LA PELOTA
Ser el dueño de la pelota era su mayor anhelo.
Es que, ser dueño de la pelota, tenìa sus ventajas. Era el chico màs buscado por los otros pibes del barrio que querìan jugar al fùtbol y cuando armaban esos partidos de rompe y raja, el dueño, siempre jugaba y no corría el riesgo de quedar mirando como los otros se divertìan.
Pidiò, rogò, llorò por tener esa pelota.
Un día de reyes recibiò su regalo más preciado. Una hermosa pelota de cuero nùmero cinco.
Con ella venìa una carta, los reyes le pedìan que la cuidara.
Cumpliendo ese mandamiento se dirigiò a la carnicerìa más cercana y con grasa vacuna la embardunò hasta que quedò brillante y resbalosa.
Esa tarde se presentò con la pelota en la canchita que en un terreno baldío, todos los pibes del barrio habìan construìdo frente a su casa, muy a pesar del dueño, un mèdico del lugar que le desagradaba ver los purretes corriendo en sus dominios.
Con su pelota nueva, reluciente, engrasada, con tientos, comenzò a correr y ejecutar disparos al arco vacío. Imaginaba jugadas, goles, gambetas.
De a poco fueron llegando sus amigos, y reunidos lanzaron exclamaciones elogiosas a esa admirada y muchas veces soñada esfera.
Hicieron la pisadita y se armaron los equipos.
Comenzò el partido y a poco de rodar fue juntando tierra, la que mezclada con grasa, la hacìa muy pesada. Las reglas del juego eran sencillas. Tres córners eran penal. Gol de cabeza valía doble. No se cobraba full y cuando alguno se lesionaba, se suspendía el partido.
En una de esas jugadas, el griego enviò un centro al àrea, y èl, intentò cabecear justo donde la nùmero cinco tenìa el tiento.
Fin del partido y principio de conmoción cerebral.
Tres dìas mas tarde, cuando volviò en sì, preguntò sí habìa convertido el gol y quien habìa ganado.
Un dìa, estando en la canchita, un hombre se acercò a invitarlos a jugar un torneo de baby-futbol. Se realizarìa en la cancha de pelota a paleta del pueblo.
Hubo intensas deliberaciones, reuniones y discusiones en ese lugar, sentados en el piso de tierra. Al final conformaron un equipo de seis jugadores y dos suplentes.
Nuevas deliberaciones y discusiones para elegir el nombre, sé eligiò el de Independiente, por ser varios admiradores de las famosas apiladas de Vicente De la Mata.
Faltaba la vestimenta, era un torneo y sé suponìa que debìan tener camisetas. Allà fueron todos a ver sus madres para que le confeccionaran una camisa color rojo.
Algunas no podìan por falta de tiempo o escasez monetaria e idearon la forma de conseguir algunas propinas para comprarlas.
En la estaciòn del ferrocarril se dedicaron a abrir puertas de los taxis a los pasajeros que llegaban en los trenes, con alguna bronca de los conductores que muy recelosos, temìan que en algùn descuido alguno diera mucha fuerza al cierre de las puertas.
Así consiguieron las camisetas y los pantalones blancos
El equipo estaba bien presentado. El gordito era el arquero; el sodero y èl eran defensores y el pianista, el griego y el rubio eran delanteros.
Comenzò el torneo y el primer partido lo disputaron con el club Huracàn, el principal del pueblo con varias divisiones. La pelota pasaba y no podìan dominarla, claro, los rivales estaban acostumbrados a jugar en esa superficie y hacìan pases con las paredes que los descolocaba.
Pese a una actuaciòn descollante del gordito perdieron doce a cero.
Hubo un conciàbulo y discusiones
Que ¿por què habian cobrado tantos fulls? ¿Por què no habìan usado las paredes? ¿Por què no marcamos mejor al enano que nos hizo tres goles?
Se prometieron que para el próximo partido no serìa asì. Y no lo fue.
Ganaron cuatro a dos al club Cultural y la alegrìa volviò a contagiarlos. Festejaron en su canchita con gritos, hurras y cantos, y la pelota engrasada volviò a estar presente.
Un triunfo posterior por dos a cero frente a la escuela número nueve, los colmó.
La copa y medallas instituidos como trofeos los hacìa soñar. Se veìan levantando la copa con la medalla en sus pechos, pero ninguno decìa nada.
El partido siguiente lo ganaron muy fàcil frente al club Social, quince a cero.
En las semifinales, “los sucios” asì llamados por ser de un barrio marginal, le ganaron a Huracàn y se encontraron que debìan disputar la final con ellos.
Los días previos al gran partido los nervios los carcomìan. Elaboraban distintas estrategias y forma de jugar, reunièndose siempre en la canchita con la pelota engrasada, mudo testigo de todas las jugadas secretas que preparaban.
Y llegò el dìa.
A poco de comenzar el partido el pianista corriò al centro y con un formidable derechazo venciò al arquero rival; uno a cero.
Comenzado el segundo tiempo el sodero cometiò una falta penal que igualò el marcador.
Cuando restaban pocos minutos para la finalizaciòn del encuentro el negrito peloduro realizò una corrida y con un zurdazo impecable dio cifras definitivas al marcador; perdieron dos a uno.
Desconsolado volviò a su casa.
Parecía que la pelota engrasada se sonreía burlonamente, como venganza de las patadas recibidas.
tortuga
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