Cuando Macarena Fredericksen Young pidió que le trajeran la cuenta, nadie imaginó jamás que el efectivo con que iba a cancelar serían dos balazos certeros en el pecho del camarero, uno en la frente de la cajera, y un cuarto en el hombro de una cliente que de paso rebotó y entró por el ojo de una joven, quien horas más tarde fallecería en Urgencias del Hospital Parroquial con un TEC abierto. El pub se encontraba lleno, y la gorda cantaba hasta el amanecer. Un showman se revolcaba aterrado y orando como un ovillo en el piso. El pánico en el pequeño lugar era un cigarrillo encendido dentro de un agujero colmado de hormigas. La Maca, de pie tras la mesa del rincón, con el rojo carmesí cubriéndole medio rostro, empuñaba aún el cañón humeante de la Mágnum, y sin esbozar más que media sonrisa, se deslizó pausadamente hacia la puerta con su tenida azul marino de látex, y sus botas que tronaban en el piso con la estridencia de una gacela sobre el agua. No sabemos efectivamente cuanto dinero saca de su bolsillo, pero es un puñado considerable, y viendo directamente a los ojos aterrados del administrador le dice: “Cancélate de los daños, y envíale flores y mis condolencias a las familias”. El último disparo lo dio contra el wutlitzer, y como si los dioses calcularan el saundtrack preciso para el infierno que dejaba tras de si, comenzó a sonar la voz rasposa y desteñida de Calamaro quien cantaba delirante y etílico : “Soy todo corazón y eso me hace mal, soy muy sensible a la belleza, por eso pierdo la cabeza con tanta facilidad… Socio de la soledad…”
Dos años antes, La Maca se había casado con el hombre de su vida. Juan Francisco, de procedencia Aria, prominente abogado y futuro político de la alcurnia democrática chilena, nacido en Alemania y radicado en Chile desde los 13 años, había conocido a Macarena Fredericksen Young, La Maca, a través de una cita a ciegas gestada en un canal de Chat en la Internet. El primer encuentro visual, una cena romántica en un restaurante de Vitacura, fue como un flechazo colateral que no dejó corazón quieto, ni cuerpo en vertical. Esa misma noche se amaron y enamoraron. Los besos de ella derramados inescrupulosamente por todas las partes de él, y las promesas de él con todo el amor venidero y el infinito por vivir. “Juan Francisco perfecto, amor mío” le susurraba al oído, y el respondía haciéndole miel el nombre de ella por entre sus labios ruborizados: “lo que quieras, Macarena, lo que quieras…”
“Otra vez perdido en mi sentimiento,
nunca miento, siempre digo la verdad;
con el primer beso casi siempre voy preso…
socio de la soledad”
Sintió los pasos alborotados por las escaleras de junto de los jugadores de pool del segundo piso que se venían atónitos a saber qué estaba pasando. La Maca se dirigió hacia su Peugeot 206 calipso estacionado en frente, y abordarlo, encenderlo, ponerse el cinturón, y partir, fue todo en un solo acto. El mar de sangre, los alaridos de pánico, el festín de la muerte que danzaba enloquecida sobre las mesas con su manto maloliente y el rostro cubierto; las sirenas y las balizas bajando por Eyzaguirre; las botillerías y Cafés cercanos bajando las cortinas presos todos del pánico; la gente huyendo despavorida; los ebrios totalmente desconcertados sin saber qué mierda era lo que pasaba… El reloj marcando justo la media noche, y el motor silencioso cruzando bajo el puente de ferrocarriles para adentrarse en la luminaria amarillenta de la Gran Avenida, cual si la huida de La Maca fuese como la de todos los días.
“Tantas ilusiones convertidas en canciones
por cada mujer que conocí.
Esta vez no se si gane o perdí,
pero sufrí y también fui feliz…”
Todas las historias de amor parten con un “El”, y las del desamor con un “Ella”; todas las historias de amor acaban con el final feliz de las hadas, … las del desamor nunca terminan. Ella lo ama a él, y él le adoraba a ella, pero la jugada más irónica del amor es actuar a destiempo; es amar cuando no nos aman, y el olvido para quien nos sueña en triste y cómplice oscuridad. Ella asoma su mirada en fuga tras él, y él parte desde todos lados, sin saber nunca a dónde habrá ido.
