Aveces el miedo puede ser traicionero...
Hacía unos minutos que había salido del supermercado, y desde entonces Clara se sentía observada. Era una sensación que no podía describir, ¿un cosquilleo en el cogote? Se dio media vuelta y sólo pudo ver gente, gente que transitaba por aquella calle: un joven con pinta de estudiante, un ejecutivo... gente; las personas iban y venían imbuídas en sus pensamientos, sin fijarse en quien se podían cruzar por la acera.
Eran cerca de las nueve de la noche y aunque se encontraba en una céntrica calle comercial, aunque muchos transeuntes la miraban sin verla, tenía la sensación, casi la certeza de que alguien la estaba mirando, alguien se fijaba en ella.
Después de girar a su alrededor para observar al personal, dejó en el suelo las pesadas bolsas que llevaba en sus manos y se abrochó el botón superior del cuello de su gabardina; hacía frío en aquella noche de invierno. Prosiguió su camino. A medida que se acercaba al parking, dos manzanas al sur del gran hipermercado donde había realizado sus compras, tenía la sensación de que cada vez circulaba menos gente por aquella calle. Apretó el paso para llegar cuanto antes al coche: en unos instantes estaría al volante de su BMW camino de casa, donde la esperaba Juan, su marido, y su hijo Carlos.
—No debería de preocuparme— Se decía Clara a sí misma —enseguida llego al coche, descargo las bolsas en el maletero y se terminó la historia ¡Vaya tontería¡ Parecía como si quisiera convencerse a sí misma de que no había nada de qué temer, de que todo eran simples imaginaciones de una chica de treinta y dos años preocupada y abrumada por los problemas de delincuencia callejera que día a día lee en el periódico.
Un chasquido a sus espaldas le hizo estremecerse y girar sobre sí misma... nada. En ese momento su corazón comenzó a latir más rápido de lo normal: las farolas alumbraban tenuemente la calle donde se encontraba, que ya no era aquella céntrica y comercial de hacía unos minutos, de hecho ya nadie circulaba por ella. Miró a su derecha y pudo ver a unos cincuenta metros la puerta del aparcamiento.
—Seguro que hay algún vigilante en la puerta –Clara arrancó a correr despavorida, una lata de foie grass cayó de una de las bolsas a consecuencia del vaivén de las mismas mientras corría. Veía acercarse la puerta del aparcamiento con gran lentitud mientras ella realizaba el mayor esfuerzo de su vida por ponerse a salvo de... ¿qué? Miró hacia atrás y no vio nada. Había llegado al aparcamiento, y en ese momento pudo pensar, y se sintió estúpida y ridícula.
—¡Dios mío¡ ¿De qué estoy huyendo? Soy una histérica –se repetía nuevamente a sí misma intentando volver a convencerse de que no había nada que temer. Después de unos minutos mirando la quietud que había a su alrededor, recuperó el resuello y se alegró de haber pensado como un ser racional: —Es posible que haya sido un gato o algún otro animal buscando entre los contenedores de basura.
En aquel momento, un coche salió del garaje, proporcionándole una sensación de mayor tranquilidad. El conductor, un señor de unos sesenta años, y más bien grueso la miró y acto seguido introdujo su ticket en el aparato que levantaba la valla de salida y su coche se perdió en la lejanía.
Clara entró en el aparcamiento. Inmediatamente se dio cuenta de que no había ningún vigilante: todo estaba completamente automatizado, un par de metros a su derecha se hallaba la máquina expendedora de tickets. La iluminación era bastante escasa para alumbrar un lugar tan grande, algunas zonas quedaban en una semi penumbra, precisamente donde se encontraban aparcados los coches en batería... y el sitio donde estaba la máquina. Esta se encontraba empotrada en la pared pero metida dentro de ella aproximadamente medio metro. Clara avanzó hacia ella y se detuvo justo delante. Dejó las bolsas en el suelo y abrió su bolso para coger el monedero. Levantó la cabeza y miró de izquierda a derecha: no había nadie, ni un alma. Apenas podía contar diez o doce coches estacionados. En ese momento, sintió frío.
Llevaba una chaqueta de lana debajo de la gabardina y sin embargo había sentido frío, pero no era esa sensación térmica que se puede tener cuando hay temperaturas bajas, era un verdadero escalofrío que recorrió su cuerpo de la cabeza a los pies. Lo peor es que esta vez sí que tenía razones para inquietarse: en la entrada del garaje, había alguien. Justo por la puerta por donde ella había entrado, de pie, observándola fijamente, un hombre alto y delgado permanecía completamente quieto y con los brazos caídos junto al cuerpo. No alcanzaba a verlo bien, pero podía distinguir desde unos cincuenta metros de distancia la gabardina de color negro de su... observador.
