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Juliet abandonó la cancha luego de arrojar duramente las raquetas contra el suelo al darse cuenta que en el regreso la bola de tenis le había golpeado de un modo brusco su ceja izquierda. Molesta por la humedad de la cancha, por su evidente torpeza en el juego, pero sobre todo por el peso en su conciencia que no podía suprimir, dijo en voz alta mientras bajaba las escaleras: - lo arruiné, lo enturbié todo, ¡se acabó! – y se dirigió a la piscina.

Eran casi las seis de la tarde y un tupido aguacero caía sobre la ciudad sin afanes de tormenta. Aunque oscuro, y baja la temperatura, Juliet se desvistió completamente al borde de la piscina, el frío erizándole la piel, y en un intento por liberar la angustia que la avasallaba se arrojó al agua. En contra de su voluntad pensaba, recordaba con enfado el último día con Lucas, que representaba la fatalidad de algunos placeres inusitados que no alcanza a verse venir.


- Sigo con Jack – fue lo primero que dijo Juliet cuando entre besos se tendieron ebrios sobre la cama
- Eso qué quiere decir – respondió Lucas sin disimular el dominio del alcohol sobre si
- Significa que estamos borrachos, y que luego del pecado ambos iremos a
confesarnos, rezaremos nuestra penitencia y nos olvidaremos de todo para siempre
- Es decir que mañana… - trató de concluir Lucas
- Es decir que solo AHORA, Lucas, mañana, amigos.



Al sentir un pequeño pero agudo dolor en su labio superior, Juliet emergió del agua. Pasando sus dedos sobre la boca descubrió que sangraba. – Irresistible – dijo mientras observaba su dedo enrojecido, y envolviendo el labio herido entre sus dientes, presionó y bebió.



- Mira – dijo Lucas señalando el labio de Juliet
- Sí, lo rompiste – respondió ella con naturalidad – pero tú, ¿ya te viste en el espejo? – Lucas tomó el más pequeño – Ahí en el hombro – dijo - ¿Ves que precioso hematoma? ¡exquisito! ¡me encanta! – Lucas, de pie junto al estéreo, la miró complacido, subió el volumen, y volvió a la cama, ofreciéndole su pecho para una nueva marca.



“Era meramente hormonal”, pensaba mientras cruzaba la piscina con la propiedad de una dríada, “nada tenían que ver los afectos, de eso se trataba, era la postura correcta”. Juliet finalmente había aprendido a comportarse a la altura de las exigencias de la perversidad humana, a dejar de lado el deseo de permanecer, a reconocer la innegable existencia de la variabilidad de los seres, de la transformación de las almas, - Jamás Eternidad fue sinónimo de invariable – se reprochó al salir para respirar, por eso no comprendía entonces por qué justo cuando en su alma empezaban a florecer con libertad los vicios más aborrecibles, aparecía, sin haber sido invocada, una criatura angélica, dispuesta, lo que en términos más precisos significaba un individuo que valientemente se sacaba frente a ella el antifaz para confesar con humildad su pasión y entregarle sinceramente en ofrenda su voluntad y deseo de permanecer a su lado, de quedarse. Confiaba en que no era justo, en que no había equilibrio por ninguna parte, y el hecho de que ella nunca más pudiera volver a soñar no le permitía arruinarle a otros sus ilusiones, por muy duras que fueran las verdades a revelar.

- ¡Ja! ¡La culpa! – Advirtió. El agua escurría de su pelo, el frío resentía sus oídos como una punzada – Como una punzada de frío en los oídos -. La tensión, aun cuando no el desasosiego, empezaba a disminuir.
La culpa, desde que los vicios habían empezado a roer el alma de roble que Juliet poseía, aparecía como un diablillo incitante, como el seductor demonio al que había que esquivar a toda costa, pues de habitar nuevamente su conciencia la convertiría otra vez en esclava de una vulnerabilidad destructiva. – Habrá que mejorarlo – se dijo – la existencia de la culpa no puede estar sometida al imperio de lo que es importante para mí. Habrá que mejorarlo, eso, y lo de cultivar flores nocturnas en el balcón –



