La noche había estado tranquila, la lluvia caía plácidamente y mientras esperaba a que el sueño finalmente hiciera su arribo, las imágenes literarios de lo visto en el curso se amontonaban poco a poco.
Las cortinas de la vista se cerraron después de un rato y dieron paso al inicio del vuelo de la imaginación, el brillo achacó de pronto mientras el aire se llenó de fragancias exóticas.
Ruidos en una lengua extraña, un orador, el cual se veía interrumpido en su monólogo, alguien que por el tono de su voz cuestionaba algo.
Finalmente se aclaró el paisaje, un hombre de aproximadamente treinta años que escuchaba con atención a quien parecía ser uno de sus pupilos, tal vez recién salido de su adolescencia, junto a él otros seis jóvenes, igualmente intrigados con las cuestionantes de aquel primero.
En mi distraído caminar, fui sorprendido por el saludo de una bella damisela quien con una dulce sonrisa y con un simple gesto hacia el cielo, en indicación de algo; tal como fue de rápido su saludo, fue su despedida. Decidí seguirla con la vista y pude apreciar que se dirigía a un edificio blanquecino lleno de columnas para sostener su imponente techo.
Me acerqué invadido por la curiosidad observando maravillado que había estado en una colina y que detrás de esta había una ciudad construida a partir del mismo material del edificio columnar.
Recorrí las calles toscas de esta civilización, gente cómodamente hablando, parejas que en un primer momento chocaran a la vista (un par de hombres caminando calle abajo, abrazados muy cariñosamente).
Una imagen de un muchacho, tal vez de mi misma edad, el cual hablaba con una señora, la cual señalaba un escudo. Aunque sus ojos mostraban un terrible dolor, su rostro era inflexible y ayudando al joven a colocarse en su cinto su gladius . Una última frase en tono de mandato y con un rápido y obediente asentir de respuesta, ambos marcharon por caminos diferentes.
Después de un tiempo, el olor del barro se hizo presente, mientras observaba humaredas levantarse. Una familia por lo que pude apreciar trabajaba en vasijas, un señor afanosamente avivaba el fuego, mientras un pequeño sacaba delicadamente las que ya estaban listas, y las llevaba a una joven dama que cubría de colores aquella manofactura rústica.
Un sonido, empezó a amordazar las alas de la imaginación y enturbiando los paisajes. El ruido digital cobraba presencia y vuelto a las sábanas me encontré en mi cama nuevamente.
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