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Fueron esas treinta noches,
fuera de lo que hasta entonces
era nuestro altar de piedras escandinavas.
Fuera y hacía el interior
de fríos salvajes:
astillaban tu carne; la mía.
Lejos de ese enorme y goloso calor
de tus besos, devoradores de cualquier
plan que tenía en mente,
si, me echaste fuera de todo eso.
Y hasta incluso perdoné todas tus acciones,
arrastrándote en éxtasis,
por nuestros horizontes
que desparraman carne y sangre,
esos que se alcanzan a gritos,
de dos en dos.
No, y no fue bastante,
y entonces ¿qué?
me mato- dije fuerte- si me dejas me mato sola
sin ti, sin promesas repletas de coñac barato, ahí en ese sofá, me mato, mirando lo poco que me podía sostener encima de esas delgadas piernas que tiritan cada vez que me hieres así, imbécil.
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Texto agregado el 01-10-2005, y leído por 101
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