José Rodrigo Calle Fuego supo de la Noche en Cinta, la noche embarazada, lo supo durante la noche en que dio un paseo y perdió la suela de su último zapato.



Caminó descalzo sobre un frío de nieve, encontró restos de tela de fábrica y en otra caja a dos cuadras de distancia de la primera encontró hilo de varios grosores. Tomó un poco de su inteligencia dormida y en cuestión de pocos minutos se fabricó un par de zapatos.



Los efectos sonoros de la naturaleza se encuentran en zonas escondidas y engrumecidas de nuestras mentes; de allí salió un alarido y eran las nubes blancas pequeñas y en manadas rasguñándole a la Luna. José se detuvo con el cuello alzado a contemplar el espectáculo y notó un arco iris redondo como un disco alrededor de la Luna; lo puso a girar en su mente y se fue silbando la melodía.



Mientras cantaba unas veces alegre y otras veces tristemente se encontró en la noche de las calles desiertas en donde en las casas la gente duerme, con algo que parecía poder ser un hermano, se miraron brevemente con mirada rápida y profunda y continuaron cada cual con su camino que terminó por ser dos líneas paralelas.



El fin del mundo se encontraba en el otro extremo del parque, para entrar en el había que saltar una verja. El primero en hallar una entrada debía ser el que espere por el otro en la muerte.



En la esquina convexa de la verja José Rodrigo Calle Fuego tomó por la acera izquierda, lo que parecía ser su hermano tomó por la acera derecha. Sobre un pipote de basura encontró restos de una pizza fría, se sentó sobre el pipote y quedó allí masticando, luego se dio cuenta que alguien había colocado el mismo disco de la Luna.