Tengo un agujero en el zapato!
© 2005 Alexandra Riera
“Muzki, quítate el zapato ese. Bueno, quítate los dos que tienes un agujero.”
“Pero mamá, esos zapatos son mis favoritos.” Contestó apenado Muzki.
“Pues quítatelos y ponte otros, así no puedes ir al colegio” Le contestó Adela.
Muzki volvió a su cuarto y sacó las zapatillas de deporte. Ya estaba abrochando los cordones cuando su madre entró en el cuarto.
“¡Vaya!” dijo sorprendida. “Esos también tienen un agujero.” A muzki solo le quedaban las zapatillas de estar por casa y una chanclas. Las zapatillas también tenían un agujero y las chanclas no.
“Con las chanclas no puedes ir hijo, hace demasiado frío. Mejor te vuelves a poner los zapatos y al mediodía vamos a la zapatería a por otros zapatos. ¿Vale?” Le preguntó Adela mientras le pasaba los zapatos.
“Vale.”
Cuando Muzki salío del colegio su mamá estaba esperándole en la puerta y corriendo corriendo se fueron a la zapatería más cercana donde Adela tuvo que comprar unas zapatillas de deporte, unas zapatillas de estar por casa y también otro par de zapatos. Muzki se puso sus zapatos nuevos y con ellos puestos se fueron a comer.
Por la tarde, cuando Adela fue a recoger a Muski del colegio quedó sorprendida al ver que el zapato ya tenía un agujero. No fueron a la zapatería, volvieron a casa donde Muski se cambió el calzado.
A la mañana siguiente, las zapatillas de estar por casa aparecieron con un agujero y luego más tarde también lo hicieron las zapatillas de deporte.
Adela volvió a la tienda indignada y le cambiaron todo el calzado por otro nuevo asegurándole que lo que le había ocurrido no era normal.
Muski parecía tener un problema. Todo el calzado nuevo que se ponía volvía con un agujero y Adela se hartó de volver a la zapatería. Decidió que lo mejor sería mudarse a un país donde no hicieran falta zapatos.
Empaquetaron todo menos los zapatos, embarcaron en un barco y se fueron descalzos a un país muy lejano donde el clima era tan cálido que no hacía falta llevar calzado. Todo iba bien hasta que llegó la época más fría y una noche tuvieron que ponerse calcetines.
Todos los calcetines de Muski aparecieron con un agujero enorme en la punta. Los que había llevado puestos, más los que tenía guardado en el cajón.
A Muski le hizo mucha gracia y no paró de reír hasta que su madre enfadada gritó: “¡Basta! Iremos al brujo del pueblo a ver que dice.”
El brujo del pueblo, un hombre de edad tan avanzada que se hacía una túnica con la barba, los vio llegar y les sonrió.
“Vaya con los turistas… ¿Qué les pasa ahora?” Les preguntó.
Adela le explicó el caso de los zapatos agujereados y también el de los calcetines.
El Brujo les dio unos caramelos y les dijo: “Ponerlos en el cajón donde guardáis los calcetines y ya veréis como ya no tenéis agujeros.”
Durante toda una semana, no aparecieron más agujeros hasta que un día los calcetines empezaron a tener agujeros otra vez.
“Volveremos al brujo.” Dijo Ádela.
El brujo les volvió a dar caramelos y les dijo: “Seguramente se los habrán acabado y por eso tenéis agujeros otra vez.”
“Muzki.. no te habrás comido tú los caramelos, ¿verdad?
“No mamá.”
El brujo se acomodó la espalda un poco y mirando con cara burlona a Adela le dijo: “A los duendes les gustan los caramelos y si no tienen algo dulce que comer, se comen lo que encuentran más a mano.”
“¡Ja Ja Ja Ja! Rió Muski. Nunca había oído hablar de duendes!”
“Pues existen. Y tú, niño, seguro que has visto alguno pero no lo recuerdas. Tu madre seguro que no ha visto ninguno, ella ya es muy mayor.”
Adela se fue enfadada, pero aún así le hizo caso al brujo y siempre dejaba caramelos en los cajones.
Nunca más tuvieron problemas con agujeros en los calcetines y Muski se pasó mucho tiempo buscando detrás de las puertas y debajo de las camas los duendes que le había dicho el brujo que existían.
The end.
© 2005 Alexandra Riera
(690 words)
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