El amor en teoría es una mierda, piensa, y se arroga por derecho propio la verdad defensora de todos los actos y todos los hechos. El le confidenciaba como un secreto sombrío que al principio la amó secreta y tiernamente, “pero tu chateabas con todos y no te fijabas en mi”; y ella lo miraba y sonreía ruborizada, y cuando él se dormía… ella lloraba. En efecto el amor es una cagada divina, creado en el séptimo día, en la hora veintitrés y en el minuto cincuenta y nueve; y dijo Dios al hombre “bah, ve tú como terminas esto, que ya suficiente he tenido Yo con crear el erotismo y fomentar el olvido”. Para ella la vida como es debido, y para él como se la inventan. Pero ella ama a los pájaros, y él ya no quiere nido; ella cierra los ojos y huye, y quisiera que él fuera otra vez todo cielo con el seudónimo de los astros, y con su luz le quemara la cera del corazón y el candor de las manos. Pero él ahora quería llamarse con el nombre de las noches inmediatas, y lleva todo su cielo amarillento en el bolsillo, de rola como un peregrino bajos las estrellas de Santiago city. Por eso el amor suele ser siniestro, reconfortante, pero siniestro, enemigo público número uno de la sutileza formal de nuestros instintos y compañero irremediable de la tristeza. Ella le devuelve con llamadas los mensajes que él envía sin mayor propósito ni intención, pero ella le inventaba un almuerzo entre horarios y él la espera sentado en El Ocean Pacific, como quien deja que el tiempo se funda con el humo y la cerveza, y cuando ella aparece, él le sonríe y ella siente que le cae medio muerta rendida a sus pies, como todos los días; y se deja besar fugazmente en los labios y tocar el hombro como si lo invitara a todo lo demás…; pero él mira su reloj, y con la voz le aprieta el corazón como si la estrechez del tiempo no la dejara pasar.
Ella lo mira y sueña, y él sueña sin ver…
“No puedo vivir siempre soñando,
tengo que aprender a ser más duro,
el futuro me estaba esperando, ahora.
Me está ahorcando la ilusión…”
Como dicen, la gracia del engaño es que el último en enterarse es el engañado(a).
Cuando el comenzó a fijarse en ella, ella aún nada sabia nada de él, y entre salas de Chat y correos anónimos le vigilaba como inventándole un poema cada veinte pasos, y robándole un beso imaginario cada cien… El le jugaba desde lejos a la cibersonrisa tierna y ella a fruncir el ceño y a cambiar de sala, porque ella desdibujaba el aire que comprimió el pecho de él por primera vez, y así de roto el corazón arrastró por varios meses sin saber que la tierra es redonda y el sol siempre vuelve a nacer.
Probablemente él guarde aún bajo alguna telaraña del tiempo las cartas jamás enviadas, los textos ocultos del corazón que consignó por tiempo al matiz etéreo de su recuerdo, aún después de casados, porque el amor es un cronómetro natural en el pecho que no cesa de contar, pero que pierde la imagen con la falta de luz, y decanta tan sutil e imperceptiblemente en el olvido que ni cuenta nos damos cuando el amor es sólo el recuerdo de un recuerdo. Pero lo cierto es que en memoria de la pena él conservaba el papel y los versos bajo la cama sangrienta derramada de sesos y semen donde quedó su cuerpo con un beso de despedida de ella sobre su frente…
“Y si me arruino fue la fuerza del destino,
no puedo prometer lo que no sé,
acabo de darme cuenta que me falta frialdad
y me siento cerca de la soledad…”
Siendo las dos de la madrugada, La Maca detiene su mente por un minuto y piensa radicalmente; se da cuenta de su huida en círculos y frena el auto frente al My House, en Brasil, y tras tomar un poco de aire se baja con su Mágnum recargada y oculta en su mochila techno. Recorre un poco por las afueras de los pubs. y los bares. Las miradas la devoran, y ella lo sabe. Las noticias en el mundo de los celulares viajan rápido, y ya se comenta la tragedia en San Bernardo por estos lugares, donde todos dan gracias de estar lejos de gente tan patológicamente desquiciada. Ella siente la resequedad en la garganta, el frío otoñal en las manos, y el temblor en las piernas. Entra en el Santo Barrio y pide un roncola, sin hielo. Visita torpemente en su memoria ciertas imágenes de una película vista durante la tarde en DVD, pero las escenas no son lúdicas; logra tan sólo fijar su mente en la escena de Travolta y Bruce Willis cruzándose las miradas en un bar de negros sin mediar palabra alguna, y un texto relamido de “Un día de furia”… a veces tomas el camino sin regreso, y de verdad ya no hay vuelta atrás. Aprieta los ojos y curva la cabeza, seguido de un largo trago de alcohol, que para el caso ya da lo mismo si es Cacique o no.
