Para mi opuesto destino de ojos negros

Hubieras visto lo cómico de mi aspecto al estar sentada en la banqueta de la salida con los ojos semicerrados intentando enfocar las tantas siluetas humanas a metros de distancia. La broma se hizo más cruel cuando después de mirar el reloj en espacios continuos de cinco minutos exactos comprobé que el dolor en mi trasero y el cosquilleo de mis piernas se debía únicamente a la postura en que permanecí por más de dos horas. Cada silueta amorfa dibujaba algo de ti. Inclusive el hombre blanco y fornido, de cabellera lacia y rubia y de aspecto de galán de comercial televisivo, y al cual no sé porque razón pude distinguir tan bien a pesar de mi miopía, podía ser que fueras tú. No dijiste nunca a qué hora vendrías por mí, tampoco dijiste en dónde debía esperar, mucho menos confirmaste siquiera que lo harías. Pero olvidé esos pequeños detalles por espacio de dos horas hasta que el afanador empujó mis pies con su escoba y con un me da permiso me obligó a levantarme.

Te dejo una hoja garabateada pegada con un pedacito de chicle, que en algún momento fue de sabor menta y con el que me entretuve mientras aguardaba, por si llegas y no me encuentras. La dejo aquí en esta pared de mármol blanqueado que supongo tu mandaste colocar para que no me perdiera.
Te dejé un mensaje ahí donde dice tu nombre en letras de molde doradas.


Ariadna Luna