sueño y en sus manitos guardaba como tesoro, el botón rojo que había apartado.

Todas las tardes, después del colegio, proseguía en su afanosa tarea para no tener sorpresas de último momento. Estaba contenta y esperaba el día con mucha ansia. Ya faltaba poco y aún no sabía en que usaría la pequeña pieza.

Probó coserlo en la blusa pero no se distinguía entre tantos colores; en la peluca de lana no se veía bien y en el pantalón estaba demás. Jugando con él, le pasó un pedazo de lana que le había sobrado y le pareció una buena idea colgárselo al cuello como un collar. Total, la moda hippie aguantaba cualquier cosa. La portada de un disco de vinilo de un grupo que cantaba en inglés, mostraba unos chascones de barbas largas con todo tipo de colgajos al cuello. Pensando en ellos, se inspiró para la ocasión.



El gran día


Estaba listo. Era la noche del jueves y sabía que al día siguiente iría vestida sin el uniforme colegial pues no habría clases regulares. Todo sería bullicio y diversión. Le preocupaba si, el hecho de que nadie de su sala le revelara algo sobre el disfraz elegido. Era raro también, que ese día, todas se despidieran como si el día siguiente fuera a ser de lo más normal. Seguramente, querían sorprender al resto con sus trajes y por eso no comentaron nada al respecto.

El bus escolar la recogió temprano en la mañana y sus padres, desde la ventana, la vieron subir toda ilusionada con su gran tenida que imitaba a las juventudes de los años ´60 que gustaban de vivir en comunidad.

De salida, llegó tarde al bus escolar. No quedaba otro asiento que el de la ventanilla, al lado del chofer. Sentada ahí, mirando hacia al frente, no podía dar vuelta la cara para ver lo que sucedía tras de ella. Estaba impaciente. En sus manos jugaba con el botón collar que movía de un lado hacia el otro, como manecillas de reloj queriendo apurar los minutos y acortar de ese modo, el camino a casa.

-¿¡Cómo te fue!?- -preguntó exaltada la madre en el momento en que le abría la puerta de calle-

-Bien, -dijo escuetamente la niña- y dándole un beso en la mejilla subió corriendo las escalas hacia su dormitorio.

Cuando su madre la encontró nuevamente, estaba sentada en la cama, descosiendo los arreglos en el pantalón y tenía la bolsa de botones a su lado, semi cubierta con la blusa toda arrugada y dejada como con descuido. El botón rojo usado como collar resaltaba sobre la blanca piel de su pecho, abrigado con una infantil camiseta blanca de algodón.

La pequeña, al verla parada en la puerta, le esbozó una sonrisa y le comentó:

-Mamá, me hice popular. Conversé con niñas que nunca antes me habían apreciado. Algunas compañeras no sabían lo que era un Hippie y la profesora me felicitó por la idea; caminé por el colegio y me sentí diferente a las demás. Realmente fue el más original-

-¿les gustó tu disfraz?– la interrumpió su madre.
-No mamá, no me has entendido- Sus ojitos inocentes se llenaron de lágrimas y corriendo con las manos todo lo que tenía encima de su cama, se acostó bajo las mantas y lloró hasta que se durmió.

Que pasó exactamente durante la mañana de ese día viernes del mes de febrero de algún año que quedó perdido en el calendario de la vida de esta pequeña, nunca se sabrá. Sólo hay indistintas imágenes de un colegio convulsionado con risas, burlas y caras desconcertadas, con la presencia de este personaje casi legendario que apareció extemporáneamente y sin ninguna razón de ser.

Sintió todos los ojos sobre sus espaldas y no entendía que había pasado. ¿En qué pensaba cuando dijeron “…el último viernes después de carnaval…”?, ¡Se había adelantado una semana!, ¿En dónde tenía la cabeza? Su cabecita... Una vez más la traicionaba. Los duendes, las hadas y las vitrinas con juguetes hacían su mente frágil, soñadora, ilusa. Siempre escuchaba la campana pero no sabía donde…

No tenía ganas de hablar al respecto y menos que su hermano supiera lo que había pasado. Eso era lo peor. Sus mofas le dolerían más que todas las ya recibidas. Se sentía confundida y expuesta. Su disfraz, ya no sería una sorpresa el próximo viernes, fecha correcta en que se haría la fiesta para terminar con el carnaval.

Había equivocado la ocasión y la recordaría por siempre. Llorando trataría de guardar su pesar. Su madre, respetando su dolor, apagó la luz y esperaría a que solita se acercara a ella para averiguar qué fue lo que pasó.

Han pasado los años y aún guarda en el cajón del velador, el botón rojo que la acompañó como amuleto para soportar esa larga mañana en que salió del anonimato con toda la inocencia de una niñita que sin más trámite que la simpleza de un disfraz armado con mucho entusiasmo, le valió uno de los sonrojos más grande de su vida.


Del Libro "Bolsita de Botones" Registro de Propiedad Intelectual Nro. 150.430, Octubre 2005, Santiago de Chile.

Texto agregado el 07-10-2005, y leído por 4831 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
10-08-2011 Eres y seguirás siendo una de mis escritoras favoritas de esta página. Excelente relato, lleno de vida, muy bien estructurado y bien logrado, haces vibrar las letras con la emoción de la niñez y juventud! mis 5* KarlaMoreno
01-03-2009 excelente es la palabra correcta, escribes con el recuerdo, con tu alma y con los misterios de la vida, me gusto- mis respetos minuteski2009
13-05-2006 ******** laquesoy
16-04-2006 No hay palabras para describir tu cuento. Es excelente. Superfeòicitaciones.Brgilda. brugilda
06-01-2006 Oooh! que penita =( pobre niñita... se equivocó de día con el disfraz por estar tan entuciasmada Pueden ser muy crueles los niños en el colegio... Muy buen cuentito tía, ;) la felicito... Me gusto que estaba escrito como en rima. Una pregunta: ¿se basa en algo que le pasó en su niñez o solo es ficción? es por la descripción de la niña, que se parece a usted. andriunska
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