“Soy juez, abogado y condenado,
tengo una espina clavada en el costado,
y qué…
Si no puedo ser el dueño de tu bondad,
hoy me hago socio de la soledad…”
Juan Francisco y La Maca se habían convertido en la pareja del momento. Cada evento social contaba con su presencia, eran invitados a todas las fiestas sociales, les llamaban de todos los clubes. Las cenas en su departamento en El Edificio Tobalaba solían ser gloriosas, y con frecuencia les fotografiaban en las páginas sociales de la revista Cosas. Macarena estaba terminando su carrera de medicina en La Católica, y ya era considerada una eminencia entre sus pares y sus maestros. Muy propia de obras benéficas, visitaba con regularidad Orfanatos y centros de atención familiar, mientras Juan Francisco se daba largos fines de semana en post grados en el sur y en el extranjero.
Lo cada vez menos frecuentes eran sus llamadas. Y ella ya comenzaba a sentirse sola. Una amiga la incentivó una vez a sorprenderle con un viaje y que llegara a donde el estuviese… Pero el siempre le inventaba lugares nuevos y horarios más que reducidos.
Cuando digo “inventaba”, no pongo en duda la inocencia de el, ni la incredulidad de ella, me remito tan sólo a los hechos cíclicos con que el hombre se ha comportado a través de los años con el amor, y es un hecho que al amor, con el tiempo, uno termina pasándoselo por el culo…
“En tu cara se te nota que sufriste,
a tus ojos se les nota que han llorado;
no renuncies por favor al amor equivocado,
no te olvides tan pronto de mi…”
Por caprichos nostálgicos de ella, se habían comprado una casita en el sector de la Avenida Colón, en San Bernardo. Juan Francisco ganaba bien. Recientemente había sido contratado por un bufete corporativo que debió reinstalar a gran parte de su plana tras ser relacionados con el escándalo Codelco, y la segunda casa y el Audi no se hicieron esperar. Ciertamente era bastante joven, pero respetado y admirado en el medio. Era entrevistado repetidamente entre pasillos de la Corte Suprema, y escribía columnas elocuentes de sobremesa en las revistas Capital y Trend Management. Su secretaria personal, Giovanna le llamaba a su número privado concertándole citas, reuniones, y entrevistas a todas horas. Giovanna había ido a cenar a casa de Macarena un par de veces, y en honor a la verdad, el dialecto legal en que se enredaban esos dos hacia que la dueña de casa se sintiera como la caja negra de un avión en el fondo del mar. Emulaba de vez en cuando y de cuando en vez, carente de humor y con la sonrisa plastificada de su marido, pequeñas anécdotas transcurridas en sus años de adolescente como San Bernardina. Sus comentarios acerca de su amplio conocimiento y gusto por la música, eran seguidos por un silencio sepulcral y los suspiros desmotivantes de ambos, porque ellos sí sabían como reír, y eso le daba la impresión de lejanía tras los chistes litigantes y comentarios cómplices entrelineas.
Dos noches antes que esta (la de los hechos), ella descubrió que Giovanna acompañaba a su marido en la mayoría de sus viajes, y que gran parte de las reuniones, tras llamar a algunos amigos mutuos, jamás existieron.
