Durante los días grises abrimos las ventanas, desconectamos el tic-tac de los relojes retirándoles la batería, no encendemos ninguna luz, ningún aparato eléctrico y nos revolcamos en el piso como animales con el mal de St Vitus.
El gris es un color perfecto, posee la naturaleza de cambiar aclarándose u obscureciéndose. Con las ventanas abiertas adivinamos el momento, adivinamos el color que vendrá a partir de las grietas entre las densas nubes, luego el sol se va poniendo y todo el cielo se obscurece bruscamente. Entre las grietas aparecen los primeros indicios de la electricidad estática que carga a las nubes como un corazón palpitante, apagamos los sonidos y nos aquietamos a veces con caricias en la expectativa...
Un dos tres..., aparecen los primeros relámpagos y un soplo furioso de viento casi tumba una rama y viene acompañado con la furiosa lluvia que arremete desde arriba para abajo de un solo golpe, como si desde el cielo hubiesen echado un balde, se cae un nido de entre las ramas, materia que fertilizará la tierra otorgando nuevas flores, me recordaré de los pollitos. Otro trueno, un relámpago al mismo tiempo, son dos truenos, son dos rayos, y se aproximan, la veleta da mil vueltas, me doy cuenta que es en serio y escucho la respiración de mi mujer ahogada a mi lado; dirijo mis ojos hacia donde se dirige su espanto y veo una columna negra enorme con los humos del Diablo botando rayos y centellas desde la cabeza acercándose velozmente hacia nosotros. No tenemos niños a los que cuidar, el viento penetra en la casa y hojea los libros que hemos leído, se mueven furiosos los cuadros.
- ¿Nos quedamos? - pregunto yo sabiendo que es el momento único en el cual se sintetiza todo el pensamiento de mi vida.
- NOOO!!! - grita ella con los ojos inyectados de sangre de terror y por la furia de percatarse que había estado toda su vida viviendo con un loco.
Sea lo que sea, no dio tiempo, y se cierra el último libro.
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