EN LOS OJOS DE UN NIÑO RONDABA LA MUERTE.
La noche afuera helaba los huesos; el viento enardecía los tristes sentimientos que se agolpaban a sus sienes. Era la lucha contra el destino, la de todos los días, pero magnificada hasta el infinito…
Los árboles se doblaban ante la furia del tiempo y, sin que ni una gota cayera del cielo, colmaba de amargura sus cansados pasos.
Algo de miedo, de tormento aciago rondaba en sus pensamientos. A cada tranco se daba vuelta para ver si la seguían; por si alguna sombra tenebrosa quisiera abrazar su cintura… De pronto, la noche oscura tuvo un relámpago centelleante; algo hizo que las escuálidas luminarias brillaran por un momento y presintió cables eléctricos azotándose en el suelo.
Le faltaba poco para morir de espanto cuando al fin llegó al centro del pueblo: unas pocas cuadras que hacían recordar ciudades antiguas o imaginadas, con sus casas al borde y uno que otro letrero de tienda... La luz era más nítida, incluso el viento golpeaba menos fuerte. Sintió alivio, podía respirar mejor, calmar sus temores; y, por fin siguió su camino al único boliche abierto.
Se alegró de ver las calles vacías, que ahora recorría confiadamente. Aliviada recobró la calma y se rió de sus miedos y pensamientos…
Al volver, aún en el centro, se cruzó con un antiguo camarada que la saludó alegremente. Atrás de ella, por la vereda del frente, un niño de unos diez años venía en su misma dirección, con la mirada perdida en un punto lejano más allá de la luz; quizá con el mismo miedo que tuvo ella esa noche sola y tormentosa. Se alegró de la muralla que la protegía contra el viento, del camarada, del niño… Se vuelve a verlo y en sus manos adivina el reflejo brillante de un vidrio en el mismo instante en que era lanzado por el aire. No tuvo tiempo de reaccionar, un vidrio grande e irregular pasó a dos centímetros de sus ojos para ir a estrellarse contra el cemento…
El efecto de la tormenta ya había abandonado su cerebro, así es que pudo ver a su agresor con la calma de quien ve de lejos los recuerdos. Quiso saber muchas cosas y le habló directamente. Pero el niño no reaccionó. Con las manos en los bolsillos siguió mirando más allá del entendimiento… Aquel niño bien vestido y sin palabras tenía en los ojos el brillo de la muerte.
|