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Anteayer me levante temprano en la mañana. Tenía muchos deseos que lloviera, las verdosas nubes estaban un tanto desacomodadas . Era insólito que estuviera de pie a las ocho, siempre lo era a partir de la una en adelante. Tenía una visión distintas de las cosas, los olores eran otros, el primer cigarrillo sabía distinto, no feo, pero extraño. El té había hervido, pero no propagaba vapor, y la mesa de luz, la silla de caoba, el pardo escritorio y la computadora los notaba más grandes, más cerca. Me senté y cruce las piernas, me di cuenta que la silla no creció, ni que yo tampoco encogí.
Ayer abrí los ojos y la mesa de luz estaba aún más cerca, intimidante, como haciendo frente para batirse a duelo. Empujó mi cama, la dejó desacomodada, cruzada en la habitación. Eran las siete y media de la mañana. Me seguía acostando tarde como todas las noches, anoche casualmente fue de esas noches productivas. Pero estos dos último días, misteriosamente madrugaba. Eléctricamente me paré. El piso daba comezón, proveía la sensación de que tenía diminutas barbas, como el vello del durazno. Mucho tiempo no lograba estar parado en la misma posición. A la vieja casona de verdes tejas de enfrente no la veía en su total dimensión como anteayer, a su ventanal de marcos amarillos lo distinguía solo a la mitad. Ella como yo, no se había dilatado. Quise asomarme por la ventana, pero no podía, no cabía, mi cuerpo ya no pasaba. Su tamaño era un poco más grande que el rectángulo de la claraboya del baño.
Hoy cuando desperté y quise estirar los brazos no pude, golpearon con algo duro y macizo. Abrí bien los ojos, a pocos centímetros de mi nariz estaba el techo, y me di cuenta del particular aroma del techo. Ellos también huelen, aunque no se con exactitud a que, a pintura asevero que no. Los muebles son una parva de quebradas maderas que me rodean, casi me quieren quitar el poco lugar que conservo en la cama, tengo trozos de plásticos, chapa, plaquetas y cables de la pc tapándome las piernas. No puedo flexionar las rodillas. Tampoco puedo extender los brazos a los costados. Las paredes han acorralado el lecho. El colchón que sobraba un par de centímetros de los bordes del elástico, ante la presión se ha escarpado de forma despareja, dejando sectores de mi cuerpo más cerca del techo que otras. Hace calor, las astillas se apegan a la carne transpirada. La ventana no está más. El oxígeno paulatinamente se extingue. Boqueo como un pez.
Ahora es más de la una.







FIN

Texto agregado el 29-09-2005, y leído por 116 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
29-09-2005 BBP castillo
 
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