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Para Fernando

"Desde un altozano, reparados desconcertadamente bajo la sombra de un árbol, los conquistadores dilataban más y más su mirada contemplando sorprendidos y viéndose unos a otros sin creer aquello que tenían frente a ellos: un enorme valle extendido a sus pies, mientras empotrados los caballos sus pezuñas sobre una piedra calcárea descansaban también.
Sobre la holgura del valle sin medida que las sobrias cumbres del altiplano celosas escondían y ellos después de trasponer las macizas cordilleras de extendidos mantos vegetales acababan de descubrir, aparecía ante sus ojos, como ensueño envuelto en tibios vapores y cambiantes celajes, un océano inmenso de tierras llanas, tan extenso que no alcanzaba a dominar su mirada las siguientes montañas.
"Miraron a uno y otro lado el colosal valle jugoso lleno de vida por el exuberante boscaje; oteaban atónitos el perfume tibio de la maleza que en la mañana subía envuelto en vapores venidos del río y la laguna. Allá abajo, justamente, serpenteaba un lecho fluido que bajaba de una montaña elevada, con escolta riberada de nobles y robustos abetos, frondosos y plebeyos mezquites, sombreados por arbustos de variadas clases; todavía más abajo, en un ancón, espejeaba el resplandor inconfundible de una laguna que retrataba a esa hora un pedazo azul de cielo, eclipsado en parte sólo por una nube ligera cabalgada por el viento, el cual la columpiaba sin prisa en un rito intranscendente. Cerca, inocentes y silenciosas volaban un par de palomas. Entonces los aventureros se pusieron de pie y, mientras descendían por la última pendiente para ganar la llanura —estaban bajando las lomas de Aguas Buenas— se imaginaron golosos que habían alcanzado un trozo del paraíso terrenal.
"Ya entrados en medio de la maleza, que se agitaba poderosa en aquellos momentos, sintieron rebanadas de viento como un alimento que conjugaba la presencia del primer plano que apuntaba un bosque del tupido silvestre tunal; después, seguían las columnas de imponentes mezquitales y las elevadas y frondosas almunias de pinares, sabinos, sauces y pirules desperdigados aquí y allá.
"Más adelante se elevaban unas gavillas verdes de follaje, juncos y pastizales, confundiéndose con las arboledas negras de los encinales y las pingüicas y la presencia de árboles frutales: el mamey y el zapote blanco; había cuantías de arbustos llenos de vida como el palo bobo, la higuerilla y el tepozán. Retorcidos talles con color y sabor de tierra se elevaban por doquier enredaderas sin concierto, dibujando figuras fantasmales.
“Con sus alas en cadencia de toscos abanicos saludaban su paso las erguidas, jayanas y corpulentas palmas de los autóctonos y siempre verdes magueyales; hacían inclinaciones reverentes hasta tocar y peinar el suelo con sus espinas, ostensiblemente amenazadoras. Mientras, y en la medida que subía la mañana, ascendían también inflamados alientos de reminiscencias milenarias, bruma de insectos vibradores y tersura de serpientes de bronce resbalosas, con la muerte en la punta del colmillo o el cascabel sonriente y sospechoso.
"Estaban cansados hasta la fatiga, andrajosos y desaliñados los soldados españoles, junto con los indios amigos que los acompañaban. Llevaban varios días rastreando las huellas de un grupo de chichimecas Guachichiles que les habían robado unos caballos cerca de Acámbaro, y ahora se sentían envueltos en una trampa, observados por miles de ojos que reflejaba cada hoja de la naturaleza viva. La espesura concreta de aquella selva, el cálido aire grávido de polen envolvía y sofocaba su aliento. Pero, en los discretos espejuelos del ramaje, céfiras bocanadas de brisa venían a su encuentro e impulsaban su sangre itinerante y ávida de aventuras, empujándolos todavía más hacia el corazón del misterio. De esta manera, atraídos por la curiosidad de ruidosos animales volátiles y de canto enigmático, siguieron su viaje, incisivos, descubriendo palmo a palmo el plano y centro de aquella espesura ingente, que parecía no tener fin.
