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La respuesta

Era el tiempo en que los almendros tiran las hojas y los remolinos se arrebatan. Un sábado, al pasar por la secundaria, vi que el taller de cocina se encontraba abierto. A través del cristal, divisé su figura; mi corazón empezó a trastabillar, las piernas se me endurecieron y mis quijadas temblaban. Respiré profundo y me acerqué. Ella estaba de espaldas y tuve temor de tocarla o de hablarle. Cuando el momento se hizo tenso, escuché su voz:
— ¿Cómo estas?
Respiré entrecortado y balbuceé:

—Estoy bien, ¿y tú?
—Aquí, haciendo una tarea.
—Pero es sábado.
—Le prometí a la maestra que vendría.
Era una pelota de nudos, con la boca seca y el sudor cegándome.
— ¿Por qué no me ayudas? —me dijo cuando estaba a punto de retirarme.
—Sí —le dije con rapidez
— ¿Qué tengo que hacer?
Cuando le contesté, tomé conciencia del problema. Ella estaba en el taller de cocina y recién había sacado del horno tres piezas redondas de pan y se aprestaba a decorarlos; en ese instante se disponía a hacer el merengue.
— ¿Me acercas el azúcar que está en aquella esquina?
Pronto fui a traérsela pero, a mitad del camino, con una voz cantada me detuvo.
— No puedes entrar así, necesitas un gorro; están de este lado, póntelo.
Dudé. ¡Bonito me vería con una cofia de cocinero! Sólo de imaginarme así me dieron ganas de salir corriendo.
—Ándale, no seas malito, son cosas de la cocina, ¿verdad que me vas a ayudar? Pero si no quieres... — me dijo muy quedo, pues se había dado cuenta de mi turbación.
Sin pensarlo, tomé uno de color azul cielo, lo amarré a la nuca y fui por el azúcar.
— Un poquito más —batía.
—Tráeme el color, ¿éste te gusta? o ¿aquél? Ahora dame el pan, sujétalo aquí, dame el cuchillo; mira, de aquel lado donde están las duyas y las cucharas.
Me olvidé de quien pudiera verme y sólo estuve pendiente de las órdenes de ella. Cada vez que su mano rozaba mi piel, aparecía el atolondramiento y el aire se me iba. No pude contenerme y en un alarde de valor, con palabras cuatropeadas por la asfixia me animé:
— ¿Quieres ser mi novia?
Me miró, alzó su ceja morocha y continuó decorando el pastel, dándole las pinceladas con las que imprimiría su estilo. La duya iba de un lado a otro, subió a un banquito, y remató su decoración sobre la cima de la torta. La vi, tratando de encontrar una respuesta en su cara.
— En el pastel te contesto –me dijo – muy seria al quitarse el gorro.
Mis ojos ávidos buscaban, iban del pan dulce a su mirada y torpes la interrogaban.
—Súbete al banco —me dijo, riendo.
Arriba, con letras azules que destacaban sobre el fondo blanco, estaba escrita la palabra SÍ.
Afuera, los remolinos seguían jugando con las hojas ocres del almendro y yo salía de la mano con mi corazón; platicaríamos toda la noche.

Texto agregado el 11-10-2003, y leído por 689 visitantes. (12 votos)


Lectores Opinan
02-01-2006 Un cuento de almíbar... Riquísimo. lilianazwe
15-10-2003 Rubén esto es una belleza por la ternura, por las imágenes, por la historia en sí y por esa respuesta ta dulce. Me encantó. Un beso. MCavalieri
14-10-2003 para reir...uno te lee...para emocionarse....uno tambien te lee....y siempre te lee...bello, muy bello texto Ruben...piquitos en tu corazon gaviotapatagonica
13-10-2003 Estupenda muestra de su sensibilidad y versatilidad mi amigo Ruben. Felicidades, FALCON
12-10-2003 Se lo he dicho ya en "Sendero", cuando la ternura le ronda, debuja barriletes que se quedan suspendidos serenos entre la emoción y el buen gusto, tirando del hilo de la creación para seguir ascendiendo. Gracias por compartirlo hache
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