El almanaque maquillado de grasa producto de la cocina, expone el 17 de enero de naranja candente, haciendo juego con un sol abrasador que derrite el ventanal, un plato de comida casi lleno, dos suposiciones...el comensal no llegó, o está, pero no tenía apetito.
El demacrado reloj de pared aún marcha, pese a todo, sigue. La polilla revolotea, de vez en cuando hace escala sobre un cuadro de una morena muchacha de rasgos provenientes de la India, el insecto suda. Un poco más de tiempo y ya no vuela como antes, el sudor con fatiga tienen a bofetadas a sus alas.
Niños juegan más allá del polvoriento cristal, al mismo tiempo que un mugroso perro respira exhausto bajo la sombra de un Falcon desmantelado. Creí por un momento abrir mi puerta, luego supe que era la heladera. Una jarra de agua, un plato con manteca y un paquete de café, solo eso, otra cosa no hacía falta.
El vaso tibio en segundos contagia su estado al contenido, las dos y treinta de la tarde. La temperatura en los poros se presiente en ascenso, hasta la chica del cuadro transpira, refregando su mano en la frente a cada momento; las voces infantes se hicieron humo, el único es el perro cuya lengua no tiene tregua, va y viene. Estoy nublado, soy una tempestad andante, huracanes, torbellinos, tifones y nevadas deambulan adentro, luego estallan en mi piel, líquido y sal por doquier en mis brazos, en mi pecho, en la espalda, en la cabeza, en las piernas y en los ojos.
La gran brasa esférica con la que uno sabe si amaneció o atardeció sonríe infernal, ardor en el ambiente, así me lo demuestra un helecho marchitado. Silencio absoluto. A veces parece que se pudiese escuchar como los objetos se incendian, avernos aislados, el piso es lo único que tiene algo fresco, me recuesto en él, mi cuerpo desnudo se adhiere como una gran ventosa, necesito un abrigo, tengo frío, a mis manos no las siento, y no es que repentinamente cambié de hemisferios, es enero, estoy al sur, la temperatura está arriba de los cuarenta grados, pero tengo frío.
FIN
|