Melas Halaj había llegado en avión desde Puerto Rico. Millonario excéntrico. Carismático. Su atractivo consistía en su simpleza, que no reflejaba más que la profundidad de su alma. Vistió a uno de sus criados con las ropas más finas y se hizo pasar por criado. De esta manera evitaba a los periodistas. Nadie creía en Melas Halaj.
Después de enviar a los criados al Hotel, y de haber tomado un taxi, se paseaba por la ciudad de Caracas disfrutando de su anonimato. Se detuvo bajo un puente. Unos viejos jugaban al ajedrez y discutían a gritos, sobre la mesa había una paca de dinero. Esto extrañó sobre manera a Melas quién se acercó a curiosear.
- ¡Si te acercas te quiebro! – gritó uno de los viejos apuntando en su dirección con una 357.
Tras él, un hombre joven bajó de un auto, también estaba armado. Melas no quería estar en medio de un tiroteo. Trató de apartarse, pero el joven lo detuvo.
- ¡Dame todo lo que tienes!
Melas trató de explicar al joven que no estaba con los otros señores. Se dio cuenta que la Mágnum 357 también estaba apuntándole al corazón. El viejito reía entre dientes, escupía y continuaba riéndose entre dientes.
- ¡Dame todo lo que tienes o te quiebro! – gritó el viejo
Y Melas Halaj dio todo lo que tenía.
Se alejó. Se alejó de allí completamente confundido. Era la primera vez que algo así le sucedía, no sabía si reír o llorar, no sabía qué pensar...
De repente se detuvo. ¡Le gustó! ¡Le había gustado! Nunca antes se había enfrentado con peligro alguno, y ¡Maldita sea que le había gustado! Sintió su nombre, sintió su apellido, y tras haber sentido miedo, supo por vez primera lo que era el orgullo.
Respiró.
Caminó largas horas, finalmente vio un banquito en una plaza que le atrajo. Se sentó y el anonimato lo envolvió completamente...
El hotel estaría lleno de periodistas. La calle estaba llena de peligros. En su cartera, sólo le quedaba el apellido.