- ¿Todavía cultivas rosas de luna? – preguntó Lucas por poner un tema
- Sí. Las que nacen el mes próximo serán grises – Lucas sonrió
- ¿Cultivarás una especialmente para mí?
- Por supuesto – respondió ella. Rieron juntos. Juliet lo abrazó. - Nosotros nos queremos – dijo Juliet en tono solemne a Lucas, que insistía a través de su máxima expresión de ternura, la cual a Juliet le repulsaba de manera inexplicable, en que siguieran juntos – por esa razón esto no debe ser más que un paréntesis ¿me comprendes?, en la vida de los dos. No quiero daño para nadie – suplicó.
- Jack no te quiere – respondió Lucas con cierto rencor al sentir que no lograba obtener de ella una respuesta afirmativa
- Lo sé – contestó Juliet indefensa– pero no puedo dejarlo. No depende de mí
- No lo has intentado – dijo Lucas sentándose en la cama
- Cientos de veces. Desde el principio. Pero recaigo, es como una enfermedad.



- La culpa es como una enfermedad – murmuró Juliet subiendo las escaleras – Debilita el impulso, bloque el ascenso, la evolución -. Aún permanecía desnuda. Ya no llovía pero corría una brisa húmeda y cortante, y la niebla comenzaba a bajar. Tenía lastimadas unas cuantas costillas del lado izquierdo y las piernas, y en la espalda y rodillas gigantescos moretones que ya empezaban a doler. Pero obviaría quejarse, hacía pocos minutos había visto llegar a su tía, y aparte de los odiosos requerimientos oficiales que le haría por su injustificada ausencia el fin de semana, sobre la cual mentiría, no estaba dispuesta a dar cuentas en lo absoluto. Además, el verdadero problema no lo constituía una magulladura en el brazo o un pasajero dolor muscular, sino el extraño brote de color blanquecino en el miembro de Lucas, que aún no lograba descifrar. Lucas no sabía que Juliet lo había visto pues cuando lo notó él acababa de perder la conciencia en el sueño debido a su profundo estado de embriaguez. En realidad las probabilidad de contagio (si acaso era algún tipo de anomalía contagiosa) era prácticamente ninguna ya que el contacto lo previnieron debidamente, sin embargo no podía evitar la preocupación por tal motivo (que por primera vez en su vida la asediaba) más cuando Jack estaba en juego, y era él quien a medida que pasaba el tiempo iba quedando como lo único bueno en su vida, como lo único precioso y puro.



- Mira la luna – dijo Juliet descorriendo las cortinas. Hacía calor. Lucas había roto el ventilador de un manotazo esa mañana – está llena
- Tu me gustas más – respondió Lucas abrazándola. Juliet pensaba en Jack. Viendo a Lucas, con rezagos de alcohol en la sangre y fumando marihuana para disipar el oscuro padecimiento a causa de su rechazo, conocía perfectamente qué pensaría Jack si lo supiera. La despreciaría. Abriría una cajetilla de cigarrillos y empezaría a decirle serenamente que era una completa porquería, que con ello, con su actitud “benévola y permisiva”, ya no le cabe duda de su alma horrible, de su nulo juicio, de su innoble linaje, y con toda frialdad remataría diciéndole que “finalmente una hez en río sucio no es contaminación”. Aguardaría unos segundos y se burlaría, mientras continúa fumando, de su brillo de lata oxidada, de su calidad de traje de quinta, y por último, diría con una inolvidable expresión de asco en sus labios “Finalmente, a quién le importa lo que hiciste. Lo único que aquí puede tener relevancia es que no tendré que volver a besar tu pútrida boca nunca más. Ve, ándate con los de tu clase, sigue cambiando diamantes por vidrio”. Luego se iría, como si nada hubiese ocurrido. Juliet, somnolienta, se quedó viendo los ojos de Lucas.



- No puede ser tan despreciable – se dijo Juliet recordando los ojos de su amigo - lo vería – y entró a su casa totalmente empapada.