"Se detuvieron tantas veces frente al mismo espectáculo, proyectado en aquel jardín paradisíaco sin medida y destocado: veían los tuétanos inagotables de esencias vegetales que hervían en el movedizo ardor de los fangales. Zapateaban en mágico retumbo de jarabe las arterias al son de la vida que agitaba la espesura de la naturaleza sorprendida “in fraganti”, haciendo su perenne ducha mañanera. Contemplaron admirados la ilegal y abusiva belleza de las orquídeas que chupaban la savia y las hormonas internas de los árboles, para convertirlas luego en tintas primorosas y delicadas, en forma de talles floridos; pero en cambio, adornaban gratuitamente aquella densa selva.
“Se escuchaba por doquier y sin cesar el facundo y locuaz parloteo de los loros; el alegre triscar de pájaros carpinteros, que levantaban algarabías en toda aquella distendida floresta. Las guacamayas y los loros imitaban a otros pájaros y los aullidos de los mismos salvajes chichimecas; por eso iban paso a paso los conquistadores, recelosos. Eran tan espesas y apiñadas las arboledas que criaban y formaban trenzas de lianas y raíces ahogadoras que se retorcían, se revolvían y se mataban unas a otras, como en perenne competencia para producir más vida.
"Todo esto observaban pasmados los hidalgos exploradores sin poder balbucir palabra; y embebidos de tan plétora belleza admiraron por largo tiempo aquel espectáculo que orquestaba frenética sin perder concierto en su liturgia mistérica la naturaleza, y que imponía un majestuoso y misterioso silencio de siglos. No se podían interrogar en aquellos momentos por los orígenes, porque estaban en el corazón de la vida.
De pronto, un rugido que impuso garganta y señorío rompió el activo terciopelo del encanto y fluyó en latidos de advertencia y calosfrío hasta los riñones para los audaces conquistadores. Fue la ronquera inquieta de una fiera en brama, la cual olisqueó el aroma de las armas enemigas y comprendió en segundos el desigual careo entre el plomo y sus garras, por lo cual salió huyendo detrás de su pareja, dejando con el dedo en el gatillo a los exploradores. Luego, los colores temblorosos de las mariposas, tímidamente matizaron el aire de arco iris y dejaron caer disperso su tesoro pensil en la alfombra de pétalos disecados y vírgenes, pero ya agotados y secos.
"Durante las horas que duró aquel memorable recorrido, los perseguidores de indios indómitos, no cesaron de saborear aquello que sus ojos no alcanzaban a encuadrar y ellos a no creer del todo cierto. Todo aquel espectáculo era un portento de belleza, sin tiempo ni medida; todo cuanto veían los dejaba pasmados, y no se cansaban de encomiar y abrir la boca sorprendidos. Se habían encontrado, de pronto, como por encanto, en el corazón de una naturaleza en sus albores, como al principio, soñada. —Así como Adán y Eva en el paraíso—. Porque en aquel prístino edén silaoense, fluía todo, hervía y ardía la vida allí mismo, en llamas de íntimo recogimiento. Al abrigo virginal del cieno legamoso, germinaban un proceso continuo de burbujas de entusiasmo vital, y con químicas y alquimias invisibles y calladas brotaban ramos y turbiones magistrales de seres y cosas.
Casi se podía palpar y sentir el pulso de la danza fértil y la embriaguez de células que hacían torbellino y espirales de vida en un ir y venir de clorofila, de sol, de vaho y de lodo efervescentes; todas ellas, a través de un mecanismo insólito, y desde sí mismas, se volvían y convertían en hojas verdes y nervudas; en alas de mariposa, piel de gusanos, ojos de todos los seres y pupilas de colores; también en canto y poesía, pues era todo aquello la fiesta y el nacer de la vida.

