Estoy ebrio, así de simple. Los lugares se trasponen, así de complicado. Me he encerrado en el baño y los golpes en la puerta parecen indicar que lo he ocupado más de lo debido. ¿Acaso hay tiempo límite, cómo si se tratara de una cabina de teléfono pública? Yo acá hago mi llamada, frente al espejo. Mi rostro está rojo. Lis ojos no miran, sueñan. Mi mente no piensa, imagina. Mi voz no suena, mis amígdalas están graves. Mi vaso está vacío. Quiero demostrar que aún me queda sobriedad y descargo lo bebido en el vaso. La puntería es buena para estas condiciones. Me río y abrir la boca me ha dado motivos de expulsar otros entes. Allá afuera, ahora las palabras se articulan, piden que regrese al torneo. Yo estoy vencido. La chica que competía conmigo tiene “más cabeza” que yo. Estoy humillado. Derrotado por una mujer. Soy machista y qué. Ojalá jalara la cadena y desapareciera de este lugar. Debe haber algún escape. A ver aquí, no. A ver por acá, tampoco. Quizá haya una ventana en la ducha. Corro la persiana. Un tipo tiene la nariz desangrada. No respira. Su sangre tiñe la droga que lo ha matado. Rescato un poco del arma. A él lo mató. A mí me reivindicará. Aspiro sin experiencia. Expreso la diferencia. Abro la puerta rumbo a la revancha.