Transcurriendo ya, mi último año del secundario en el Saint John School, todas las mañanas, mientras esperaba el tren, solía tomar café con un grupo de trabajadores en la estación San Isidro. Algunos eran peones y otros changarines del mercado central. Los repletos trenes sabían llegar hasta con 30 minutos de atraso y entonces aprovechábamos el tiempo para conversar distintos temas. Uno de ellos fue objeto de prolongada polémica. Llegaban las formaciones y continuábamos discutiendo en los atiborrados vagones. Éramos jóvenes y lo hacíamos acaloradamente. Lo más irritante para mí, era cuando no pronunciaban bien “Nietzsche” a quien además no leían. Yo me enardecía y ellos me miraban perplejos, rabiosos y amenazantes. Recuerdo que el primer día una pasajera se introdujo en la discusión para ponerse de mi parte. Ni bien la Sra. comenzó su exposición, tres de ellos se le abalanzaron para darle una golpiza. Al apartarse luego de la tunda y debido al casi desvanecimiento de la dama, estos hombres se llevaron en custodia el reloj y la cartera de la señora. Mi confusión fue mayúscula hasta que bajamos del tren y me dieron parte de lo obtenido. Ahí me serenaron y me convencieron que además de estudiar, era bueno que trabaje para ayudar a la familia. Ya para otras ocasiones discutíamos a Borges advirtiendo que cuanto más selecto era el personaje, debatíamos con gente mas paqueta y mejores botines quedaban en custodia. De esta manera los fui ilustrando, pero con moderación, ya que el más culto, luego acreditaba meritos para dirigir los repartos. Hasta repasábamos el teorema de Pitágoras. Pero tuvimos que abandonarlo ya que nadie participaba.
También recuerdo una oportunidad, en la cual demostraron tener ciertos códigos. En este caso, ellos me habían instruido y estábamos discutiendo formalmente sobre los líderes de la cumbia villera, se metió un gil a enjuiciar y los muchachos igual lo cagaron a trompadas, pero sin tocarle ninguna pertenencia. Mira que interrumpir una conversación sobre semejantes capos.
El estudio dejó paso al trabajo y jamás termine el secundario, pero me gusta vestirme con el viejo uniforme del Saint John, ir a la estación, esperar el tren y que lo muchachos me batan “profe”.
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