EL CIELO
Se habìa enamorado del cielo. De día se quedaba mirando ese azul celeste surcado de nubes a las que atribuía imàgines como monstruos míticos, animales fabulosos y objetos inalcanzables. De noche eran las estrellas; aprendió el nombre de las constelaciones y distinguirlas. Leía todo lo relacionado con la Astronomía y su preferencia se volcaba en los libros de Carl Sagan.
En días tormentosos se quedaba embobado con la formación de las nubes, las tormentas, los relámpagos y rayos. Como vivía en el área rural todo para él era muy claro.
Al comenzar la era espacial se imaginaba viajando en una cápsula, girando derredor de la tierra pero con la mirada hacia el infinito espacio tapizado de millones de estrellas pensando en los miles de mundos extraños, galaxias, estrellas maravillosas, agujeros negros, nubes magallànicas que, en el futuro, el hombre conocerá.
Pensaba que esa era obra de un maravilloso Dios para dar al hombre un claro testimonio de su infinita existencia.
Un día, volviendo a su hogar en una noche muy clara, observo una luminosidad verde-azulada a un costado del camino y se detuvo para saciar su curiosidad. Bajò del vehículo y se acerco cautelosamente hasta que, a pocos metros, una figura humana, de elevada estatura, con un traje brillante y sosteniendo en su mano derecha una esfera azulada surgió de la nada.
No recuerda que esa figura haya hablado, pero tuvo el convencimiento de que le había transmitido el futuro de la humanidad. Según su entendimiento, se avecinaban épocas de gran turbulencia mundial y que debía transmitir a los humanos que su actitud hacia el planeta provocaría la destrucción del mismo. Que, transcurridos unos veinte años, si lograban evitar la hecatombe, sobrevendría la época dorada de la humanidad. El hombre lograría dominar la mente y no seria necesario el uso de la palabra para comunicarse. El fenómeno traería aparejado la desaparición de los limites entre países, los ejércitos, las corporaciones, la policía, y sobre todo la mentira, causante de todos lo males.
Al comunicarse solo con el pensamiento se elevaría a otra dimensión y desaparecería la desconfianza.
Impresionado con la revelación volvió su casa y prontamente transmitió a su mujer la experiencia. Ella lo miró largamente entre asombrada y desconfiada. y saliò a mirar el cielo.
Comenzò a divulgar el conocimiento escribiendo cartas a radioemisoras, televisiòn, diarios y revistas de mayor circulaciòn. Tambièn al gobierno, fuerzas armadas, clero, polìticos y personas conocidas.
De la radio y la televisiòn tuvo obtuvo una ràpida respuesta.
Le hicieron reportajes en programas de radio matinales con opiniones de científicos, filòsofos, religiosos, y cuanto charlatàn, político o no, estuviera cerca de esos medios.
La televisiòn lo invitò a programas vespertinos, a almuerzos, y tambièn a programas còmicos.
Los diarios no se hicieron mucho eco y solo las revistas sensacionalistas se ocuparon del tema.
El gobierno, los políticos y fuerzas armadas actuaron igual que las grandes corporaciones, no le prestaron atenciòn.
Cansado de tanto manoseo, miraba el cielo y se preguntaba el porque de tanto egoísmo e insensibilidad.
Se dejò crecer la barba y se vistiò con una tùnica y bastòn en mano saliò a hacer caminos y cuanta persona encontraba le revelaba el conocimiento. Hubo muchos que no entendieron, otros le brindaron abrigo, agua y comida y entendieron, eran los pobres.
La caravana era cada vez màs numerosa deambulando de pueblo en pueblo, acampando al aire libre, mirando las estrellas.
Entonces, intervino el clero.
Fue sometido a interminables interrogatorios por obispos, rabinos, imanes, curas y monaguillos.
La decisiòn fue unànime, estaba loco.
Hoy, desde una pequeña celda del hospicio donde se encuentra alojado, mira por una estrecha ventana el cielo, que, cubierto de bruma de la gran ciudad, no deja ver las estrellas.
tortuga
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