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Era un viernes por la mañana —lo recuerdo bien—, cuando escuche un incesante y fuerte golpeteo… cuando ví su cara tras la puerta me sorprendí, era mi hermano.

—Que haces acá —le pregunte, si ayer te fui a dejar al aeropuerto, yo te hallaba ya en el norte y no aquí frente a mi —me miró a los ojos traspasándome cierta angustia temblorosa—.
—Ve armar tu mochila —me dijo, y pone dentro de ella todo el equipo de montaña que tengas, acompáñame a buscar a Miguel, lleva cinco días perdido en el volcán Osorno.

Yo no subía un cerro hace más de dos años, pero en cosa de treinta minutos estaba ya mi equipo listo para partir, algo había leído sobre los andinistas perdidos en el Volcán dos chilenos y tres extranjeros, pero jamás lo relacione con Miguel, el experimentado compadre de mi hermano, durante un silencioso viaje en bus, J-Luis como le decíamos nosotros, me contó lo acontecido:

—Yo debería haber estado allí —me dijo, durante los cuatro últimos años lo acompañe a todas las ascensiones, teníamos un dicho, la cuerda comienza en mi y termina contigo, nos sentíamos seguros los dos juntos, habíamos planeado esta ascensión hace cinco meses y conocíamos muy bien las rutas del volcán.

—Y que paso que no fuiste —le dije con algo de extrañeza.

—Bueno, estaba comprometido con pasar a verte a ti, por lo de tu cumpleaños y alcanzar a estar una semana con la mamá en Arica, antes de integrarme a mi nuevo trabajo en Caldera, además los Alemanes atrasaron en una semana su viaje a Chile, y bueno… Felipe, el que te reemplazó en la cordada de los tres chiflados (como le decíamos nosotros), tenía muchas ganas de ir y ahora me reemplazó a mi, le deje mi lugar, tiene que haber ocurrido algún imprevisto —me dijo.

—Yo creo que sí —asentí.

Para mi el último recuerdo del Volcán fue la vez que bajamos de noche los tres juntos cantando, Miguel era un experto, un conocedor de la montaña y la respetaba.

—Los canadienses que bajaron primero y dieron el aviso deben saber —me comentó, hablaremos con ellos apenas lleguemos al lugar.

De allí mi hermano se envolvió en un profundo silencio hasta que llegamos a Osorno.
Miguel había hecho cumbre con los tres alemanes, Felipe y los dos canadienses que se habían unido al grupo en la ascensión, que fue en dos cordadas y lenta, por la edad de uno de los extranjeros, "arriba nos atrapo una tormenta", nos dijo uno de los canadienses, "bajábamos muy lento, uno de los alemanes tenía problemas de salud y como se nos hacía tarde, mi compañero y yo decidimos abandonar el grupo y bajar lo más rápido posible".

—Tiene que haberse complicado el descenso —dijo mi hermano.

Nosotros sabíamos muy bien que jamás se debe romper un grupo, todos suben y todos bajan, el jefe de expedición ordena y programa, el resto acata, manda la experiencia y el conocimiento de la ruta, en eso mi hermano y yo sabíamos que Miguel era muy claro.
"Después no los vimos más, a nosotros nos cogió la noche abajo al llegar al refugio, los otros quedaron arriba" —concluyó el canadiense—.
Cuando llegamos al refugio nos comunicaron que habían avistado un grupo de cuerpos arriba en la cumbre del volcán, pero que eran cuatro , esperamos a que los bajaran y pudiéramos saber quienes eran y quién faltaba. "Los encontramos a todos juntos, congelados" —nos dijeron, bajo un cerro de nieve semicircular—.
Allí estaban los tres alemanes y Felipe, tapados con una manta color naranja, mi hermano levantó una esquina y cuando los vio, se acercó, le limpio la cara a su joven amigo y rezó frente a él tocándole la frente silenciosamente, al ver que faltaba Miguel, me dijo…

—Sabes tiene que haber vuelto a subir con todos, a buscar la pequeña cueva que hay en la cima y allí refugiarse, al parecer no la encontró, tiene que haber estado muy oscuro y con la tormenta encima, entonces decidió vivaquear (hacer un semi muro de piedras y nieve para protegerse, para pasar la noche), juntarlos a todos dentro de sus sacos. Pero él no se quedó, conocía demasiado bien la ruta y sabía que aunque estuviese oscuro y con tormenta él podía bajar y dar aviso para subir a rescatar a sus compañeros.

—Mañana subamos por la ruta que justo se cruza arriba en donde encontraron los cuerpos —me dijo.

Yo asentí. Comenzamos a subir muy temprano casi al alba, éramos cuatro en la cordada, dos de sus compañeros amigos del cuerpo de Socorro Andino nos acompañaban. Mientras subíamos siempre mantuvimos la esperanza, aunque pequeña de que lo podríamos encontrar vivo… "si algo me pasa en la montaña, tu me encontraras J-Luis, tu sabes que siempre dejo señales" decía Miguel, pero hicimos cumbre y nada, después bajamos lo más tarde posible casi oscureciendo, miramos y miramos, pero no lo encontramos.
Ya una vez de noche en el refugio mi hermano me dijo que mañana subiríamos nuevamente, pero esta vez por una ruta paralela, desviándonos del sendero.

