En la esquina del vagón 575 que pasa a eso de las ocho con treinta por el andén camino a Plaza Italia se esconde una nota que incide una sonrisa.

Yo lo sé porque me la conozco de memoria,
Si la veo todos los días temprano y baila conmigo con los ojos cerrados con pasos de dos y cuatro

Primero desnuda la frente de cabellos castaños que recorren hasta sus labios y entonces se descubre la cara con una de las manos. Me mira con un descaro vil al mismo tiempo en que sube una ceja delgada.

Yo de vergüenza me equivoco y tropiezo hacia atrás, entonces prefiero cerrar mis ojos de nuevo y pretender que oigo la melodía, y el dos, y el cuatro, y preocuparme tan solo de mantener el pie de izquierda medio pasito atrás por un cuento de balance.

Por fin en la ráfaga oscura de azules de neón del rinconcito de allí atrás se escucha una voz que susurra que todo termina.

Piensó y me lamento con lástima que asi fuese, después de todo justo le habia agarrado el ritmo a esa mirada fugáz que ahora saltaba de un lado a otro.

Al fin y al cabo uno también tiene ojos