Deben de ser las ocho del silencio...



Una persona puede vivir rodeada de libros, de objetos; pero debe saber también rechazarlos para escuchar su propia canción.



Come entonces un poco menos.



Apaga las luces eléctricas y en su lugar enciende una vela.



Apaga toda música exterior.



De esta manera se decanta dentro de uno todas las relaciones con los objetos, se filtra, para decirlo de alguna manera, aquello que puede penetrar y alimentar nuestro interior. Se cuestiona con el propio pensamiento.



Finalmente se olvida uno de la existencia de los objetos y comienza la propia música interior.



De esta manera el individuo adquiere poder: vibra.



Luego, cuando desea volver a ser persona, afinca toda su energía en un propósito definido.



De esta manera no pierde su tiempo ni su vida (y todo le sale fácil).