Corría la tarde en medio de los bocinazos, cuando los dos amigos se encontraron a la salida de la estación del metro. De ahí en más y tras los abrazos de protocolo, ambos camiron rápido al bar de la esquina, pidieron dos cervezas, prendieron igual número de cigarros y sin más trámites, se hundieron en una conversación muy amena:

"Cerré los ojos para no ver, la aguja me quemaba el alma. Como hago siempre para no eyacular precozmente, me puse a pensar en la orilla de una laguna, cuando inhala y exhala sus pequeñas olas. Para mi tranquilidad una cortina separaba la pequeña sala de la entrada del negocio. Afuera el gentío se daba cabezasos, como en mi colegio cuando era la hora del recreo. El sonido de la maquinita se mezclaba con el estallido de las guitarras eléctricas que pulsaban desde los parlantes. Estaba permitido beber alcohol, para embriagar el dolor creo, así que llevé mi petaquita de ron. Sólo abrí los ojos cuando hubo que destapar la minúscula botella; el resto del tiempo me lo pasé esquivando el aguijón. Él me hablaba todo el rato de dragones mientras yo por mi parte no dejaba de pensar en el rostro del Cristo tatuado en mi brazo izquierdo. Seguro que me traería suerte, mi compromiso con Dios lo traía desde muy niño. Ya una vez me trajo harta suerte la estampita de San Alberto colgada del espejo retrovisor de mi cacharro. Me sirvió harto cuando la diabetes casi le come la pierna a mi madre o cuando me agarró firme el copete.

Casi como tres veces estuve a punto de no aguantar más, menos mal que no fue así, me hubiese muerto de la vergüenza. A cada rato el hombre hacía pausas en su labor, creo que para beber también. Pese a que mantuve siempre cerrado los ojos el olor de su aliento lo delató. Más tarde el artista me empezó a hablar de un montón de cosas raras. Se entusiasmo mucho cuando intentó explicarme el famoso mito del dragón, según él, el que se salía por una fuente de la plaza de Toledo. Se puso a hablar también no se que cuestión de un supuesto retorno eterno y de dragones que se comían la cola. Para mí que el tío se anduvo rayando con tanto copete que bebió. A cada rato sentí que me limpió la sangre con vaselina y algodón. Menos mal que no abrí los ojos, sino seguro que ahí mismo me ponía a vomitar. Luego le dio por llamarme 'luchito', como de manera despectiva. Me dieron ganas de pararle el carro por la patudez, pero luego me contuve, pensé que lo hacía para alivianarme la pesada carga, de buen chato que era no más, como cuando uno llama a todos por 'juanito', al chofer del taxi, al dueño del quiosco o al lustrín. Afuera los cristianos hacían la cola esperando el turno, al menos fue lo que vi las pocas veces que me atreví a mirar. Soy el vocalista de un grupo evangélico; un grupo de rock, con guitarras eléctricas que gimen alabanzas al Altísimo; uso el pelo largo y allí mismo me puse unos piercing el otro día.

Me ardió caleta, más que una cocedura a los genitales inclusive; me comí como tres paquetes de chicle para calmar ese nervio que me provocaba el dolor. El retrato de Cristo tenía harta sombra, asi que tuve que aguantarme no más. Fue tanta la cuestión que en determinado momento como que me vino un desmayo y ya no supe más. Caí muerto en un sueño profundo, parecido a la pálida que da después de fumar marihuana prensada a parafina y remojada en los intestinos con un vino blanco en caja. Juro que terminé dando jugo. Créeme, no se cómo, me desmayé de dolor no más, no te miento. Aunque no se si a eso se le puede llamar desmayo o sueño; la weá es que quedé tilt. ¿Mucho ron dices tú?...mmm...puede que haya sido así, aunque apenas me alcanzaba para una entonación.

Cuando desperté vi que un tal 'Lucho' tenía arrinconado al dueño del local, se veía iracundo por la demora que según él, debió soportar. Despotricó por el servicio -que según él era como las reverendas-; amenazó con reclamar al Servicio del Consumidor; dijo que parecía weón esperando tanto rato sin que nadie se acomediera a darle una explicación. Tenía pinta de trasher, pero de esos con plata, una melena como la de la Sonia Braga, pero con bigote y barba. Fue cuático despertar de un sueño profundo, con el brazo caliente como calamina de pampa, no sabiendo ni cómo me llamaba y en medio del feroz escándalo. Afuera del local la gente se achoclonó para mirar lo que estaba aconteciendo adentro.

Lo único que le alcancé a escuchar al pobre socio que me tatuó ese día, antes de comerse la piña en pleno hocico, fue lo siguiente: '¡¡¡ah, chucha, voh soy el Lucho de las cuatro de la tarde entonces, shuuuuu, mansa cagadita!!!'

¿Te gusta el tatuaje que me hizo el pajarón ese?; es un dragón, el mismo que parece en la caratula del tercer disco de Slayer, ese grupo yanqui donde canta un tal Tom Araya que dicen que es chileno....ufff, mejor ni te cuento...

...para mí esto es una prueba que puso en mi camino el misericordioso Jehová, ¿no crees tú?...