Tenía ojos de color extraño, cuando nació. Josefina se impresionó al verlos, eran casi blancos. Luego tomaron ese tono ambarino con puntos rojizos, que daban a su mirada un toque peculiar.
No recordaba mucho sobre el padre de Rocío, fue sólo sexo. Uno más entre tantos que pasaron por su alcoba de meretriz.
Al saber que estaba embarazada, intentó abortar. Probó todo, desde introducir agujas en su útero, hasta pócimas de una curandera; nada surtió efecto.
Cuando finalmente nació la niña, por primera vez sintió que algo le pertenecía y juró que dejaría su existencia licenciosa para dedicarse a ella. Cerró las puertas de su balcón a sus amantes y abrió las de una vida honesta.
Al cumplir Rocío siete años, desapareció. Esa mañana cuando no la encontró en su lecho, su grito desgarró el aire. Al poco rato todo el pueblo la buscaba. Fue en vano.
El Comisario recorrió la comarca con baqueanos y perros, mientras ella enloquecida se mesaba los cabellos con los ojos ulcerados por las lágrimas.
En la mañana llegaron refuerzos, la buscaron incasablemente, más no apareció. A la semana abandonaron la búsqueda y, aunque prometieron que la hallarían, la madre supo que no.
Una mañana otro grito traspasó el pueblo, esta vez un niño desapareció. Nuevamente el mismo escenario y los mismos personajes iniciando la búsqueda. Fue en vano.
Se sumaron especialistas, estudiosos sobre el comportamiento de asesinos seriales; nada descubrieron. Todos pasaron a sospechar y ser sospechados. Las madres fueron escarnecidas porque ambas habían sido antaño mujerzuelas y las acusaron de desatender a sus hijos.
Pero todo pasa, y a pesar de que la gente evitaba cruzarse con esas madres despreciadas y vapuleadas, la vida del pueblo volvió a la normalidad.
Imprevistamente, Josefina recibió la visita menos esperada de su vida; retrocedió sorprendida al reconocer al hombre; quiso cerrar la puerta pero algo en su mirada se lo impidió. Eran los mismos ojos de Rocío, cuando habló, sintió que el mundo giraba frenético a su alrededor, era la voz de su hija.
- “ Mujer, nada puede quedar inconcluso, el círculo debe cerrarse para iniciar una nueva concepción. Porque busqué que me pariera una puta, que me criara en el odio y la perversión y, por el contrario, decidiste criarme en el amor; así me condenaste a seguir intentando duplicarme buscando el vientre que me rechace, el odio que me nutra, la maldad que me alimente, crecer y reproducirme con mi hermano desprendidos del todo que tú ahora contemplas y que sólo es el ente portador de nuestra esencia, al que volvemos a integrarnos, una y otra vez hasta cumplir las profecías”.
En ese instante, otra mujer, al igual que ella, escuchaba la voz de su hijo desde la boca del Mal, antes de sucumbir presa de irremediable locura.
Lejos de allí, una prostituta cumplía su oficio milenario en brazos de un amante desconocido.
|