—Tiene que estar por allí —me comentó, seguro de que no había tomado otra ruta, ya que lo conocía lo suficiente como para saber qué hubiese hecho Miguel, internamente sentía que estaba cerca—.

Muy de madrugada nuevamente reiniciamos la búsqueda, esta vez subimos seis e hicimos dos cordadas de tres y cubrimos ambos lados paralelos a la ruta, ya pasada la mitad del trayecto con la cumbre a un par de kilómetros y con menos nieve por los tres últimos días de sol, mi hermano se detuvo, me miro y dijo, mira allá (como a 200 m.) hay algo rojo sobre la nieve, caminamos casi corriendo, con el palpitar ahogando nuestro agitado respirar, si era una marca, un pañuelo rojo semienterrado, nos acercamos lentamente manteniendo la fila de la encordada, cuando se detuvo y nos hizo el gesto de parada, para que enterráramos bien nuestros crampones amarrados a los zapatos, yo tome la cuerda firmemente y le grité: ¡grieta… grieta!

—Si, ten cuidado —me dijo.

El Pañuelo rojo que a penas se veía estaba semienterrado y amarrado a un piolet (especie de pequeña picota de mano), que permanecía hundido en la nieve-hielo con un mosquetón, Aquello sostenía una cuerda que apareció cuando mi hermano picó la nieve para remover el terreno, mientras yo llamaba por radio al otro grupo que subía paralelo a nosotros, para que nos viniese a ayudar y sujetar. Mi hermano entierra su piolet y engancha otra cuerda, me mira para que yo haga lo mismo y lo aseguremos junto al resto de la cordada, comienza a golpear la nieve violentamente mientras tiraba de la cuerda enterrada, de pronto "PLUUMM"… se escucha el estruendo del desplome de la nieve frente a sus pies. Una vez asentado el polvo nieve que voló por los aires, levanta su mano haciendo el gesto que lo habíamos encontrado, yo me acerque a el, nos aseguramos bien al borde y comenzamos a descender, a unos 5 m de la superficie, apoyado a una roca entre hielo, estaba sentado Miguel, totalmente congelado y bien afeitado, me emocioné, porque él siempre había dicho que cuando sintiera la muerte en la montaña se afeitaría, porque el hielo pegado a la barba en todos los cuerpos que había rescatado, era según opinión de todos una imagen demasiado fuerte, demasiado desgarradora, casi terrorífica, borrando la tranquilidad del sosiego de quien comienza a dormirse sin darse cuenta, que la muerte esta cerrando sus ojos, producto del congelamiento.
Rociamos agua por los bordes para soltarlo, mi hermano entre lágrimas comenzó a limpiar su cara y mojarle la cabeza, logrando soltar el gorro naranja para intercambiarlo por el de él, que era exactamente igual, primero lo subimos a él y su mochila, luego nosotros. Una vez arriba todos lo rodeamos, lo respetabamos demasiado, él era un conocedor de toda la montaña desde Santiago hasta Coyhaique, nos arrodillamos lentamente, mientras mi hermano comenzó a rezar, caímos en un silencio que solo vino a despertar el ruido del helicóptero que venía por su cuerpo y alguno de nosotros.
Ya en el refugio mi hermano se acerca a mi y me entrega un papel con una nota, lee me dijo, lo escribió Miguel antes de congelarse… la nota decía:
“ J-Luis mi hermano, mi amigo, mi compadre, deje un pañuelo rojo como seña y se que tu me encontraras, me acabo de afeitar y yo se lo que significa eso, en cada una de mis escaladas, siempre presentí que algún día la montaña me llevaría, ya no me queda carga en la linterna y todo se esta poniendo muy oscuro y frío, lamentablemente me tope con esta grieta que me saco de ruta, la noche era muy cerrada y el temporal que aún azota arriba no me dejó continuar, al resto del grupo los deje arriba bien juntos, en un vivaqueo, espero que puedan sobrevivir, aunque lo veo difícil, Dios quiso que tú no nos acompañaras, gran tarea te espera, cuida a mi hija querida y su madre, te las encargo de por vida, gracias amigo, contigo he crecido y pasado los mejores momentos de mi vida”.

Texto agregado el 01-10-2005, y leído por 429 visitantes. (13 votos)


Lectores Opinan
09-10-2005 Muy buena narrativa. Saludos chamalu
08-10-2005 que lectura... muy entretenida, dinámica. mis ***** Xiluna-Simena-resucitada
06-10-2005 Magnífico relato de una tragedia en el volcán Osorno.Narras bien,con soltura, en forma lineal.Te leí sin parar y terminé con frío y con pena.Felicitaciones. 5* lengua_de_puma
06-10-2005 ***** denada
06-10-2005 Muy bueno Victor! ***** peinpot
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