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El tipo había adquirido con lo años la costumbre del silencio, la soledad, y sobre todo el anonimato, vagando por arriendos en sectores periféricos, reptando como una imagen sombría en los suburbios, dejando a su paso tan sólo el aroma de los Belmont rojo que acababan con el, lenta y pacientemente. Cobraba por lo general en efectivo (favores de vez en cuando), y sólo a través de intermediarios, viajando de ciudad en ciudad con el bolsillo peligrosamente lleno de billetes. Se dejaba la barba, se teñía el cabello, subía y bajaba de peso según la necesidad, y en ocasiones una que otra cicatriz simulada sobre la frente, para dejar una huella prudente y distractora de su paso. No sabemos en realidad el origen de su nombre, y que con certeza no lo era realmente, pero los contactos los efectuaba a través de la Internet simulado como “El Corsario”. En el medio, aunque “desconocido”, era respetado por la destreza e inimitable invisibilidad con que ejecutaba los trabajos. Jamás una huella, un rastro, o una pieza fuera de lugar que lo sindicara e identificara como el ejecutor. En una ocasión, con el puñal aún tibio y sangrante en su mano, tuvo una inesperada convulsión de tos que le hizo vomitar sangre desde sus pulmones y arrodillarse de cara al piso, sobre la misma degolló a los tres cadáveres y los arrastró durante varios minutos por las paredes, el techo, y el piso de la habitación dejando una neblina aceitosa y rojiza en el ambiente, que no desapareció durante días. Los archivo policiales jamás revelaron esto, y la casa fue incendiada una semana más tarde, aparentemente por un puñado irreverente de Neonazis, advertidos anónimamente de la próxima instalación de un Sidario en esa dirección.
Generalmente ves en la pantalla grande historias de tipos como este que acaban mutilados en la cama junto a una prostituta alcohólica, en venganza por un trabajo a medio terminar, o acribillados a la orilla de un río para proteger con su silencio la vida de una menor de edad que finalmente acaba en las mismas. Se me figuraba una especie de Jean Renau en “El Protector”, y fue la imagen que plasmé de el durante varias semanas en mi mente. Pero era diametralmente opuesto.
El trabajo para el que lo buscaba era necesariamente simple. Yo había cometido, en un periodo de nueve meses, un desfalco al bufete donde trabajaba por más de noventa millones a través cuentas inexistentes en varios bancos, y el socio abogado que me había descubierto había logrado tapar el hoyo, pero me exigía la mitad a cambio, y mi salida de la empresa. Lo segundo fue lo fácil, y gracias a los contactos heredados en mis años como asesor legal corporativo me instalé en la gerencia comercial de una Metalúrgica de renombre. Pero a lo primero no estaba dispuesto, y no por el costo económico, sino por el hecho de tener que vivir a expensas del silencio de un chantajista que con el tiempo tendría el poder de controlar absolutamente mi vida, y con el compromiso de la seguridad de mi mujer y mi hijo.
El tipo se manejaba en la Internet con astucia, y mi búsqueda no dio frutos durante días. El dato yo lo había recibido de un traficante que nos entregaba el oro blanco “a domicilio”, y al que, en un arranque de desesperación elevada, le conté mi paradigma. Seguí las instrucciones al pié de la letra, y estando por casi 20 horas conectado, no logré más que correos de respuestas sadomasoquistas y homosexuales de gente enferma. La paciencia y el tiempo se me estaban agotando, y ya transcurridas casi cinco semanas no podría dilatar por más tiempo “el compromiso” de pagar lo correspondiente por el silencio de mi ex-compañero. Aduje inútilmente que el tema debía ser dilatado, para que contablemente no se despertaran sospechas por los cambios repentinos de cuentas, “Ya que, como sabrás, el Bridec vigila cualquier anomalía en los registros bancarios, y sumado a eso mi salida del bufete… Sólo dame algo más de tiempo”. Fue lo que le dije, pero sólo conseguí diez días más, de lo contrario iría a la cárcel, y el daño colateral a mi familia sería devastador.
Una noche, con la mirada pegada al techo por el desvelo, y contando los minutos, recibí un mensaje a mi celular de un número privado: “toma el taxi en las afueras del condominio”. La reacción, admito, fue por inercia. Le dije a mi mujer que iría a la farmacia de turno por un paracetamol, ya que la jaqueca me estaba matando y me impedía el sueño, y evadiendo todas sus medicaciones caseras logré salir, alimentando claramente sus sospechas por mi actitud desconcertante de los últimos días. Efectivamente el taxi estaba por la esquina, calle abajo, y sin consultar nada, lo abordé. Del mismo modo, el conductor encendió el motor y tras echar un vistazo por el retrovisor, comenzó a conducir, sin encender el taxímetro. Los vidrios empañados por la calefacción, me impedían notar claramente la ruta, y los nervios me tenían el estómago hecho nudo. Al poco andar comenzó a virar cuadra por cuadra, zigzagueando, sin rumbo aparente, pensaba yo, y cumplidos casi los treinta minutos se detuvo en Diez de Julio, a unos metros de Vicuña Mackenna.
