POBRE VIEJA
Esa tarde estaba algo cansado. Tomè el tren en direcciòn a mi domicilio sin reparar mucho en los pasajeros, compañeros circunstanciales de viaje, agradecido a la suerte por encontrar un asiento vacìo. Entrecerré los ojos, no creo haberme dormido. El tren ya estaba en movimiento cuando una voz apagada, ronca, me hizo volver en sì.
No prestè mucha atenciòn al principio ya que venia de mis espaldas. Creí escuchar algo como -¡ En la estación me querían llevar presa!
Luego, cuando pasò a mi lado la vì.
Era una vieja mujer vestida con harapos, que llevaba una caja de cartòn para pedir limosna. Reparè en sus piernas. No presentaban signos de vejez. Concluí que su edad no era tan avanzada, como su sufrimiento, ya que ante los vaivenes del vagón ferroviario mantenía perfectamente el equilibrio.
Se ubicò en un lugar espacioso frente a las puertas. Hablaba sin mirar directamente.-¡El desgraciado no me da de comer!-¡Mire que yo lo atendì cuando él estaba enfermo!-¡Tengo que salir a mendigar por su culpa!-¡Mis hijos no me dan nada!-¿Se da cuenta?-decìa sin dirigirse a nadie.
Una mujer joven embarazada se levantò de su asiento y colocò unas monedas en su caja de cartón. Hice lo mismo.
Luego reparè en las actitudes de mis compañeros de viaje.
La mujer se acercaba a ellos y con su caja de cartón les invitaba a colaborar.
Las actitudes eran disímiles. Un hombre morocho de pelo cortado a la manera militar, que hasta entonces había estado pendiente del paisaje mirando por la ventanilla, comenzó a leer un diario vespertino. Otro mas joven comenzó a dormitar desentendièndose del pedido de esa pobre mujer.
Una pareja de ancianos a la que le habían cedido un asiento, demoraron en encontrar unas monedas que colocar. La mujer seguía hablando sin yo saber a quien se dirigìa-¡Me dicen loca! ¿Se da cuenta? ¡Yo que los ayudè a todos, a èl enfermo, a mis hijos!- Su voz se entrecortaba entre sollozos.-¡Ahora tengo que mendigar para comer!
Una madre trataba de hacer callar a un niño que repetía con voz chillona-¡Esa vieja es fea, no me gusta!- La mendiga se acercò con la intenciòn de acariciar su cabeza. El niño la mirò muy serio y gritò -¡No me toque!
La mujer desistiò. Uno de los pasajeros con prisa para bajarse del tren al haber llegado a su destino la apartò de un empellòn. Trastabillò pero mantuvo el equilibrio. Luego sucediò algo. Ella callò, se mantuvo en silencio por un lapso de tiempo. Mirè los pasajeros. Parecìa que los hubiese inundado la calma como si pasara el ojo de una tormenta furiosa.
Una estaciòn antes de mi destino bajò del tren no si antes anunciar -¡Acá me bajo, tomarè otro tren de vuelta!
Cuando lleguè y bajè del convoy, mientras caminaba a mi domicilio, los pensamientos me asaltaban fuertemente.
Uno se relacionaba con la desgracia de esa mujer. Quien sabe que circunstancias de la vida le habrà tocado vivir. A lo mejor, me decìa a mí mismo, habìa sido una mujer con un mejor nivel de vida y la pobreza la habìa alcanzado acompañada por los egoìsmos humanos y la falta de amor.
Otro se relacionaba con las actitudes de los pasajeros. ¡Què falta de solidaridad hay en mucha gente! ¿Còmo se puede ser insensible ante una situaciòn como la de ella?
La actitud del hombre apurado fue ruin, tìpica del hombre que se lleva todo por delante para lograr el fin perseguido y que no le importa a quien o quienes tenga que pisar o cadàveres que dejar.
La de otros pasajeros fue algo màs comprensible. ¿Quién puede saber el drama particular que aqueja cada vida? Màs en èpocas de escasès econòmica y falta de trabajo
Resumì que la actitud del niño era lo màs preocupante.
A ese niño. ¿Què futuro le aguarda?, Si no es capaz de ver en la pobreza y la mendicidad un sentimiento piadoso hacia el pròjimo.
Esos padres ¿ Qué le inculcaron al pequeño? para que rechace de esa manera un sentimiento cariñoso, como lo fue la intenciòn de acariciar su cabeza.
Lleguè a mi hogar, solo se me ocurriò pensar.
¡ Pobre vieja !
tortuga
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