Sacó torpemente el ticket de su monedero y esperó de forma tensa a que la máquina le indicara el importe del estacionamiento, eso sí, sin perder de vista al hombre extraño que parecía mirarla y permanecía quieto en el mismo sitio.
—No es normal, aquí hay algo que no cuadra —pensó Clara—. Una persona normal, entraría al aparcamiento a recoger su vehículo, pero no se quedaría parada en la puerta. ¿O acaso espera... a alguien?
El corazón de Clara volvió a latir de prisa. tres dólares y 50 centavos marcaba la máquina. Debido a los nervios, se le cayeron varias monedas al suelo, a las cuales ni siquiera hizo caso, sólo pensaba en obtener el ticket y retirarse hacia su coche de la forma más rápida posible. El papelito fue arrancado de la máquina por Clara casi antes de que terminara de imprimirse. Miró al desconocido y todo su cuerpo dio un respingo: había avanzado hacia ella unos cinco metros, y no sólo eso, ahora estaba segura de que la miraba aunque todavía no conseguía verle la cara, se dirigía hacia donde ella estaba y había un hecho que la desconcertó y preocupó profundamente: el hombre había avanzado, se encontraba quieto, erguido, no le había visto moverse... !Ni siquiera había escuchado sus pasos¡ Era como si se hubiera... ¿Deslizado?
En aquel momento Clara sintió terror, el hombre estaba ya a apenas veinte metros en un abrir y cerrar de ojos: venía por ella, no cabía duda. Clara soltó un grito en el mismo momento que arrancó a correr despavorida hacia el coche, sabía que sólo tenía una oportunidad: llegar al coche y salir disparada de aquel lugar. Atrás quedaron las bolsas de la compra tiradas por el suelo.
El ritmo frenético de huída de Clara no le permitió darse cuenta al principio de un detalle: la intensidad de la luz del garaje empezaba a disminuir. Sacó la llave por control remoto de su coche, pulsó el botón... pero no funcionaba. Tras varios intentos, respirando jadeante por la carrera, miró hacia atrás por encima de su hombro y lo que vio le heló la sangre en sus venas: detrás de ella, a sólo unos pasos, seguía erguido y aparentemente inmóvil el desconocido, mirándola, y fue entonces cuando le vio la cara, fue entonces cuando la luz comenzó a apagarse y encenderse, cada vez con menor intensidad, fue cuando distinguió entre penumbras el rostro de una criatura infernal. Una faz cadavérica, pálida e inexpresiva hizo que, por segunda vez en la noche, Clara gritara de forma desgarradora.
En aquel momento, el ser que tenía delante, esbozó lo que parecía una sonrisa de complacencia a la vez que fijaba aún más sus ojos en Clara. Dos colmillos bastante puntiagudos sobresalieron de sus labios, y emitió una especie de siseo, como cuando una serpiente va a caer sobre su presa. Clara, logró abstraerse de aquella visión terrible casi hipnótica y en un intento desesperado introdujo manualmente la llave en la cerradura y abrió la puerta. Consiguió arrancar el coche y poner la marcha atrás. Las ruedas mordieron con violencia el asfalto antes de que el coche saliera disparado hacia atrás, atropellando espectacularmente a aquel ser, y chocando con violencia contra otro coche estacionado detrás. Miró por el retrovisor y no vio a nadie; nada podía haber resistido a un impacto de aquellas características. Puso la primera y embaló el BMW hacia la salida, por supuesto no se esperó a introducir el ticket en la ranura correspondiente y la valla saltó por los aires tras el impacto con el coche, que se fue perdiendo poco a poco en la lejanía.
A los pocos segundos Clara se encontraba en la principal circunvalación de la ciudad, ya estaba segura. Pero la situación nerviosa en que se encontraba hizo que diese un frenazo y estacionara en la cuneta. Lloraba y jadeaba al mismo tiempo, había estado a punto de morir a manos de un ser de ultratumba que era lo más parecido a los vampiros que solía ver en las películas de terror. Apoyó su cabeza sobre el volante y respiró profundamente varias veces. Cuando se sintió mejor se dispuso a arrancar de nuevo el coche y dirigirse a su casa, miró al espejo retrovisor y se dio cuenta de que ... no estaba sola en el coche. Un grito más aterrador incluso que los anteriores resonó en la fría noche de invierno.
Al día siguiente, la policía encontró el cuerpo de una mujer joven dentro de un BMW. Tenía una gran mordedura en el cuello, no había una sola gota de sangre y aunque en su carnet de identidad figuraba una foto donde aparecía el rostro de una mujer morena, el cuerpo encontrado en el coche... tenía el pelo blanco.
Enero,2003, Florida,USA |