- ¿Qué se supone que haga ahora?- Le dije.
- Bájese…
- …Y?
- No pregunte wea’. Sólo bájese.
Entonces note que en ningún momento había visto la cara del conductor o la placa del vehículo, y pensándolo bien, era mejor así.
- Y… El Corsario?
El chofer puso en marcha nuevamente el Nissan, y el mensaje fue más que claro, así es que me bajé hacia la vereda sur de la avenida, con todo el comercio ya cerrado y sin un alma. Lo vi perderse en dirección a Irarrázaval con el ruido casi fantasmal que siembran los motores por la ciudad pasada la media noche, y cuando digo perderse es así efectivamente que pasó, ya que sin darme cuenta si había doblado en Vicuña, o seguido derecho, el auto se esfumó, sólo desapareció. Supongo que en momentos como este la mente suele hacernos jugarretas de toda clase. Tomé aire, me calmé un poco, y cuando subí el cierre de mi chaqueta, noté que unos locales más abajo había un burdel desde donde unas prostitutas me hacían señas coqueta y calentonamente. Me les acerqué torpemente, con una imagen de mí absolutamente fuera de foco, y verificando que en mi billetera estuvieran tarjetas y documentos resguardados en el bolsillo interior de mi Bellsport. La con más cara de maraca se me acercó y me agarró el paquete de frentón, y me besó en la boca. –Hola, guachito…- La verdad es que no entendía nada. –No queri’ pasarlo bien un ratito, guachito? mmm si teni’ ma’ cara de bandi’o- Noté la erección involuntaria bajo el pantalón. –Invítame un traguito, y conversemo’ po’. Como sabi’, tai tan rico que en una de esas te sale un regaloneo, gentileza de la casa… jajaja- El trío se largó a reír a boca de tarro, y tomándome del brazo me metieron haciendo caso omiso de mi débil negativa. El “portero”, viendo hacia ambos lados de la calle se hizo a un lado, y acto seguido noté de soslayo que apagó las luces de la entrada y cerró las puertas tras de mí. El aroma a burdel, digámoslo, no me era extraño, todo lo demás, sin embargo, no cuajaba ni como una mala película Chilena, y del rol de debutante ciertamente estaba muy lejos. Me sentaron junto al escenario donde un ebrio forcejeaba con la bailarina de turno y unos dólares en la mano. Sobre la mesita de melanina una vela volteada derramaba la esperma como un sangramiento tras la pérdida de luz. Una de ellas se quedó manoseándome y tratando de llenarme la boca con su asquerosa lengua, mientras la otra apareció con una corrida de whisky, hielo, y unos manís de aspecto más que sospechoso.
- Yo no te pedí nada…
- Puchas, guachito, es que si no te lo tomai el jefe nos va a retar, po’
La idea inicial era salir corriendo, aunque fuera a puñetazos, y olvidarme de todo, pero en realidad ya estaba con la mierda al cuello, y con todas esas luces y el vaho ya mi capacidad motriz fina era casi nula, aparte de no tener para nada claro que mierda era lo que hacía yo ahí. Y no menor era el hecho de que la imagen del tipo en la puerta se dibujaba casi con violencia contenida.
- Y cuánto cuesta esto? – Fue lo único que se me ocurrió, o lo único con lo que atiné, mejor dicho, manoseando torpemente el etiqueta roja de cuarto enjuague.
- …
- Cinco millones.- Sentenció la puta con voz firme y seria, calándome los ojos con la mirada, como si la acústica de su garganta se expandiera con un tremendo surround, y sin ese “delicado” acento periférico de camboyana.
De pronto las otras dos habían desaparecido meneando el trasero hacia la bruma etérea de la esporádica clientela. Al ebrio lo sacaban a patadas (por lo cual agradecí el haber contenido mi impulso), el punchi punchi se volvía estruendoso, y las luces apuntaban coloridas en todas direcciones como una mala sinopsis del inicio del Episodio III y donde los láser de los ojos de la mina no dejaban de apuntarme. Miré hacia todos lados buscando alguna silueta sospechosa, una figura fuera de lugar, un indicio al menos que confirmara mi teoría alucinante de que El Corsario estaría allí, observándome. Generalmente cuando estoy nervioso tiendo a ver recurrentemente mi reloj, pero en esta ocasión el tic tac frenético provenía de mi corazón.
- Míreme a mi, por favor, o que acaso no escuchó lo que le dije?- Replicó la tipa.
¿Será cierto lo que cuentan? Eso de que la mayoría de las mujerzuelas que rondan por estos burdeles son universitarias trabajadoras nocturnas que se pagan la carrera haciendo de las suyas. Las palabras sucias de mi mujer en el Vitara se me vinieron a la mente, y la comparación, aunque injusta, fue inmediata y odiosa.
Trataba infructuosamente de hilar las oraciones en mi mente, y de responder correctamente, ya que sabía de lo ella estaba hablando, pero toda certeza en milésima de segundos se volvía dudas. Nada más al parecer había que aclarar o preguntar.

