I.
El pobre imbécil se mea, moja sus pantaloncillos.
Disfruta de beber solo, de mirar culos, de frotarse hasta el cansancio.
Su tipología es erecta, pero lánguida (igual que su mirada: penetrante sólo a ratos).
En las plazas se marea, se divierte pisando hojas,
sapeando parejas que se besan violentamente.
Mientras las micros humean las calles, él se encoge,
se apoca y se oculta, solitario, entre las plantas.
Raro energúmeno vegetativo, guarda sus manos en los bolsillos
y calla frases, sermones, carcajadas. Disimula el llanto y se aparea en posición fecal.
Divide el tiempo entre lecturas y sollozos;
lobo estepario, dijera Hesse: se aísla, se esconde y se masturba.
A veces los pasillos son la cueva que lo traga, seduciéndolo. Clava su mirada en los estantes, plagados de hojas inútiles, de aire movido por los labios –o por lápices o teclados.
Mentirosamente austero, se conforma con manos húmedas, con un poco de saliva lubricante sobre el miembro genital.
Adicto al fuego, prende fósforos y encendedores; ve pasar el tiempo con la tardanza de un preso condenado a muerte.
II.
Bicho raro, le teme a los aerosoles.
Cierra las cortinas, se refugia de la luz.
Por miedo a los espejos, decide no mirarse.
III.
Cuando el energúmeno agarró taquicardia
y los ojos le quedaron mudos, entonces prefirió la certeza de no tener que convivir. Se aferró al diccionario, a la necedad del léxico,
a la vigilia propia de su tipología; a las palabras vacuas
de quien renuncia al aire por temor a la burla.
Semánticamente imberbe, justificó el llanto en la silueta.
Se encerró, construyó candados, para luego afirmar que nadie es más frenético que el que decide aislarse a la sordina.
IV.
La dialéctica del sueño, del inútil pensamiento.
De mezclar palabras en un saco de género
y sacarlas entrelazadas
para hilvanar un recado innecesario.
La sintáctica del solo-solitario-funesto-entumecido. Del caballo sin testículos que galopa hacia una nueva castración; del gato que pierde sus bigotes y se niega a reconstruirlos, pues desconfía de los cirujanos.
V.
Va caminando solo una vez más.
Acercándose a su cuarto, va decidido a recostarse y silbar.
Agarra el control remoto.
Eructa: vomita abecedarios.
Construye juegos lingüísticos
y mastica chicle,
hace globos.
VI.
Si bien la pantalla acompaña,
no hay programa televisivo que supla la carencia.
Matinales, noticieros, estelares: ninguno amigo ni amante.
VII.
Vuelve al libro, a la nostalgia.
Retornado, despedido, le grita al presente.
Se come las costras y las uñas: se golpea, se auto-flagela.
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