Saber si alguien es real o no es uno de mis vicios más antiguos. Sé que la realidad ajena depende únicamente de mí. Si hallo un punto de intersección con la otra persona, la considero real. Si no nos tocamos más que tangencialmente, entonces no. Le deseo sí, que encuentre un ser real con el que pueda crecer y amar. - no es esto sabiduría - ojos sabios se darán cuenta -, es, como lo expuse anteriormente, una descripción de uno de mis vicios más antiguos.



Si me creéis un "eliminador" estáis todos equivocados. Si me veis como una persona que no hace ningún esfuerzo por amar y que desea que el mundo se le aparezca listo, preparado; posiblemente estéis en lo cierto.



Pero no concibo la vida, así como la amistad, sin una compenetración mutua de los territorios de la psique.



La experiencia dicta que todos somos susceptibles de sernos víctimas de nuestros estados de ánimo.



A veces nos provoca sonreír mientras nuestro compañero o compañera se halla sumido en la tristeza. Otras veces, sumidos en la tristeza, no somos capaces de compartir la alegría del ser a quien queremos. Y ello crea una distancia... aparente.



Para contrarrestar este efecto de la diferencia anímica entre seres que se aman, he descubierto un método infalible que no falla:



Consiste en observar las sombras mutuas que se forman en el suelo y en las paredes. Detenido, observo mi sombra, luego observo la de ella; sin decir una palabra, ni moverme de mi sitio, veo cómo ambas sombras se aproximan y forman a un ser nuevo, reluciente, de cuatro brazos y, a veces, de una o dos cabezas: es a ese ser, al que surge de la sombra, al que yo amo.