"Poco a poco fue bajando la cortina aquel venturoso día. Entonces espejos y contraluces dividieron y formaron en diversos paisajes la tarde que encendió la verdura del impenetrable boscaje. Pronto llegó el ocaso y quemó como paja seca todas las inquietudes turbulentas sin coraje. El sol como una moneda de lumbre se ocultó en el horizonte e hizo descender entre los cerros una cortina dispar y sombría.
Después, siguiendo su definida ruta, fue luego a precipitarse donde se encuentra la poza del mar; la cual, como todos los días abría su garganta en rito lejano y silencioso, y en su contacto se inflamaba en mil centellas doradas que se extendían por el firmamento y era la que ellos observaban en la hermosa puesta del sol en aquellas hermosas llanuras.
—Estas hermosas puestas del sol todavía se observan cada día aquí en Silao como cosa singular y hasta las cantan los poetas afamados.
"Arropado entre las frescas olas que calmaban todo el ardor del día, se sumergía el astro rey en un profundo sopor. Solitaria, la tibia noche, que horas después se hacía fría, velaba solícita su descanso nocturno y su sueño. Entonces era cuando nacían presurosos los luceros y se aposentaban de inmediato en el firmamento las estrellas, como flores que adornaban el cielo. —Porque entonces todo era limpio y puro, no había máquinas, maquilas, ni ladrilleras.
"Los conquistadores, satisfechos de su andanza intrépida y el arrojo que los llevó hasta aquel lugar sorprendente y extraordinario, rumiaban el premio inconmensurable que su audacia y fortuna les regaló aquella fecha memorable. Y se dispusieron entonces tranquilos a dormir al amparo de la colmada algaba, que apagó solícita también su luz y fervor de vida al expirar el sol, cuando la sombra atezada de las palmas y los altos mezquites extendieron su manto fuliginoso cubriendo también el fulgor intermitente de las blancas estrellas que no dejaba saborear el triunfo a los conquistadores.
"En el sopor y encantamiento de su sueño, cabalgaban los conquistadores sobre esbeltos galgos mitológicos con alas doradas, que volaban en ritmo plácido por el tenue espesor del viento; eran llevados con el suave gobierno de las bridas serpenteadas, también de oro, tiradas al compás de una danza rítmica por los ágiles y cenceños brazos de los indios chichimecas. Éstos iban vestidos con pulcras y primorosas túnicas, con el pelo bien arreglado, suelto y coruscante, como destellando frescas perlas de rocío encendidas; todos ellos mostraban rostros alegres y comían en vez de carne humana, mesuradas rebanadas de pan oloroso de trigo tierno, y apagaban su sed con el canto de las estrellas que descendía refractada en tersas gotas de agua nítida y sonriente.
Despertando, al día siguiente, pero con el ensueño de una aventura cumplida que los hacía sentirse más grandes que Don Quijote, se sintieron entonces los golosos exploradores como jornaleros del cielo, por el gran descubrimiento que para el mundo habían hecho....

—¿Qué cosa importante y digna de mención habían logrado?
—Nada más habían descubierto el valle y los Llanos de Silao".

—¿Que si esto es muy importante?
—¡Claro que sí! Silao es el corazón del país, y ya podemos imaginar los desastres y hasta la imposibilidad de subsistir en el tiempo si no se vive y orienta todo desde el centro, desde el corazón, que no sólo da sino que imprime el dinamismo a toda la vida.

Por eso, decía el abuelo que todos los habitantes de Silao (cuya voz se acerca a la semítica de “Silo”, significa depósito, almacén o granero), están llamados a desempeñar un puesto muy importante y trascendente en el destino de la patria, ya que este es uno de los lugares más hermosos y valiosos en contenido humano que puede tener el país mexicano.

Texto agregado el 11-10-2003, y leído por 430 visitantes. (0 votos)


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