Mi sangre se hace lodo,
mi tinta escarcha,
mi alma se va secando
mientras voy muriendo
de tiempo y vacíos recuerdos.

La ausencia va llenando
mis costados,
la nada hasta el aire que respiro.

Mira mis ojos...
¿Ves mi mirada tiesa?

¡He perdido los sueños,
se me están yendo las palabras,
voy quedándome hueco
cual volcán sin caliente lava!

Mi dolor
pasó la carne,
es ya un infinito macabro,
despiadado,
cruel y silencioso
que ha juntado mis destinos
en esta profunda llaga.

...¿¡Que soledad inmensa
está en mi espera!?
¿¡Que desierto sin huella
me llama!?
¿¡Y en mi cama,
mi cuerpo
se irá llenando
de televisores y grasa!?...

¡Oh muerte maldita,
llevadme,
no me dejes aquí
a merced
de tanta chatarra!

¡Oh muerte,
llevadme, llevadme,
pero no me quitéis
el poeta que en mi habita!

¡El poeta que en mi habita,
dejadlo, dejadlo,
es quien cuida mi niño,
quien me regala sueños,
quien infla mi alma
con globos de sonrisas
y elocuentes pavadas,
quien enciende la esperanza
cuando mi cuarto queda a oscura,
quien me cuenta cuentos
a la orilla de la cama
cuando la soledad me invade
y la marea está baja.
Es quien ordena
las palabras de mi alma
y en un blanco cuaderno,
gota a gota
me empuja a dejarlas,
es quien me abraza
cuando alguien se va,
es el sentido de mi vida,
es ella
y en ella quien soy!

¡Llevadme a mi,
no a él,
que sin él
dejaré de ser,
seré apenas
la imagen yerta
de una vieja estampa,
una fotografía velada!

¡Llevadme
que sin él,
soy tu cadáver
que habla!