Había sido un embarazo totalmente normal, hermoso, sin ninguna complicación, rodeada del apoyo y cariño de su familia, tal como ella lo soñaba, tal como lo había deseado toda la vida.
Estaba en los seis meses y se tocaba su pancita frente al espejo con orgullo.
Sentía moverse a su chiquito, lo único raro de esa mañana fue la pequeña mancha amarronada en su piel, junto al ombligo.
El médico le dijo que era una mezcla de reacción alérgica simple y un típico fenómeno de aumento de hormonas en el embarazo, algo sin importancia, de nombre técnico “cloasma gravídico” y que era mas común verlo en la cara, pero en ocasiones se daba en otras partes, que no se preocupara.
Y la tranquilizó.
Al séptimo mes la mancha ocupaba a mas de la mitad de su abdomen y en sectores era verdosa. Además noto unos movimientos muy superficiales, casi por debajo de la piel cada vez mas molestos y fuertes. Podía tocar algo alargado moviéndose en su barriga con movimientos como de reptación, pero como no tenia experiencia, seguro era el bebé que estaba mas grande y la golpeaba con mas fuerza.
Volvió a preocuparse pensando si vendría con malformaciones, con problemas... No quiso consultar otra vez al galeno, por una mezcla de miedo ante la posible respuesta y vergüenza de mostrar el estado de su barriga.
Quedó horrorizada el día que sintió un dolor agudo en lo mas bajo de su vientre, al inicio del 8º mes, y vio una especie de antena rojo parduzca que salía de su vulva y le tactaba cuidadosamente los muslos, la parte interna de las piernas, recoriendo centímetro a centímetro su bajo vientre.
Paralizada observaba su entrepierna y recién allí recordó aquella pesadilla que tuvo al inicio del embarazo, aquella en que una luz muy fuerte la encandilaba, en la que le parecía estar en un ambiente frío, sobre una mesa metálica...
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Saluti tanti
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