“Esta vez no se si gane o perdí,
pero sufrí y también fui feliz…
Esta vez no se si gane o perdí,
pero sufrí y también fui feliz…”
La Maca salió del Santo Barrio a tropezones. Las lucas y las monedas aún titilaban sobre la mesa, y el tercer vaso de roncola derramado sobre el piso, bajo el humo y el conglomerado, daba un cierto aire de cantina de mala muerte a las que se había acostumbrado en las últimas horas. Compró unos Kent Silver box en la botillería de junto, y olvidando dónde mierda había dejado el auto caminó hacia la plaza, ya mediando las tres de la madrugada. Una algarabía de chicos punkies la tomaron por asalto y empapándola de “piropos” guturales se disiparon a sus espaldas. A pesar de la mirada constreñida y el pánico que de a poco la iba haciendo presa, La Maca se veía hermosa, delgada y con un cuello que parecía el símil de la Tonka, su trasero firme le daba el aire felino que al andar derribaba las miradas de todo el que la viera pasar; sus pechos altos y con la medida justa era la arquitectura perfecta que coronaban toda esa geografía divina hecha hembra. Se desplazaba con elegancia, con finura, y en su manera de fumar imitaba a la mina que aparecía en la carátula de Pulp Fiction, de la que nunca se pudo acordar horas antes… Se quitó la mochila y metió la mano buscando reinstalar la rebelión más absoluta de su consigna. El arma le pareció más fría y más silenciosa que antes. Optó por sacar la iPod y ponerse los fonos para desconectarse de la bulla y la algarabía. Merodeó por los archivos musicales por un rato, y sentada bajo un árbol, en un banco oculto de la plaza, junto a las mesas de ping pong, se quedó abrazando sus piernas, escuchando “Adiós, amigos, adiós, un servidor se despide…”
Sacó el papel bond que encontró en la chaqueta tweed de su marido esa tarde; escrito vio nuevamente en el un mensaje con pluma, y tras releerlo un par de veces, lo dobló pacientemente, sollozando, y con su puño izquierdo lo apretó.
A las 06:05 de la mañana, carabineros encontró su cuerpo en la misma postura fetal en que se había ido quedando “dormida”. El charco de sangre bajo la banca coagulaba con lentitud tras haber marcado gota a gota las últimas horas transcurridas del amanecer. Acordonaron el lugar, y tras peritajes minuciosos fue reconocida como La Chacal de San Bernardo. Horas más tarde, el cadáver de su marido fue hallado en su casa, en Av. Colón, semidesnudo, tendido sobre la cama y con quince puñaladas en el pecho y estómago, y una marca de labios pintada en la frente. La Noticia se convirtió en la panacea de los medios. El pub fue clausurado por investigaciones, y la Municipalidad de San Bernardo decretó duelo comunal durante tres días. El comercio incrementaba sus ventas como loco con el morbo turístico que había heredado de esa noche, y algunos más fetiches lucían poleras estampadas que decían “YO ESTUVE EN LA MACANZA”. En los círculos judiciales, los más cercanos especulaban respecto del triángulo amoroso que había envuelto tal tragedia, y de la identidad del causante, hablando de “la puta” que en realidad era la señora de Juan Francisco, “de hecho una vez, a mí se mi insinuó tan directamente, que les juro tuve la intención de hablar con Juanfra, pero por respeto no lo hice…”; “yo la notaba medio loca a esta galla, y se notaba que era caliente, qué quieres que te diga…”; “pobre, el no se merecía esto: era un santo con un futuro de Dios…”. Los medios publicaban lo que se les venía en gana, y la trataron de todo: Perra, Chacal, Inmoral, Justiciera de “El Niño”…
Por una filtración de información, finalmente el único medio que tuvo más acceso que los demás fue La Tercera, y que tras pagar abundantes sumas pudo fotografiar el susodicho papel con que la habían encontrado muerta, en su mano izquierda, y por el cual fue juzgada a la voz del pueblo y por todo el País. Y así encabezo el matinal:
“INVESTIGACIONES TRAS LA HUELLA DEL AMANTE DE MACARENA FREDERICKSEN”
“He aquí una foto del mensaje en el papel con el que fue hallado el cuerpo sin vida en la Plaza Brasil tras suicidarse La Chacal de San Bernardo”
“Te espero en el lugar de siempre. Ansiosamente tuyo, Sergio”
“Esta vez no se si gane o perdí,
pero sufrí y también fui feliz…
Esta vez no se si gane o perdí,
pero sufrí y también fui feliz…”
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