En el centro de tu cuerpo
yace la furia de tu Dios enajenado
y tormentoso,
catedral condenatoria
para quien reconcilia con sus pecados
el arrepentimiento y el perdón,
sinagoga de todos los verbos,
y capital de la fe más férrea
que redime y condena.
Tu cuerpo con el palacio de tus pechos
y las campanas de tu voz,
es la conversión del derecho cristiano
para a amar al prójimo,
es el edén de todos los pecados,
la serpiente y el fruto,
la consagración de Adán.
Me recuerdo sediento
en el paraíso de tus caderas
en una noche de cacería,
al acecho de tu sexo
que fui construyendo con los años
a mi manera,
sin desdibujar más que tu mirada
cuando eras tú quien acechaba;
porque en la Biblia de tu cuerpo
yacen todas las verdades y todos los secretos,
y en la cruz extendida de tus piernas,
mis piernas crucificaron
la sangre en busca de los hijos.
Como si nunca te conociera
no dejé nunca de buscarte,
y con cada lectura de tu piel desmenuzada
por los años y el trabajo,
el veredicto siempre fue el mismo:
Dios ha parido, en ti,
su furia siniestra y su perdón omnipotente,
para mí,
el hijo no deseado de su fe…
En el centro de tu cuerpo
yace la furia de tu Dios enajenado
y tormentoso,
catedral condenatoria
para quien reconcilia con sus pecados
el arrepentimiento y el perdón,
sinagoga de todos los verbos,
y capital de la fe más férrea
que redime y condena.
Tu cuerpo con el palacio de tus pechos
y las campanas de tu voz,
es la conversión del derecho cristiano
para a amar al prójimo,
es el edén de todos los pecados,
la serpiente y el fruto,
la consagración de Adán.
Me recuerdo sediento
en el paraíso de tus caderas
en una noche de cacería,
al acecho de tu sexo
que fui construyendo con los años
a mi manera,
sin desdibujar más que tu mirada
cuando eras tú quien acechaba;
porque en la Biblia de tu cuerpo
yacen todas las verdades y todos los secretos,
y en la cruz extendida de tus piernas,
mis piernas crucificaron
la sangre en busca de los hijos.
Como si nunca te conociera
no dejé nunca de buscarte,
y con cada lectura de tu piel desmenuzada
por los años y el trabajo,
el veredicto siempre fue el mismo:
Dios ha parido, en ti,
su furia siniestra y su perdón omnipotente,
para mí,
el hijo no deseado de su fe…
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