El temor de ya no poder ser por ser descubierto. No me conduce más que a la extensión de eso que no se pudo continuar por tu impropia decisión. No ha sido tu elección, arrastrarte a desenmascarar tus disfraces consagrados a la voz de tu ego. Percute en un fuego de llamas imprecisas, de alcoholes desvariados, de esa cocaína que me diste a probar en algún baño con presencias extrañas. Me hiciste conocer el hielo más profundo que dejaban mis ojos al descolocar tu perdición a mis espaldas. La cocaína que ahora persigue mi pecho con sus voces madrileñas a mejorar mi espejo. Las manchas que descubrí por los rodados dedos perforados en mi latir con arritmias de desvelos.
El temor que alguna vez patentó esas verdades, como escondites en pánicos de conocerte realmente. De conocer que quizá solo seas eso que siempre cuidaste lo fueran contigo. Entonces, por no quedar pegado, preferiste pegar; por no sentirte un idiota, preferiste idiotizar; por no encontrarte con tu voz más interna, me preferiste internar. Me internaste en tu olvido, a seguir perdiéndome en otros baños, de otros extraños, que me lastimaban más que la insalubre gestación de tus convites. Y una bastarda confesión de fresas que escondían su verdadero fruto, marchitó hasta las pequeñas ilusiones, que colgaban de la rama de un Salvatierra (nuestro árbol, solo nuestro), agonizando en la desidia.
El temor, cariño mío, ejerce su dote, cuando el poder rebalsa su esencia... y se destaca, al ser concedido su paso y espacio, por quien recibe su condominio.
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