- Di que te quedas esta noche conmigo – le pidió Lucas casi rogándole
- Imposible, no tendría cómo justificarlo – le respondió Juliet
- Tampoco lo que ha pasado esta tarde
- Podría intentarlo con el trago – Lucas la miró con seriedad
- Óyeme bien una cosa, ahora que no estamos ebrios – Lucas se sentó frente a ella sin parar de besarla – porque solo la voy a decir una vez: ¿Quieres ser mi novia?
Enternecida Juliet por tan desinteresada entrega, pero a la vez presa de una repentina náusea, proveniente de las rigurosas apreciaciones que en ese instante, sin que él lo notara, hacía de los modos de Lucas, respondió: - No puedo – al tiempo que pensaba “no me gustas”.
- Nos iremos a vivir juntos, viajaremos…
- No – respondió. La ternura viajaba a través de ella. “Habrá que incinerarla” pensó Juliet sin pasión “a la ternura”.
- Estaré pendiente de ti… de Usted – diciendo esto Lucas hizo una caballeresca venia
- No puedo
- Conocerás la Paz…
- ¡¿La Paz?! – exclamó Juliet al oír aquello, como si le hablasen de un reino fantástico
- La Estabilidad …
- La estabilidad, Lucas – dijo Juliet despertando de la quimera – no depende de la voluntad, y aún así, es transitoria – y diciendo esto se vio a sí misma como una siniestra criatura, como una horrenda monstruosidad. “Otra vez la hermosa Tanit, diosa de la muerte, hace su ronda” pensó.
- Juliet … - ella le dio la espalda arrodillándose junto a la ventana. No habían rastros de viento.
- Juliet – repitió Lucas tomándola por la cintura – por última vez: ¿Te quedas conmigo?



- ¡¿Dónde está tu ropa?! – gruñó su tía, que aún no abandonaba la primera planta. Juliet no contestó. - ¡Niña! – rugió nuevamente
- Afuera, en la puerta, está mojada
- Juliet ¿te das cuenta que vienes desnuda? – Juliet, de pie frente a ella y medio aterida, empezó a experimentar una extraña sensación que bajaba por su cuerpo, algo muy a parecido a la pérdida voluntaria de la conciencia. Comenzó a sentirse débil.
- Sí, pero nadie me ve – respondió. Bajo sus pies el círculo de agua se fue extendiendo.
- Cómo que nadie te ve, ¡la casa está llena de gente! ¡hoy es mi cumpleaños! - Juliet miró a su alrededor. Ya lo había percibido, lo notó al entrar, la casa estaba llena. Sirvientes, invitados, familiares a los que nunca recordaba, todos la veían expectantes. Bajó entonces la mirada y abstraída, con un semblante de íntima tristeza dijo:
- Ellos no me ven -. Una melodía brotó de su cabeza, como si fuera una mágica cajita vieja de música, y Lucas apareció entre alucinaciones .
- Un paréntesis Lucas, por favor, eres mi único amigo – susurró sin darse cuenta. A menudo le ocurría.
- ¡Juliet, Juliet! – llamó severamente su tía - ¡Cuántos días llevas sin dormir! – Juliet No escuchó.
- Yo te quiero … - Ritorna, de Farinelli, se reproducía en su cabeza con prodigiosa fluidez – Jack
- ¡Juliet! – vociferó su tía tomándola violentamente por el brazo. La melodía en su mente se resquebrajó.
- Todavía lastimas con golpes – le dijo la joven con ironía - Deberías aprender. Hieren más las verdades y demoran más en sanar.
- ¡Cúbrete! Estás en la más absoluta desnudez – respondió su tía al desafío.
- No es cierto. Solo bajo una de sus formas. Quizá la más sencilla de todas.


La música fluyó de nuevo en su cabeza. Impasible Juliet cruzó el salón y subió las escaleras en busca de su habitación para procurarse soledad. Al entrar aseguró la puerta con llave. Lloraría un poco.




Texto agregado el 02-10-2005, y leído por 138 visitantes. (1 voto)


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