- Cómo le cancelo? – Di por hecho que el traficante ya habría traspasado todos los pormenores del contrato a El Corsario, así es que con esa actitud de Harrison Ford de caricatura, con el codo en la mesa, y el vaso empinado, le repetí la última frase y agregue…
- Quisiera hacer el trato con el…
- Acepta… o no?- Me calló.
¿Has notado que la contra actitud de una mujer te puede hacer mierda el libreto en no menos de dos segundos, y que finalmente te conviertes en un mero actorcillo de reparto en su gran Teatro?
- …esta bien.- Y bebí. Sólo tengo noción de ese primer trago.

El único recuerdo claro, días más tarde, de ese minuto, es observar medio aturdido a la mujerzuela vistiendo su delicada cadera que era como el centro de la Venus donde desembocaba la palidez hipnotizante de su piel, y despedirse de mí con un tierno beso que impregnó mi boca de su aroma celestial. De la desnudez de una mujer sería sacrilegio no enamorarse. Luego yo saliendo, horas más tarde, ya amaneciendo, de un motel en San Martín, con la mirada pudorosa de los transeúntes que iban o venían havia el Traumatológico. El sol de la mañana era impactante, y reaccionaba con mis parpados torpe, y somnoliento. Del resto de lo que haya sucedido, los recuerdos son más que vagos, y en honor a la verdad son más de la piel que de la memoria.
Tras unos días de efectuado el trabajo, y cancelado el precio, las noticias en todos los medios escritos y visuales jugaron a mi favor, y el hecho fue aducido a un crimen pasional por parte de su mujer, quien a la mañana siguiente fue también encontrada muerta en una banca de la plaza Brasil, dándola a conocer como La Chacal de San Bernardo.

El por qué me fui de Santiago, con la mina esta, dejándolo todo, mi familia inclusive,… ya es otra historia.

Texto agregado el 06-10-2005, y leído por 119 visitantes. (0 votos)


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