Extracto del artículo "Modernidad, Posmodernidad y angustia" realizado por el presidente de la academia chilena de medicina, el psiquiatra Armando Roa. Tomado de "Revista de Psiquiatría clínica" vol. XXXI-2, Santiago, 1994.
En estos tiempos la angustia obliga a tomar conciencia de la temporalidad. Al ver el pretérito como algo ido, se le añora o se le detesta; en todo caso angustia la imposibilidad de recuperarlo, o para gozarlo de nuevo, o para llevarlo por otro camino; angustia a su vez el presente en cuanto se le puede estar perdiendo o ganando, pero sin seguridad de ser tan dueños de él como para conducirlo sin contratiempos, a aquello que se espera; angustia a ratos el futuro pues no da certeza alguna de hasta dónde se dispondrá de él (...) Es la angustia con su clara visión de nuestra finitud temporal, la que nos incita a darle existencia explícita de la mejor manera a todo aquello de que somos capaces a lo largo de la vida, en acuerdo a las posibilidades propias de cada edad y momento, pues lo nuestro posible de realizar y sin embargo, no realizado, quedará por negligencia para siempre en la nada; lo que ahora ya será imposible pero estuvo a la mano que fuese posible angustia en extremo, pues, como dijo Heidegger, la angustia asoma apenas se divisa la nada o lo que pudo ser y no fue.
En suma, es la angustia la que al hacerse notoria ante las pérdidas, los acrecentamientos reales, o las meras posibilidades idas o ganas, da consistencia al ser individual, a las otras individualidades y a todo lo existente en general: en tal sentido, como decíamos, es el origen más remoto de las vivencias de yo, tú, nosotros, e incluso en cuanto surge ante la expectativa de que uno de esos seres este presente o ausente, hace patente el amor, pues no cabría angustia ante la posible desaparición de algo o alguien que no importa nada, que no despierta el menor interés. Lo supuestamente amado, y que sin embargo s incapaz de despertar angustia al dejar de ser, pondría a la vista que tal amor nunca se dio.
Desde fines del siglo XIX numerosos escritores y artistas -por ejemplo Strindberg o Munch- y numerosos pensadores, entre ellos uno tan significativo como Heidegger, convierten la angustia en lo céntrico de la existencia, y cada una de estas existencias es de hecho un yo que se juega su poder ser individualmente. Precisamente para Heidegger la angustia al ponernos a la vista que en lo más recóndito de nosotros se anida la muerte, y por lo tanto que nuestra duración tene un plazo a aprovechar, es la que nos aparta de manera radical de aquello que nos pierde en el mundo, sumergiéndonos en una vana inautenticidad de espaldas a nosotros mismos, como lo prueba el hecho de pasárselo al hombre entregado a las vanas habladurías, a estar pendiente de copiar lo que se dice y lo que se hace, a satisfacer su insaciable afán de novedades, a la ambigüedad, de modo que puede llegar al final de su duración sin percatarse de que se olvidó, nada menos, que de realizar lo que su ser más profundo le pedía.
Por esto de centrar la revelación de la verdad del ser en la angustia, es qe contra lo expresado por Vattimo y otros, no creemos que Heidegger pueda considerarse fácilmente un posmoderno; al contrario, su denodado esfuerzo por mostrar los abismos del ser, de un ser sobrenadando en la nada y destinado a la nada, por sentir que la nueva era tecnológica no impedirá ya volver alguna vez a mirar la realidad de dicho ser como lo hicieron lo presocráticos, o que aún se divisa en poetas sumos como lo son para él Hörderlin o Trakl, es tal vez el último de los modernos y el que anuncia con más claridad la disolución del mundo moderno y el paso a lo posmoderno.
Según los posmodernos lo que creemos ver del mundo es la sucesión de escenarios mostrados por la tecnología y que van quedando rápidamente obsoletos en la medida que el progreso incesante de la técnica tarde en fabricar algo distintivo y todavía más fascinante; lo que queda atrás, no tiene valor histórico, no es el proceso que activamente va concibiendo lo nuevo, en el rico sentido que siempre le dimos a tal palabra, sino que es algo viejo, anacrónico, desechable; a lo más cabe retenerlo como pieza de museo, para asombrarse al compararlo con lo novedoso del escenario tecnológico, pero en ningún caso es ya un pasado vivo el cual seguimos dependiendo, o gracias al cual somos, como sí lo era el anterior concepto moderno de la historia. Se comprende que este insólito modo de percibir el tiempo, haga, por decirlo así, innecesaria la angustia en el sentido que le hemos venido dando, pues ya no hay nada que sea por naturaleza único e irrepetible y en consecuencia digno de ser añorado y vivido; al contrario, lo que desaparece está bien que desaparezca para abrir espacio a la siguiente tecnología, asociado a mayor gozo y descanso. Así, el sentimiento que ahora surgirá en el horizonte y adquirirá cada vez más predominio será la ansiedad. |