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Fueron siete largos meses que pasaron desde la última vez que vi a Rosario.

Tomé un pequeño curso de mecánica sólo para quemar el tiempo. Medité sobre mi futuro pero el resultado final era siempre el mismo, nada me atrae. Decidí limitarme a cuidar de mis seres queridos.

Si alguien me pregunta alguna vez si esperaba reencontrarme con Rosario, mi respuesta sería una negativa. Rosario trastoca mi mundo, exige mi cien por ciento cada vez que estoy a su lado y yo tengo responsabilidades para con mi familia, que cumplo. Amo a mí mujer, pero ella se satisface con tan poca cosa, un programa en la tele, visitas una vez a la semana que siempre parlotean sobre las mismas cuestiones, una computadora, conexión a internet. Lo doy por que no me cuesta nada, y se me agradece por ello, al parecer soy un buen marido, pero termino sintiéndome más como un padre que como un esposo. Zoraida, nombre de mi esposa, a veces se me queda viendo y no parece entender nada, me repite una y otra vez que soy un hombre de éxito, que su familia no se casa con perdedores, y en lugar de hallar la sonrisa que de mí espera, lo que encuentra es una mueca. He pensado incluso en encontrarle un buen novio; después recuerdo que no es mi hija, que es mi esposa.

Dos naturalezas distintas y aparentemente opuestas habitan en mí, y si no consigo equilibrarlas, quebraré. No soy hombre de tener amantes, no se trata de sexo, esa salida sólo me hundiría aun más. Tampoco soy un cobarde que no se atreva a divorciarse, si le consigo una buena pieza a Zoraida y una renta estable, mantendré el honor de su familia. En cuanto a mis hijos, me basta con hacerles gestos cariñosos de vez en cuando; saben que nunca me perderán. Mi relación con ellos es entre ellos y yo, irónicamente, sólo siendo yo, es que puedo ser un buen padre.

Rosario vive en una antigua casa que parece una casa de brujas, dice tener siete hermanos, no conozco a ninguno, pero me fascina escuchar los cuentos sobre ellos, en sus sangres habita aún el nomadismo, y es algo tan fuera de lo habitual.

Rosario es pálida y tiene el cabello negro, largo y lacio. Ensimismada, posee unos ojos vivos que cuando brillan de una especie extraña de reconocimiento, rompe la máscara de una timidez aparente y abre la boca en plena charla y después uno mismo no se quiere soltar. Nunca supe lo que quería de mí, y si alguna vez se lo dije, su respuesta me afligía: “¿Es que acaso siempre esperas que se espere algo de ti?”.

Vago por las noches cuando mi familia duerme, de esta manera he descubierto que los lazos que me unen a ellos son solo ilusorios y he llegado a la conclusión que también son perjudiciales. Una de esas noches conocí a Rosario, estaba parada en la acera de la calle, pasé a su lado, en un momento me detuve atraído por un a fuerza irresistible que creí ser curiosidad.

- ¿Te conozco? - pregunté

- Dame solo un cigarrillo - respondió

Le di dos, me marché, entré en un bar, no había nada allí, retrocedí, regresé a donde la chica que aún estaba allí

- ¿Puedo invitarte a unas copas? - pregunté

- No bebo tío - respondió

- ¿Esperas un taxi?

- No cargo dinero como para pagarme un taxi

- Puedo ofrecerte la cola a tu casa si así gustas

- Sí, así gusto - dijo con una maravillosa sonrisa y haciéndome una caricia rápida en la quijada.

Tome el carro y la llevé a su casa, subí con ella, la casa estaba toda ella hecha de listones de madera y cortinas blancas que se mecían suaves al viento. Se arrojó a su cama y se quedó dormida. Me gustaba la casa con sus juegos de rayos de Luna, me sentí cómodo y también me dormí, arrojado como un perro en el pasillo.

Al día siguiente desayunamos juntos dentro de esta casa, me encantaba la atmósfera y por lo tanto estaba silencioso. Ella me observaba curiosa y entonces comprendí que la curiosidad era mutua. Lavé mis platos y abrí la puerta para marcharme.

- Puedes venir cuando quieras - me dijo bonita

- Si es que recuerdo el camino - respondí a mi vez y me marché

El auto, por vez primera, encendió a la tercera.

A la noche siguiente fue ese sueño:

- El castillo es inmenso, el cuarto más grande le pertenece a Satán - Dice Rosario sentada en su cama

Entonces vago por el castillo de un lado a otro y me consigo con habitaciones diminutas, con jardines y plazas grandes y pequeñas. Trato de descifrar la trampa de los sótanos, que a primera vista parecen el reflejo de un lago inmenso, pero a medida que uno avanza hacia ese espejismo se da cuenta que el reflejo es sólido

- No entres allí - me advierte asustado un pequeño insólito

- ¿Por qué? - pregunté

- Porque no sabemos si allá es hacia donde tú vas, pero da lo mismo, entra allí si quieres

No entré, seguí mi camino sobre la superficie de todas las cosas, hasta que descubrí un cuarto inmenso, el chico me seguía, no sabía si era escolta o si era espía, comencé a hallar dicotomía en todas las cosas. Entré al cuarto.



Satán era un ser que mediante su voluntad creaba su propia forma. Tenía el cabello completamente rapado, cuando se le creía blanco, se volvía negro, y cuando se le creía negro se volvía blanco. Tenía unas ropas moradas y negras que le conferían la respetabilidad de un apóstol, un santo o un profeta. No decía palabra, si la hubiese dicho dejaría de ser imagen. De pronto se alzaba en un movimiento que en sí no tenía la más mínima humanidad, le inflaban los espacios negros entre los dientes y las uñas le crecían, Tanto crecían que comenzaban a gotear, y lo goteado al tocar la superficie del lago se convertía en galaxias

- ¡NNNOOOO! - Desperté de ese sueño, con la cama orinada, a pesar de mi edad, y mi esposa al lado

- ¿Qué pasó, cabrón?

- ¡Pos nada! - respondí, pero la mancha de meado era irrefutable. Tomé la moto para llevarle las cuartillas al jefe, Ana limpiaría la cama y Joaquín había ahorrado suficiente dinero trabajando en el súper como para comprarse la guitarra eléctrica que tanto quería. ¡Chingole! ¡Que todo ahora sería ruido!, La muchacha de las teticas no está, será otro día, siempre me dan ganas de echarle un piropo, pero es posible que entonces jamás la vea, se asustan de bigotes como los míos, y después me acusan a la policía. Tomo por la quinta avenida y allí está esa chica blanca como la Luna y el pelo negro como pluma de ajolote. Me la quedo viendo, ella también me ve, se me erecta el miembro y casi atropello a un transeúnte. El semáforo está en rojo, es una oportunidad única, aparco la moto a un lado y me dirijo hacia la chica.

- ¿Cuánto cobras mamita, que si no te lo pago hoy, mañana te lo pagaré?

- No cobro nada, amigo

Por un momento pienso que se trata de un transformista, pero sus senos se ven reales, y, solamente para saber le toco entre la entrepierna. Ella tiembla un poquito y llego a la conclusión que la chica se muere de ganas. La monto en la moto y sin mirar hacia los lados me la llevo a un hotel.

No paro de tocarla allí para que no deje de temblar, me hace todo lo que le pido y después le doy por detrás, ella grita de placer y yo también grito; le muestro mis artes de domador de fieras y ella se lo toma muy en serio. Cuando terminamos, ella me llama su ratoncito y yo la dejo en el hotel y vuelvo al trabajo

Texto agregado el 04-10-2005, y leído por 117 visitantes. (0 votos)


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